Baldosa blanca

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El pasillo es frío, y él se limita a juntar sus manos, llevarlas hacia su boca y soplar entre ellas para calentarse.
Ha estado más de 96 horas sin dormir y manteniéndose gracias a café instantáneo y comida hecha por alguien que, definitivamente, ser cocinero no era su sueño cuando era niño.

-Ha estado allí sentado desde el lunes, no habla con nadie...sólo espera.
+Espera algo que nadie sabe con certeza si pasará...

Él sigue, hace caso omiso a las palabras de aquellas personas que no se dan cuenta que las está oyendo.
Sólo espera, apoya sus codos sobre sus rodillas y entre sus manos coloca su cabeza, que está a punto de estallar de pensamientos tan estrechamente juntos.
Pasa sus dedos entre su pelo, cierra los ojos y recuerda aquella vez que le entregó un pequeño capullo de rosa que robó de algún jardín, y sonrió por primera vez al recordarla en su simpleza y en cómo su risa lo llevaba a aquella dimensión que sólo los que aman pueden conocer.

Vuelve a abrirlos y se encuentra con una baldosa blanca, quién sabe cuántas personas la habrán pisado y cuántas lágrimas habrán caído sobre ella.

Respira, todo su ser se impregna de olor a dolor y productos de limpieza.
Se queda así, en esa posición, su café ya está frío. Su comida le llena de sólo mirarla.

Se queda así, pensando, mirando la baldosa y cerrando los ojos luego, y esa sola acción hace que se trasporte del abismo en el que está cayendo, al más hermoso paraíso.

Siente que alguien toca su hombro, el primer contacto que transmite algo de calor en su cuerpo helado.
Levanta su rostro cansado y con barba crecida. Junta fuerzas y se pone de pie para quedar enfrentado con aquella persona que, evidentemente, está buscando las palabras precisas.

Le hablan. Le dicen. Le explican. Le colocan nuevamente la mano en el hombro.
Se queda solo.

No siente sus extremidades, no siente nada, sus oídos se tapan y su boca se seca.

Intenta sentarse y volver a la misma posición en la que estaba y al mismo dulce recuerdo de su amor riendo y tomando el capullo. Pero ya no puede, su imagen se hace cada vez más borrosa y de repente, abre los ojos y la baldosa blanca tiene pequeñas gotas, que van aumentando de número cada vez que parpadea.

Se aferró al café y a la comida de mal gusto, se aferró a 96 horas de insomnio y se aferró a recordar cada segundo de su sonrisa perlada.

Se aferró al amor.

Y ahora él es una persona más de la larga lista de aquella baldosa.

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