Un último día sin vos.

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Mis ojos se abren lentamente, lo primero que veo es la pared blanca y una triste grieta de pintura. Siento mi cuerpo pesado y recordé un instante que es producto de las largas horas de la noche que no permitieron que cierre los ojos hasta hace menos de una hora.

Me doy vuelta en mi cama y, claro, vos no estás, sólo había soñado y quise comprobarlo con la esperanza de una niña que cree en las hadas, o en la magia, o en volar...
Quise creer que la realidad era otra, que era todo lo contrario a lo que es en sí.

Quise creer que me querías y que los años no importaban para aprender a mirar nuestras almas.

Hago el intento de incorporarme pero recuerdo que hoy, una vez más, no te veré, e inconscientemente mi cuerpo vuelve a sentir un peso invisible y triste que lo empuja hacia la cama y hace que se recueste otra vez.

Empuja tan fuerte, presiona con tanta dureza que de mis ojos empiezan a brotar espinas y caen todas a mi pecho.

Empuja tan fuerte que siento mis huesos romperse y perforar cada centímetro de mi piel como agujas.
Creo que la tristeza nunca me había tratado así, esta vez se enojó y terminó matandome, recordándome que ni hoy, ni nunca, te volvería a ver.

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