A Rafael le gusta pelar naranjas.
Siempre se despierta antes que la alarma suene y nunca se acuerda que ya no le hace falta ponerla la noche anterior. Quizá por su vejez acrecentada, o su enfermedad acrecentada, o las dos, no se. Pero nunca se olvida de pelar una naranja todos los días.
Es su ritual: elige la naranja más redonda, más jugosa, la naranja más naranja de todas, la naranja de las naranjas, la naranja designada por Rafael para ser pelada y partida.
-Justo por el medio, pa, acordate, y sacale las semillas porque Eva me dijo que si me trago una de esas me va a crecer un árbol en la panza.
Él se acordaba de esas instrucciones y lo hacía así, como quería Olivia. Pelaba la fruta como si fuese un deporte, como si la vida de Olivia dependiera de ello.
Ahora, que no ve bien, se acerca mucho a la mesita donde su naranja está esperando al lado del cuchillo. Comienza a pelarla y el perfume invade toda la cocina, unas gotitas minúsculas saltan de la cáscara y desaparecen en el aire sin despedirse.
Olivia tampoco se despidió cuando se fue de casa, o al menos eso recuerda Rafael, a veces.
La naranja ya está desnuda sobre la mesa y le toca ser cruelmente partida por la mitad, justo por la mitad. Y es entonces cuando las verdaderas gotas de jugo chocan contra la mesita, y un par de bolsitas de pulpa se despiden de su dueña también, alejándose y cayendo sobre la madera. Él, satisfecho con su labor cumplida, con la naranja partida justo por la mitad, la coloca en un plato y abre apenas la ventana que da hacia la calle. Mantiene viva la esperanza de que el perfume de naranja llegue hasta la casa de al lado, y Olivia sepa que su fruta está lista, que su papá la eligió porque era la mejor y la peló tal como a ella le gusta.
Olivia nunca va, pero Rafael espera porque dice que la vio en la casa de al lado, que a veces ella pasa y saluda, a veces sale apurada, y a veces ni siquiera lo mira. Rafael se enoja cuando Olivia le dice que no es Olivia, que es Paula, y que no es su hija, sino simplemente su vecina. Pero no le importa que diga eso, porque cuando era chica le gustaba cambiarse de nombre y decir que era otra persona.
Lo que nunca cambió fue su gusto por las naranjas.
A Rafael le gusta pelar naranjas, porque es lo único de lo que se acuerda.

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Re Tratos
PoesíaMi vida son chubascos constantes, que tratan quizá de transformarse finalmente en una tormenta sin fin. Tu luz y tu calor hace que se detengan y sean chubascos para siempre. La mayoría de lo que esta escrito surgió en la madrugada.