Tarde cualquiera desde la ventana.

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Se asoma por la ventana y si, esta lloviendo, su audición aún no falla.
Y si fallase, igual sabría que el cielo está dejando sus penas, porque eso era lo que más le gustaba cuando tenía 7 años y podía mover todo su cuerpo y saltar en los pequeños mares de lágrimas que había en su patio.

Le gustaba la lluvia, cuando tenía 12 y sólo le preocupaba salir y mojarse el cabello y las pestañas, mientras su sonrisa se agrandaba como el manto gris sobre su cabeza.

Le gustaba, cuando tenía 16 y lloró debajo de ella para ocultar que también estaba dejando sus penas.

La amaba, cuando tenía 18 y en una calle desolada y oscura tomó y rostro y de un instante a otro salió el sol y se reflejó el arco iris debajo de ellos, le gustaba porque no fue lo que imaginaba dar un beso bajo la lluvia, no fue lindo, temblaba de frío, su cabello se pegaba en sus mejillas sonrosadas y su ropa en su cuerpo, haciéndola ver más desaliñada de lo que era. Pero amó esa lluvia, porque estaban los dos.

Le gustaba, y cada vez que una lágrima caía del cielo ella salía, y dejaba que su cabellera ahora blanca se inunde de frescura y de recuerdos en una tarde cualquiera donde sus rasgos provenientes del tiempo, desaparezcan por un instante.

Y cuando vuelve, acomoda su bastón y, firme, vuelve a entrar.

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