1. Sorena

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No recuerdo la primera vez que un arco y una flecha se alinearon con mis pupilas. Recuerdo al hombre que dejó caer esa arma sobre mis manos, pero no puedo acceder a esa parte de mi memoria, a ese tiempo. El tiempo no posee esa clase de rostro, no lo reconocemos por sus facciones, ni por su voz, sino por los arañazos que graba a fuego en nuestra esencia.
La sensación de la madera bajo mis dedos, mis músculos tensos a la espera de dar en el blanco me hacía sentir poderosa. Debió ser hace mucho tiempo, ese mismo tiempo que ha deformado mi esencia .
Tengo 17 años y no recuerdo un día en el que no haya salido a practicar mi puntería , siendo para mi fascinación y para la de muchos, diestra e implacable.
Tal vez esa era la razón por la que con un arco entre nosotros, mi padre y mi hermano me escuchaban o fingían que me escuchaban. Como sea, me hicieron soldado por ello.
Sin embargo , han intentado casarme desde que tenía 12 años, tal vez no me consideraban lo bastante importante como miembro del ejército, tal vez no me quisieran lo suficiente.
Mi propio hermano me regaló a sus enemigos como si fuera un caballo o peor, nunca he visto a mi hermano despreciar y echar de nuestro hogar con semejante furia a ningún caballo.

Mi padre era rey, hace noventa y cinco años nuestros ancestros y los Crisantemos se mataron entre ellos. El poder , el deseo, el anhelo ferviente y obsesivo de poder puede ser más peligroso que la propia espada.
Durante la centuria de enemistad, la relación entre ambos reinos ha sufrido choques de espada, de sangre.
Pensaron que un matrimonio podría limpiar tantas vidas perdidas, tantas ignominias, tanta paz derramada.
No sería yo quien con semblante de devoción engañaría a la propia oscuridad de la vida. Nos hemos masacrado durante noventa y cinco años, nunca existirá el perdón entre nosotros, los Sweanos y los Crisantemos.
No aceptaría un matrimonio con el hijo del gran señor de los Crisantemos, no me casaría con un desconocido, no pasaría el resto de mis días al lado de un cobarde, un malvado o lo que sea que pudiera haber sido ese príncipe. Vinieron a pedir mi manos oficialmente, padre se la había concedido, pero no me rendí, desobedecí, partí por la mitad las normas que injustamente me habían impuesto. No lo entendía, no lo entiendo, ¿Por qué los hombres pueden elegir y nosotras, las eternas desdichadas, nos quedamos con sus voluntades escritas en papel sobre nuestro lecho? ¿Por qué es tan severo el castigo que se desliza bajo nuestra piel ? ¿Por qué las cosas son así? ¿Por qué tengo que restringir mi voluntad ?
Ambos géneros respiramos, sonreímos, amamos. Existimos para complementarnos, no para coaccionarnos y anularnos. Yo ayudaba a mi hermano en su edad de subida al título de príncipe a escribir sus condolencias a reinos vecinos que vivían una pérdida, lo ayudaba a establecer patrones de ataque en la guerra mejor que todos los mejores estrategas de Swean , y él me ayudaba a trasladar de aposento mis ropas que regalaba a las doncellas del reino. No entiendo que es lo que pasa, si nos necesitamos ¿Por qué nos tratan así? Somos sus iguales.
Cogí mi arco y mis flechas e hize lo mismo que con los otros pretendientes.
Reté al príncipe de los Crisantemos , si me vencía me casaría con él y no daría problemas , pero si yo vencía , él y su ejército se irían de Swean. Se rieron de mí, pero si el príncipe se rehusaba a aceptar mi reto , su orgullo estaría agujereado para siempre.
Me subestimó y perdió.
Él eligió su espada , yo mi arco . Me puse a cuarenta metros de distancia.
Él alzó la espada y yo tensé mi arco con la flecha apuntando al suelo , el principe avanzó con paso decidido, por sus airados movimientos, diría que se estaba burlando de mí . Me pareció escuchar la risa de mi hermano. No me importó. Más tarde supe que en el fondo, su burla sólo era una fuga para su ansiedad. Supuse que no quería poner nerviosos a los Crisantemos. Sabía que en el fondo estaba muerto de miedo, eso hacía que mi rabia se esfumase.
Levanté mi arco y apunte a la empuñadura de la espada del príncipe. La espada cayó al suelo, pude oír como cortaba el aire antes de que se estrellara contra el suelo y el ruidoso acero me hiciera concentrarme en mi tarea. La madera del arco chirrió y volví a disparar otras dos flechas a su capa, una detrás de otra, sin pausas, sin miramientos, haciendo que ésta cayera al suelo. Lo vencí y me burlé de él. La capa de un príncipe es casi como su honor. No habría osado ofenderlo así de no haber sido por el atrevimiento que tuvo al perseguirme cuando me retiré del banquete que ofreció mi padre para mi pedida de mano. Me siguió y me expuso su intención de convertirme en su trofeo. Belleza, exuberancia y sumisión. Esas fueron sus palabras.
Cuando la capa cayó al suelo, el silencio se convirtió en el rey. Un príncipe sin honor es sinónimo de batalla. Mi padre y el príncipe cayeron y a mí, como castigo , mi hermano me golpeaba a diario, me tiraba del pelo, me bañaba con agua fría e incluso me privaba de comer para finalmente regalarme al rey de Crisantemo, pero éste no me quiso, mi pelo rubio, casi blanco y mis ojos verdes, casi transparentes, mi energía, mi cuerpo, mi mente y mi alma eran creaciones de las bruja. Dijo que soy una creación maligna que trae muerte y desgracia. Decidió que sería un buen regalo para el general Ishihara, me dijo que él me haría sufrir un dolor tan grande que él jamás podría infringirme. Tan colosal, que le suplicaría que me diera muerte. El general Ishihara era mi castigo, un hombre de guerra , sanguinario, sin escrúpulos, cruel . Y yo iba a ser suya.

Ahora estoy aquí, en sus aposentos , con las muñecas atadas a la pata de su lechos, con mis rodillas sobre la fría piedra y sin mi arco.
Sólo he tenido miedo dos veces en mi vida, la primeza fue cuando mi semana roja apareció por primeza vez y la segunda es ahora mismo. Si no fuera por que hace algo de frío, diría que tiemblo de miedo.
Tal vez esté temblando de miedo.

Desterrada © En ReescripciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora