011.

67.3K 9.6K 3.4K
                                    

Dos años antes del vídeo.

El viento entraba por la ventana del auto y sacudía sus cabellos de forma estrepitosa. A Jeongguk le gustaba sentir esa sensación parecida a la libertad, como la que gozaba ahora que sus padres no existían y vivía con su tío.

Era el primer día en su nueva escuela y a pesar de que le desagradaba la idea de rodearse de chicos idiotas en pleno cambio hormonal, presentía que podría divertirse mucho en su nuevo hogar. Además de que su tío apenas estaba en casa gracias a sus constantes viajes de trabajo, también tenía todo un mundo de posibilidades que le ofrecía esa enorme ciudad para satisfacer sus enfermos deseos.

Se despidió de su tío con una reverencia y bajo del auto, listo para camuflarse en la multitud como todo buen cazador.

Como era de esperarse a su paso se encontró con chicos idiotas y chicas frívolas que ni siquiera se preocupaban por quien tenían al lado. Varios se le quedaron mirando mientras caminaba hacia los casilleros, molestando a Jeongguk de sobre manera. Odiaba ser el centro de atención, prefería pasar desapercibido pero como se trataba de niñatos sin cerebro no podía pedir más. Parecían polillas revoloteando alrededor de algo brillante, solo que ellos lo hacían alrededor de algo nuevo.

Trató de ignorar los susurros y pudo llegar a su casillero sin problemas. Tuvo que concentrarse en ordenar sus libros, haciendo caso omiso de forma olímpica a lo que sucedía a su alrededor y pudo hacerlo de manera exitosa durante un rato hasta que alzó su mirada encontrándose con la de otro chico que lo observaba con los ojos bien abiertos.

De inmediato la sangre de Jeongguk se congelo. 

Había sentido eso antes, aquellas ganas de apoderarse de algo con tanto fervor que hasta las manos le dolían. Eran momentos como esos en los que no tenía ni idea si podría controlar su naturaleza frente a las personas, porque necesitaba saciar aquel cosquilleo que sentía en su interior que le pedía quitarle la vida al ser vivo frente a el.

El causante de eso era un chico más pequeño que el, con tez ligeramente bronceada, cabello negro y labios gruesos. Jeongguk no era el tipo de persona que encontraba guapa a las demás, para él todos lucían asquerosamente igual... Pero aquel chico parecía una flor en medio de un desierto, demasiado distinto para ser real.

Tuvo que morderse el interior de la mejilla para prohibirle a su propio cuerpo que se moviera cuando su mirada se conecto con la del chico en cuestión. El cosquilleo que sentía en su garganta era insoportable y lo único que podía imaginar en ese minuto era a el mismo cortandole la traquea a quien le provocaba esas sensaciones.

No supo cuanto tiempo se miraron, tan solo hizo el esfuerzo sobre humano de romper la conexión y practicamente salir corriendo de ahí antes de cometer una locura al frente de tantos ojos testigos. No tenía idea de quien era el chico pero si estaba seguro de que se convertiría en su primera víctima.

El resto del día paso sin mayor revuelo. Mientras Jeongguk estaba empeñado en relajar su corazón que latía a mil por hora desde que vio al chico pelinegro parecía que el destino confabulaba en su contra, porque se encontraba al dichoso chico a cada momento, ya sea en los pasillos, en los baños o en el patio común. Prácticamente tuvo que correr de un lado a otro para que sus instintos asesinos no se apoderarán de su mente como paso con el cobayo que su padre le había regalado.

Fue cuando sonó el timbre que indicaba que todo el mundo debía irse a casa que Jeongguk no pudo resistirse más.

Vio al chico salir de escuela solo y el lo siguió para ver a donde se dirigía. Si algo había aprendido las muchas veces que cazo animales en el bosque era que debía observar a su presa con paciencia y silencio. Cada uno de sus ataques debía ser planeado con minuciosidad, si Jeongguk actuase de forma estrepitosa seguramente ya lo tendrían encerrado en algún psiquiátrico drogado hasta la médula.  

Sr. Payaso ◆ Kookmin ; 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora