Once y media.

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El sol se colaba por la pequeña ventana de ese lugar que quise tanto, e iluminaba el papel que sostenias.

Entré, tratando de manera inútil deshacer las nubes de estrato que se formaban en mi cielo y el irreversible nudo en mi garganta.

Era el desenlace, pero sabías que nunca me iría.

Me diste el papel doblado cuatro veces, sin articular palabra alguna, y con tus ojos me dijiste que lo abra cuando la tormenta se acabe.

No había nada que decir, era el desenlace.

Solo me rodeaste en un abrazo.
-"Te quiero mucho".

Salí de aquel lugar y el ambiente estaba pesado y angustioso, tanto que mi cuerpo no pudo seguir avanzando sin detener la lluvia.

Abrí el papel, contando las veces que lo leíste, y noté que tu letra había impreso mis palabras, las que te dije un día en que el sol anochecio.

Mis ojos leyeron todo, e hicieron énfasis en tus palabras, que lograron que mi alma funcione otra vez.



Te quiero mucho. No me olvides.

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