18.Sorena

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Un suave movimiento me despertó. Abrí los ojos y me di la vuelta para buscar a Jin. Lo encontré de espaldas vistiendose pero él se giró y vino a darme un cálido beso. Se quedó arrodillado junto a mí.
-Te has entregado a mí. ¿Por qué lo hiciste? - me acarició el cuello.
-No me había dado cuenta o no había querido. Te amo - susurré. Moví las sabánas para incorporarme más y dejé al descubierto la sangre seca.

Jin me cogió la cara y besó mi frente.
-En cuanto salgamos de aquí te haré mi esposa. No esperaré un segundo, sin ropas, sin testigos, sin ceremonias obstentosas, te haré mi esposa y esa será la gran fiesta de mi vida.

Yo le acaricié la cara.
-¿Estás bien?
-Sí - respondí. Nunca he estado tan bien - sonreí y jin volvió a besar mis labios.
-Jin, no hay tumbas en la ciudad de las almas.
-No, no las hay. Nuestros muertos son quemados y sus cenizas son esparcidas en la orilla de la verja de Seichi. Sorena, se por que querías venir hasta aquí y debes saber que tu sangre no devuelve a la vida a los muertos, sólo cura heridas . Para que puedas salvar la vida de alquien con tu sangre, la persona debe tener aunque sea un hilo de vida. Con eso bastaría pero si ya han muerto, no hay nada que puedas hacer.
-¿Cómo sabes eso ? - me extrañé.
-He estado investigando. Hay unas cuantas cosas que debes saber de ti misma, ¿No me crees?
-Por supuesto que te creo. Iba a cometer un error pero tu has venido hasta aquí por mí.
-Iría por ti a cualquier sitio, a cualquier precio.
-Te amo Jin y siento no haberme dado cuenta antes.
-No te disculpes ahora, ya tendremos tiempo de pedirnos perdón. - Asentí con la cabeza
-Vistámonos.
-Iré contigo. No me lo impidas.
-Sí, se que no quieres que nadie libre por ti tus batallas. No puedo impedírtelo -me pasó un arco, yo sonreí - apunta lo mejor que puedas.

Dejamos a Sophie en el campamento y volvimos al otro lado del río. Arashi estaba especialmente rápido esa mañana. El aire frío de la mañana me mordía la piel.
Los gritos ya podían escucharse varios metros atrás.
Entramos en el campo y nos envolvimos en el aire cargado y en el cruce de aceros.
Tensé mi arco y aguardé desde una posición. No podía disparar en contra de los Findearthanos pero tampoco contra mis hermanos de Swean. No podía ser responsable de la murte de más miembros de mi familia.
Vi a Alvar enzarzado en una lucha feroz de espadas contra dos Findearthanos pero no eran suficientes para vencerlo. Tres tampoco habrían conseguido derrotarlo. Se movía con gracia, igual que padre. Su cuerpo parecía ser pesado pero sus movimientos eran agiles, elegantes y vaporosos, como si estuviera bailando una elegante y noble música. Sentí el impulso de disparar a la empuñadura de un Findearthano pero desistí. Alvar le daría muerte por su cuenta.
Me sobresalté cuando sonó un cuerno de guerra. El suelo empezó a temblar y a los pocos segundos apareció otro ejército con armaduras rojas.
-No puede ser...Los Ryskas - me estremecí.
Los vi llegar casi de frente pero el rumor de la guerra también se escuchaba a mi espalda. Vi destellos rojos y me sumergí en el pequeño bosque en dirección al otro lado del río. Sabía que no conseguiría llegar hasta allí pero no me dejaría matar por ellos tan fácilmente.
Durante largos metros conseguí dejarlos atrás, pero eran demasiados, me obligué a apuntarloos con mi arco. Dos tres, cuatro, siete flechas disparé y siete blancos abatí de un sólo golpe. Apunté directamente al corazón, era más fácil que acertar en la cabeza, y más contundente como aviso de que no siguieran avanzando, ya que la flecha en el pecho les posibilitaba permanecer en pie uno o dos segundos. El gesto de sus caras agonizantes me parecía un buen mensaje.
Cuando los Ryskas aminoraron su marcha hacia mí, me di cuenta de que no eran tantos, debían ser unos cincuenta hombres pero sólo menos de quince se disgregaron en mi dirección, los demás se habían enbrollado en la batalla del claro.
Hice una resta mental. Quince menos siete, ocho.
Ocho rojos Ryskas se dividieron para rodearme. Uno de ellos llevaba una capa con galones en los hombros. Su jefe, pensé.
El hombre de cabello castaño rojizo y ojos azulados dio tres palmas lentas y marcadas. El cuero de sus guantes marrones sonó pastosos y ópaco.
-Vaya, vaya, pero si es la derrota de mi ejército, te imaginaba más...rotunda - los soldados estallaron en risas grotescas. -ven conmigo, y nadie más tendrá que morir por tu causa.
-¿Qué, tú también quieres un hijo?
-Muy astuta - sonrió.
-Pues ponte a la cola, ya hay dos por delante de tí.
Aquel hombre hizo un gesto con la mano hacía mí y los dos soldados que estaban en sus flancos avanzaron hacía mí.
No lo permitiría. Durante toda mi vida he estado ocultando mi naturaleza, encogida de miedo por la sola idea de herir a alguien con mis poderes, pero no estaba dispuesta a pasar por una penuria más. Yo era libre, sería libre por siempre y nadie me iba a impedir vivir mi vida como yo quisiera o con quien quisiera. Los mataría a todos si fuera necesario. Sujeté mi arco entre una de mis piernas.
Extendí mis brazos y manos e hice círculos con los dedos, girando las muñecas. Los soldados se paralizaron con un grito ahogado. Puro dolor, yo lo sabía. Con mis poderes, moví y apreté la sagre de sus cuerpos y los obligué a detenerse, cayeron al suelo luchando por recobrar la respiración.
Los Ryskas echaron mano a sus armas.
-Os lo advirto - me giré sobre mi misma para hablarles a todos- vais a volver a vuestra patria, vosotros decidís como. Podéis iros sin más y decir que el ataque a Swean ha sido cancelado por salvaguardar la vida de los niños Sweanos, que no tiene culpa de las rencillas entre naciones y volver como hombres de honor y vivos o podéis contribuir a la masacre que caerá sobre vosortos y volver a casa como hombres muertos - soné atronadoramente cruel.

Desterrada © En ReescripciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora