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Seunghyun mantuvo la distancia entre ellos lo que quedaba del fin de semana. Por mucho que Jiyong intentaba derribar la barrera que lo rodeaba, él lo apartaba sin dudarlo.

Ni siquiera quería que le leyera.

Totalmente descorazonado, se fue al trabajo el lunes por la mañana, pero ni siquiera debería haberse molestado en la reunión. No podía concentrarse en otra cosa que no fuesen sus celestiales ojos, cargados de confusión.

- ¿Jiyong Alexander?

Jiyong alzó la mirada del escritorio y vio a una mujer rubia, increíblemente hermosa, de poco más de veinte años que estaba parada en el hueco de la puerta. Parecía que acababa de salir de un desfile de modas en Europa, con aquel traje de seda roja de Armani y las medias y los zapatos a juego.

- Lo siento -le dijo Jiyong-. No puede venir sin cita previa. Si quiere pedirla...

- No vengo a eso.

Sin que la invitara, la mujer entró tranquilamente al salón con un andar presuntuoso y elegante que le resultaba extrañamente familiar. Caminó hacia la pared donde estaban colgados los títulos y certificados de Jiyong en Universidades prestigiosas.

- Impresionante -le dijo. Pero su tono expresaba todo lo contrario.

Se volvió para observar concienzudamente a Jiyong y, por la mueca burlona en su rostro, ésta supo que la mujer lo encontraba seriamente deficiente.

- No eres lo bastante hermoso para él, ¿sabes? demasiado bajo y demasiado flaco.

Completamente ofendido, Jiyong adoptó una postura rígida.

- ¿Cómo dice?

La mujer ignoró su pregunta.

- Dime, ¿no te molesta estar cerca de un hombre como Seunghyun, sabiendo que si tuviese oportunidad, jamás querría estar contigo? Tiene un cuerpo tan bien formado, es tan elegante... Tan fuerte y cruel... Sé que nunca antes has tenido detrás de ti a un hombre como él, y jamás volverás a tenerlo.

Atónito, Jiyong no era capaz de hablar.

Y tampoco tuvo que hacerlo; la mujer siguió sin detenerse.

- Su padre era como él. Imagínate a Seunghyun con el pelo oscuro, un poco más bajo y de apariencia más vulgar, no tan refinado. Pero aun así, ese hombre tenía unas manos que...Wow -Sonrió pensativamente, con la mirada perdida-. Por supuesto Diocles tenía todo el cuerpo marcado por horribles cicatrices de las batallas; tenía una espantosa que le atravesaba la mejilla izquierda. -Entrecerró los ojos con ira-. Jamás olvidaré el día que intentó marcar a Seunghyun con una daga, para hacerle esa misma cicatriz. En ese momento hubiera deseado que viviese lo suficiente para arrepentirse de esa infracción, pero me aseguré de que no lo hiciera. Seunghyun es físicamente perfecto, y jamás permitiré que nadie estropee la belleza que yo le di. -La fría y calculadora mirada que Afrodita dedicó a Jiyong hizo que ésta se estremeciera.

No compartiré a mi hijo contigo.

La posesividad de las palabras de la diosa despertó la ira de Jiyong. ¿Cómo se atrevía a aparecer ahora y a decir tal cosa?

- Si Seunghyun significa tanto para ti, ¿por qué lo abandonaste?

Afrodita lo miró, furiosa.

- ¿Crees que me dejaron otra opción? Zeus se negó a darle la ambrosía; ningún mortal puede vivir en el Olimpo. Antes de que pudiera siquiera protestar, Hermes me lo quitó de los brazos y lo entregó a su padre.

Jiyong vio el horror en el rostro de Afrodita al recordar aquel momento.

- Mi dolor por su pérdida iba más allá de los límites humanos. Inconsolable, me encerré para alejarme de todo. Cuando fui capaz de enfrentarme a todos ellos de nuevo, habían pasado catorce años en la tierra. Apenas si reconocí al bebé que yo había amamantado. Y él me odiaba. -Sus ojos brillaron como si estuviese luchando por contener las lágrimas.

No tienes idea de lo que es ser madre, y que ese hijo que has llevado en tu vientre maldiga hasta tu propio nombre.

Jiyong comprendía su dolor, pero era a Seunghyun a quien amaba; y su sufrimiento era lo que más le preocupaba.

- ¿Alguna vez intentaste decirle cómo te sentías?

- Por supuesto que lo hice -espetó la diosa-. Le envié a Daesung con mis regalos. Me los devolvió, con un mensaje que un hijo no debería decirle a su madre jamás.

- Estaba herido.

- Y yo también -gritó Afrodita. Todo su cuerpo temblaba de furia.

Desconfiado y bastante asustado por lo que una diosa enfadada pudiera hacer con él, Jiyong observó cómo Afrodita cerraba los ojos y respiraba hondo para calmarse.

Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz dura y el cuerpo tenso.

- Aun así, envié de nuevo a Daesung con más regalos para Seunghyun. Los rechazó todos. Me vi a obligada a presenciar cómo juraba lealtad y servicio a Atenea en venganza. -masculló el nombre de la diosa como si la despreciara.

Fue en su nombre que conquistó ciudades con los dones que yo le otorgué cuando nació: la fuerza de Ares, la templanza de Apolo y las bendiciones de las Musas y las Gracias. Incluso lo sumergí en el río Estigio para asegurarme de que ningún arma humana pudiera matarlo o dejarlo marcado y, a diferencia de lo que hizo Tetis con Aquiles, sumergí también sus tobillos para que no tuviese ni un solo punto vulnerable. -Meneó la cabeza como si aún no pudiese creer lo que Seunghyun hizo.

-Hice todo lo que estuvo en mis manos por ese chico, y él no me demostró la más mínima gratitud. Ni el respeto que merecía. Finalmente, dejé de intentarlo. Puesto que rechazaba mi amor, me aseguré de que nadie lo amara jamás.

El corazón de Jiyong se detuvo al escuchar el egoísmo de la diosa.

- ¿Qué hiciste qué?

Afrodita alzó la barbilla, altanera, como una reina orgullosa de sus frías y sangrientas hazañas.

- Le maldije del mismo modo que él lo hizo conmigo. Me aseguré de que ninguna persona pudiese mirarlo sin desear su cuerpo.

Jiyong no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo podía una madre ser tan cruel?

Y tan pronto como ese pensamiento se alejó de su mente, le asaltó otro aún más horrible:

- Tú fuiste la culpable de que Penélope muriera, ¿verdad?

- No, eso fue obra de Seunghyun. Por supuesto que yo estaba enfurecida cuando Daesung me contó lo que había hecho contra su hermano, y también porque Seunghyun había acudido a él y no a mí. Puesto que no podía deshacer lo que la flecha de Daesung había conseguido, decidí mermar sus efectos. Lo que Seunghyun tuvo con Penélope fue algo insípido, y él lo sabe. -Afrodita se acercó hasta la ventana y contempló la ciudad.

-Si Seunghyun hubiese acudido a mí alguna vez, habría dejado que Penélope lo amara. Pero no lo hizo. Lo observé acercarse a ella, noche tras noche, tomándola una y otra vez, y percibí su malestar, su angustia porque sabía que su esposa no lo amaba. Y todavía seguía rechazándome y maldiciéndome. Fueron las lágrimas que derramé por él a lo largo de los años lo que puso a Príapo en su contra. Siempre ha sido el más leal de mis hijos. Debí detenerlo tan pronto como supe que quería la sangre de Seunghyun, pero no lo hice. Ansiaba que la ira de Príapo consiguiera que Seunghyun me buscara e implorara mi ayuda. -Apretó los dientes.

-Pero no lo hizo.

Jiyong comprendía su dolor, pero eso no cambiaba lo que le había hecho a su hijo.

- ¿Cómo es que Seunghyun acabó siendo maldecido?

La diosa tragó saliva.

- Todo comenzó la noche que Atenea le contó a Príapo que no existía otro hombre más valiente y fuerte que Seunghyun. Ella lo retó a enfrentar a su mejor general con Seunghyun. Dos días más tarde, contemplé cómo Seunghyun cabalgaba hacia la batalla y supe que no perdería. Cuando venció al ejército romano, Príapo se enfureció.

-Daesung se fue de la lengua y le contó lo que había hecho. Al instante, Príapo fue en busca de Jasón y Penélope. Yo no sabía las repercusiones que iba a tener. -Se envolvió la cintura con los brazos-. Nunca tuve intención de que los niños murieran. No te imaginas las veces que me pregunto al cabo del día por qué dejé que ocurriera aquello.

- ¿No hubo ningún modo de evitarlo?

Afrodita negó tristemente con la cabeza.

- Incluso mis poderes están limitados por las Parcas. Cuando Seunghyun se dirigió a mi templo, tras verlos a todos muertos, contuve el aliento pensando que por fin acudía en busca de mi ayuda. Y entonces vio a esa puerca con la túnica de Príapo que se arrojó a sus brazos y le pidió que tomara su virginidad antes de que tuviese lugar la ceremonia en la que sería reclamada por mi otro hijo. Si Seunghyun hubiese pensado con claridad, sé que la habría rechazado. -El rostro de la diosa se ensombreció por la furia. -Si no hubiese sido por esa tipa, ese día mi hijo hubiese venido a mí. Sé que me habría pedido ayuda. Pero era demasiado tarde. Todo acabó en el mismo momento en que se metió con ella.

- ¿Y aun así te negaste a ayudarlo?

- ¿Cómo podía elegir entre dos de mis hijos?

Jiyong se horrorizó ante la pregunta.

- ¿Y no fue eso lo que hiciste cuando permitiste que encerraran a Seunghyun en un pergamino?

Los ojos de Afrodita brillaron con tal malicia que Jiyong dio un paso atrás.

- Seunghyun fue quien me rechazó. Todo lo que tenía que hacer era pedirme ayuda y yo se la habría dado.

Jiyong no podía creer lo que estaba oyendo. Para ser una diosa, Afrodita era bastante egoísta y corta de entendederas.

- Toda esta tragedia porque ninguno de los dos ha querido rebajarse a suplicar al otro. No puedo creer que concedieras a Seunghyun la fuerza de Ares y luego lo maldijeras por esa fuerza que tú misma le otorgaste. En lugar de esperarlo o de enviar a otros en tu nombre, ¿no se te ocurrió nunca ir en persona? Afrodita lo miró furiosa e indignada.

- Yo soy la Diosa del Amor, ¿cómo quieres que me arrastre? ¿Tienes la más ligera idea de lo embarazoso que es para mí que mi propio hijo me odie?

- ¿Embarazoso? Tienes al resto del mundo para amarte. Seunghyun no tiene a nadie. Él no va querer estar cerca de ti después de lo que le hiciste, lo obligaste a estar contigo cuando él lo único que deseaba era a su madre.

Afrodita se acercó a él, furiosa.

-¿De qué hablas? Aléjate de él. Te lo advierto.

- ¿Por qué? ¿Por qué me amenazas cuando no lo hiciste con Penélope?

- Porque él no la amaba.

Jiyong se quedó paralizado.

- ¿Estás diciéndome...?

La diosa se esfumó.

- ¡Oye! -Gritó Jiyong mirando al techo-. ¡No puedes esfumarte en mitad de una conversación!

- ¿Jiyong?

La voz de Mark hizo que diera un respingo. Girándose de inmediato, lo vio asomándose por la puerta.

- ¿Con quién estás hablando? -le preguntó Mark.

Jiyong hizo un gesto y pensó que no sería muy inteligente decirle a su amigo la verdad.

- Conmigo mismo.

Mark lo miró sin acabar de creérselo.

- ¿Tienes la costumbre de gritarte a ti mismo?

- A veces.

Mark alzó una de sus oscuras cejas.

- Me parece que necesitas un psicólogo -comentó mientras salía del despacho.

Haciendo caso omiso a su amigo, Jiyong no perdió tiempo en recoger sus cosas. Estaba deseando llegar a casa para ver a Seunghyun.

Tan pronto como abrió la puerta supo que algo iba mal. Seunghyun no salió a recibirlo.

- ¿Seunghyun? -lo llamó.

- En tu cuarto.

Jiyong dejó las llaves y el correo sobre la mesa, y fue hacia su habitación.

- No vas a creerte quién pasó hoy por la... -su voz se desvaneció al llegar a la puerta de su dormitorio y ver a Seunghyun con una mano encadenada a los barrotes de la cama, tendido en el centro del colchón, sin camisa y con la frente cubierta de sudor.

- ¿Qué estás haciendo? -le preguntó muerto de miedo.

- No puedo luchar más, Jiyong -le contestó respirando entrecortadamente.

- Tienes que intentarlo.

Él meneó la cabeza.

- Necesito que me encadenes la otra mano. No llego.

- Seunghyun...

Él lo interrumpió con una amarga y brusca carcajada.

- ¿No es irónico? Tengo que pedirte que me encadenes cuando todos los demás lo hacían libremente a las pocas horas de presentarme ante ellos. -Lo miró directamente a los ojos-. Hazlo, Jiyong. No podría seguir viviendo si te hiciese daño.

Con el corazón en un puño, el cruzó la habitación hasta llegar junto a la cama.

Cuando estuvo bastante cerca, Jiyong alargó el brazo y acarició su mejilla. Lo acercó hasta él y lo besó, tan profundamente que Jiyong pensó que iba a desmayarse.

Fue un beso feroz y exigente. Un beso que hablaba de deseo. Y de promesas.

Seunghyun mordisqueó sus labios y lo alejó.

- Hazlo.

Jiyong pasó el grillete de plata por los barrotes del cabecero.

El alivio de Seunghyun fue evidente. Hasta ese momento, Jiyong no se había dado cuenta de lo tenso que había estado durante la semana anterior. Apoyó la cabeza en la almohada y, con dificultad, respiró hondo.

Jiyong se acercó y le pasó una mano por la frente.

- ¡Dios! -jadeó. Estaba tan caliente que casi le hizo una quemadura-. ¿Qué puedo hacer?

- Nada, pero gracias por preguntar.

Jiyong fue hacia el vestidor en busca de su ropa. Cuando empezó a desabrocharse la camisa, Seunghyun lo detuvo.

- Por favor, no lo hagas delante de mí. Si te veo... -Echó la cabeza hacia atrás como si alguien le hubiese aplicado un hierro candente.

Jiyong fue consciente en ese momento de lo acostumbrado que estaba a su presencia; no había pensado en desnudarse en otro lado.

- Lo siento -se disculpó.

Se cambió en el cuarto de baño y mojó unas toallas para colocárselas en la frente.

Volvió a la habitación para refrescarlo.

Le acarició el pelo, empapado de sudor.

- Estás ardiendo.

- Lo sé. Me siento como si estuviese en un lecho de brasas.

Siseó cuando Jiyong le acercó la toalla fría.

- No me has contado qué tal te ha ido el día -le dijo sin aliento.

Jiyong jadeó al sentir que el amor y la felicidad lo invadían. Todos los días Seunghyun le hacía esa pregunta. Todos los días contaba las horas para regresar a casa junto a él.

No sabía lo que iba a hacer cuando se marchara.

Obligándose a no pensar en eso, se concentró en cuidarlo.

- No hay mucho que contar -susurró. No quería agobiarlo con lo que su madre le había confesado. No mientras estuviese así. Ya lo habían herido bastante, y no sería el que aumentara su dolor-. ¿Tienes hambre? -le preguntó.

- No.

Jiyong se sentó a su lado. Pasó toda la noche leyéndole y refrescándolo.

Seunghyun no durmió. No pudo. Sólo era consciente de la piel de Jiyong cuando lo tocaba y de su dulce perfume. Invadía sus sentidos y hacía que la cabeza le diera vueltas. Todas las fibras de su cuerpo le exigían que lo poseyera.

Con los dientes apretados, tiró de las cadenas de plata que apresaban sus muñecas y luchó contra la oscuridad que amenazaba con devorarlo. No quería rendirse.

No quería cerrar los ojos y desaprovechar el poco tiempo que le quedaba para estar junto a Jiyong mientras aún estuviese cuerdo. Si dejaba que la oscuridad lo consumiera no se despertaría hasta estar de vuelta en el libro. Solo.

- No puedo perderlo -murmuró. La simple idea de perderlo hacía pedazos lo poco que le quedaba de corazón.

El reloj de pared dio las tres. Jiyong se había quedado dormido hacía muy poco rato. Tenía la cabeza y la mano apoyadas sobre su abdomen y su aliento le acariciaba el estómago.

Podía sentir su cabello rozándole la piel, la calidez de su cuerpo filtrándose por sus poros hasta llegarle al alma.

Lo que daría por poder tocarlo...

Cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y se permitió soñar por primera vez desde hacía siglos. Soñó con pasar noches enteras junto a Jiyong.

Soñó que llegaba el día en que podía amarlo como se merecía. Un día en que él sería libre para poder entregarse a él. Soñó en tener un hogar junto a Jiyong.

Y soñó con niños de alegres ojos marrones, y dulces y traviesas sonrisas.

Aún estaba soñando cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas y el reloj dio las seis. Jiyong se despertó.

Frotó la mejilla sobre su pecho, acariciándolo de tal modo que para Seunghyun supuso una tortura.

- Buenos días -lo saludó sonriente.

- Buenos días.

Jiyong se mordió el labio al pasear la mirada sobre su cuerpo y arrugó la frente por la preocupación.

- ¿Estás seguro que tenemos que hacer esto? ¿No te puedo liberar un ratito?

- ¡No! -exclamó con énfasis.

Jiyong cogió el teléfono y marcó el número de la empresa para hablar con la secretaria.

- No iré en un par de días, estoy con gripe y no podré ir.

Seunghyun frunció el ceño al escucharlo.

- ¿Es que no vas a ir a trabajar? -le preguntó en cuanto colgó.

Jiyong no podía creer que le hiciese esa pregunta.

- ¿Y dejarte aquí tal y cómo estás?

- Estaré bien.

Él lo miró como si se hubiese vuelto completamente loco.

- ¿Y si pasara algo?

- ¿Cómo qué?

- Puede haber un incendio o alguien puede entrar y hacerte cualquier cosas mientras estás ahí indefenso.

Seunghyun no discutió. Le entusiasmó el hecho de verlo tan dispuesto a quedarse junto a él.

A media tarde, Jiyong fue testigo de que la maldición empeoraba. Cada centímetro del cuerpo de Seunghyun estaba cubierto de sudor. Los músculos de los brazos estaban totalmente tensos y apenas hablaba; cuando lo hacía, apretaba los dientes.

Pero seguía mirándolo con una sonrisa, y sus ojos eran cálidos y alentadores mientras sus músculos se contraían con continuos espasmos y soportaba el sufrimiento que amenazaba con devorarlo.

Jiyong siguió refrescándolo, pero tan pronto como acercaba la toalla a su piel se calentaba tanto que apenas era capaz de tocarla después.

Para cuando llegó la medianoche Seunghyun deliraba.

Observó impotente cómo se agitaba y maldecía como si un ser invisible estuviese arrancándole la piel a tiras. Jiyong nunca había visto algo así. Estaba forcejeando tanto que casi temía que echara abajo la cama.

- No puedo soportar esto -susurró. Bajó corriendo las escaleras y llamó a Ri.

Una hora después, Jiyong abrió la puerta a Ri y a Tae. Quería saber si Tae podía hacer por Seunghyun.

- No saben cuánto les agradezco que hayan venido -les dijo Jiyong al cerrar la puerta, una vez pasaron al recibidor.

- No es nada -le contestó Ri.

- ¿Dónde está? -pregunto Tae.

Jiyong los llevó a su cuarto.

Tae puso un pie en la habitación y se quedó paralizado al ver a Seunghyun sobre la cama presa de continuas convulsiones y maldiciendo a todo el panteón griego.

El color abandonó su rostro.

- Aunque soy mortal aun siento presencias divinas, pero no creo que pueda hacer algo por él.

- Tae -le increpó Ri-. Tienes que intentarlo.

-Hay algo tan maligno y poderoso observándolo que no puedo contra el-Miró a Ri-. ¿No percibes el odio?

Jiyong comenzó a temblar al escuchar a Tae, y su corazón empezó a latir cada vez más rápido.

- ¿Ri? -llamó a su amigo. Necesitaba desesperadamente que alguien aliviara el sufrimiento de Seunghyun de algún modo. Tenía que haber algo que ellos pudiesen hacer.

- Sabes que no puedo ayudarlo -le dijo Ri-. Lo que he intentado hacer nunca funciona.

¡No!, gritó su mente. No podían abandonarlo de aquel modo.

Miró a Seunghyun mientras éste forcejeaba por liberarse de los grilletes.

- ¿Hay alguien a quien pueda acudir en busca de ayuda?

- Llame a Daesung pero no logro contactarme con él -contestó Tae

- Lo siento, Jiyong -se disculpó Key, acariciándole el brazo-. Investigaremos y veré lo que puedo descubrir, ¿de acuerdo?

Con el corazón en un puño, Jiyong no tuvo más remedio que acompañarlos a la puerta.

Cuando la cerró, se dejó caer sobre ella con cansancio.

¿Qué iba a hacer?

No podía limitarse a aceptar que no había ayuda posible para Seunghyun. Tenía que haber algo que pudiese aliviar su dolor. Algo en lo que el aún no hubiese pensado.

Volvió junto a él.

- ¿Jiyong? -Seunghyun lo llamó con un gemido tan agónico que su corazón acabó de hacerse pedazos.

- Estoy a tu lado, cariño -le dijo, acariciándole la frente.

Él dejó escapar un gruñido salvaje, como el de un animal atrapado en un cepo, y se lanzó sobre él.

Aterrorizado, Jiyong se alejó de la cama.

Se dirigió al vestidor, con las piernas temblorosas, y cogió el ejemplar de La Odisea.

Acercó la mecedora a la cama y comenzó a leer.

Pareció relajarlo. Al menos no se revolvía con tanta fuerza.

Con el paso de los días, la esperanza de Jiyong se marchitaba. Seunghyun estaba en lo cierto al afirmar que no había modo alguno de romper la maldición si no lograba superar la locura.

No podía soportar verlo sufrir, horas tras hora, sin ningún momento de alivio. No era de extrañar que odiara a su madre. ¿Cómo podía Afrodita dejarlo pasar por esto sin mover un solo dedo para ayudarlo?

Y había sufrido de aquel modo durante siglos...

Jiyong estaba totalmente fuera de sí.

- ¡Cómo pueden permitirlo! -gritó enfadado, mirando al techo.

- ¡Daesung! -le llamó-. ¿Me oyes? ¿Atenea? ¿Hay alguien? ¿Cómo permiten que sufra así? Si lo aman un poco, por favor, ayúdenlo.

Tal y como esperaba, nadie contestó.

Dejó descansar la cabeza sobre la mano e intentó pensar en algo que pudiera ayudarlo. Seguramente habría algo que...

Una luz cegadora atravesó la habitación.

Perplejo, alzó la vista y se encontró con Afrodita que acababa de materializarse junto a la cama. Si se hubiese encontrado con un burro en la cocina no se hubiese sorprendido tanto.

La diosa perdió el color del rostro al contemplar cómo su hijo se revolvía, agitado por los espasmos, sufriendo una horrible agonía. Alargó una mano hacia él y la retiró con brusquedad, dejándola caer mientras apretaba el puño.

En ese momento miró a Jiyong.

- Le quiero -dijo en voz baja.

- Yo también.

Afrodita clavó la mirada en el suelo, pero Jiyong fue testigo de su lucha interior.

- Si lo libero, lo apartarás de mí para siempre. Si no lo hago, las dos lo perderemos. -Afrodita la miró a los ojos-. He estado pensando acerca de lo que me dijiste y creo que tienes razón. Lo hice fuerte y jamás debí castigarlo por eso. Lo único que deseaba es que me llamara madre. -Miró a su hijo-. Sólo quería que me quisieras, Seunghyun. Un poquito nada más.

Jiyong tragó saliva al ver el dolor en el rostro de Afrodita cuando acarició la mano de Seunghyun.

Él siseó, como si el roce le hubiese quemado la piel.

Afrodita retiró la mano.

- Prométeme que lo cuidarás mucho, Jiyong.

- Tanto como él me lo permita; lo prometo.


Afrodita asintió y colocó la mano sobre la frente de Seunghyun. Él echó la cabeza hacia atrás, como si acabara de ser alcanzado por un rayo. La diosa inclinó la cabeza y lo besó con ternura en los labios.

Al instante, Seunghyun se relajó y su cuerpo se quedó inmóvil.

Los grilletes se abrieron y aun así no se movió. El corazón de Jiyong dejó de latir al darse cuenta de que Seunghyun no respiraba. Aterrorizado, alargó una temblorosa mano para tocarlo.

Él inspiró con brusquedad.

Mientras Afrodita tendía la mano hacia Seunghyun, Jiyong percibió en sus ojos la necesidad de sentir el amor de un hijo que ni siquiera sabía que estaba allí. Era la misma mirada anhelante que a menudo captaba en los ojos de Seunghyun cuando él no era consciente de que lo estaba observando.

¿Cómo era posible que dos personas que se necesitaban tan desesperadamente no fuesen capaces de arreglar las cosas?

Afrodita desapareció en el mismo instante que Seunghyun abrió los ojos.

Jiyong se acercó a él. Temblaba tanto que le castañeteaban los dientes. La fiebre había desaparecido y su piel estaba tan fría como el hielo.

Recogió el edredón del suelo y lo cubrió con él.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó Seunghyun con voz insegura.

- Tu madre te liberó.

Seunghyun pareció enmudecer por la sorpresa.

- ¿Mi madre? ¿Ha estado aquí?

Jiyong asintió con la cabeza.

- Estaba preocupada por ti.

Seunghyun no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Sería cierto?

Pero, ¿por qué iba a ayudarlo su madre ahora si siempre le había vuelto la espalda cuando más la había necesitado? No tenía sentido.

Con el ceño fruncido, intentó bajarse de la cama.

- No, ni hablar -le dijo Jiyong con brusquedad-. Acabo de hacer que te pongas bien y no voy a...

- Necesito ir al baño urgentemente -la interrumpió él.

- ¡Ah!

Jiyong lo ayudó a bajar de la cama. Estaba tan débil que no se aguantaba en pie y él lo sostuvo hasta llegar al baño. Seunghyun cerró los ojos e inhaló el dulce aroma de Jiyong. Temeroso de hacerle daño, intentó no apoyarse demasiado en él.

Su corazón se enterneció al ver la forma en que él lo cuidaba, al percibir la sensación de sus brazos envolviéndole la cintura mientras lo ayudaba a caminar.

Su Jiyong. ¿Cómo iba a soportar separarse de él?

Una vez atendió sus necesidades, él le preparó un baño caliente y lo ayudó a meterse en la bañera.

Seunghyun lo contempló mientras lo lavaba. Le parecía imposible que hubiese permanecido a su lado todo aquel tiempo. No recordaba casi nada de los últimos días, pero se acordaba del sonido de su voz atravesando la oscuridad para reconfortarlo.

Lo había oído pronunciar su nombre a gritos y, en ocasiones, estaba seguro de haber sentido su mano sobre la piel, anclándolo a la cordura.

Sus caricias habían sido su salvación.

Cerrando los ojos, disfrutó de la sensación de las manos de Seunghyun deslizándose sobre su piel mientras lo lavaba. Le recorrían el pecho, los brazos y el abdomen. Y cuando rozaron accidentalmente su erección, no pudo evitar dar un respingo ante la intensidad con la que percibió la caricia.

Cómo lo deseaba...

-Bésame -balbució Seunghyun.

- ¿No será peligroso?

Él le sonrió.

- Si pudiese moverme ya estarías conmigo en la bañera. Te aseguro que en este momento estoy tan indefenso como un bebé.

Vacilante, él se humedeció los labios y le acarició una mano; su roce fue suave y tierno. Lo miró fijamente a los labios como si pudiera devorarlo, y Seunghyun sintió que el frío desaparecía al contemplar sus ojos.

Jiyong se inclinó y lo besó con ansia. Él gimió al sentir sus labios; anhelaba mucho más. Necesitaba sus caricias.

Para su sorpresa, obtuvo lo que deseaba.

Jiyong se apartó un instante de sus labios, lo suficiente para quitarse la ropa y quedarse desnudo ante él. Lentamente y con movimientos seductores, se metió en la bañera y se sentó a horcajadas sobre su cintura.

Seunghyun volvió a gemir al sentir su vello púbico sobre el estómago. Jiyong lo besó de nuevo, tan ardientemente que él creyó que quemaba.

¡Maldición, ni siquiera podía abrazarlo! No podía mover los brazos. Y necesitaba con desesperación rodearlo con fuerza.

El debió percibir su frustración porque se incorporó con una sonrisa.

- Ahora me toca mimarte -susurró antes de enterrar los labios en su cuello.

Cerró los ojos mientras Jiyong dejaba un rastro de besos sobre su pecho. Cuando llegó al pezón todo comenzó a darle vueltas al sentir la lengua de Jiyong jugueteando y succionándolo. Nada había conseguido estremecerlo del modo que lo hacían sus caricias. No recordaba ninguna ocasión en la que alguien le hubiese hecho el amor a él.

Y persona se había entregado de aquel modo. Ni le había dado tanto.

Contuvo la respiración en el momento que el introdujo la mano entre sus cuerpos.

- Ojalá pudiese hacerte el amor -susurró Seunghyun.

El alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

- Lo haces cada vez que me tocas.

Sin saber cómo, consiguió abrazarlo, aunque los brazos no dejaban de temblarle, y lo atrajo hacia su pecho para reclamar sus labios.

Lo escuchó quitar el tapón con el pie mientras profundizaba el beso aún más y atormentaba con leves caricias su miembro hinchado.

Seunghyun sintió vértigo al notar la mano de él sobre su miembro. Ansiaba sus caricias; las anhelaba de un modo que no era capaz de definir.

Una vez la bañera se vació de agua, Jiyong abandonó sus labios para abrasarle la piel con diminutos besos, descendiendo por el pecho. Seunghyun echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el borde mientras él le pasaba la lengua por el estómago y la cadera.

Y entonces, para su sorpresa, se llevó su miembro a la boca. Él gruñó y le sujetó la cabeza con ambas manos, deleitándose en las sensaciones que provocaban la lengua y la boca de Jiyong, lamiendo y rodeando su miembro. Nadie había hecho eso antes. Se habían limitado a tomar lo que podían de él, sin ofrecerle jamás nada a cambio.

Hasta que Jiyong llegó.

Su boca arrasó con los resquicios de su sentido común y venció lo poco que quedaba de su resistencia. Le temblaba todo el cuerpo por la ternura que él estaba demostrando.

- Lo siento -se disculpó Jiyong, alejándose de él-. Otra vez estás temblando de frío.

- No es por el frío -le contestó con voz ronca-. Es por ti.

La sonrisa de Jiyong le atravesó el corazón. Volvió a inclinarse y prosiguió con su implacable asalto.

Cuando terminó, Seunghyun creyó haber sufrido una intensa sesión de tortura. No podría sentirse más satisfecho aunque hubiese llegado al clímax.

Jiyong lo ayudó a salir de la bañera. Aún le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en él para llegar a la habitación.

El rubio lo sostuvo hasta que estuvo acostado y, después, lo tapó con todas las mantas que encontró. Depositó un beso tierno sobre su frente y acomodó la ropa de la cama.

- ¿Tienes hambre?

Jiyong sólo fue capaz de asentir con la cabeza.

Él se apartó de su lado el tiempo justo para calentar un tazón de sopa. Cuando regresó, él estaba profundamente dormido.

Dejó el tazón en la mesita de noche y se acostó junto a él. Lo abrazó y se quedó dormido.



Seunghyun tardó tres días en recuperar toda su fuerza. Durante todo ese tiempo, Jiyong estuvo a su lado. Ayudándolo.

No acababa de comprender el motivo de la devoción que él le profesaba. Y su fuerza. Era la persona que había estado esperando toda su vida. Y con cada día que pasaba, era consciente de que el amor que sentía por el crecía un poco más. La necesitaba a su lado.

- Tengo que decírselo -se dijo a sí mismo mientras se secaba con una toalla. No podía permitir que pasara un día más sin que el supiese lo que significaba para él.

Dejó el cuarto de baño y atravesó el pasillo hasta llegar al dormitorio de Jiyong. Estaba hablando con Ri.

- Por supuesto que no le he contado lo que su madre me dijo.

Seunghyun retrocedió un paso y se apoyó contra la pared mientras escuchaba a Jiyong.

- ¿Qué se supone que debo decirle? ¿«Por cierto, Seunghyun, tu madre me ha amenazado»?

Él sintió que acababan de darle un golpe en el pecho y comenzó a verlo todo negro. Entró a la habitación.

- ¿Cuándo has hablado con mi madre? -inquirió.

Jiyong alzó la vista, sorprendido.

- Ri, tengo que colgar. Adiós. -Dejó el auricular en su sitio.

- ¿Cuándo has hablado con ella? -insistió.

Jiyong encogió los hombros descuidadamente.

- El día que comenzaste a sentirte mal.

- ¿Qué te dijo?

El volvió a encoger los hombros, esta vez con timidez.

- No fue una verdadera amenaza, sólo me dijo que no te compartiría conmigo.

La ira lo atravesó. ¡Cómo se había atrevido! ¿Quién demonios se creía su madre que era como para exigir que Jiyong o él mismo la obedecieran?

Qué imbécil había sido al pensar que el corazón de Afrodita se había ablandado.

¿Cuándo iba a aprender?

- Seunghyun -lo increpó Jiyong, poniéndose en pie y acercándose a él, al pie de la cama-, ella ha cambiado. Cuando vino a liberarte...

- No, Jiyong -lo interrumpió-. La conozco mucho mejor que tú.

Y sabía de lo que su madre era capaz. Su crueldad hacía que las acciones de su padre pareciesen meras travesuras.

Con el corazón abatido, comprendió que jamás podría confesarle a Jiyong lo que sentía por él.

Y lo que era aún peor, no podía quedarse con él. Si algo había aprendido acerca de los dioses era que jamás lo dejarían vivir en paz.

¿Cuánto tiempo tardarían en hacer daño a Jiyong? ¿Cuánto tiempo le llevaría a Príapo ponerlo en su contra? ¿O cuándo se vengaría su madre de ambos?

Tarde o temprano, le pasarían factura por ser feliz. No le cabía la menor duda. Y la simple idea de que Jiyong pudiese sufrir...

No. Jamás podría arriesgarse.




FELIZ NAVIDAD ATRASADA PARA TODOS LOS LECTORES :D Bendiciones para todos #Hana

Estábamos tan cerca de que topacio le dijera que amaba a Jiyong <3 joder no se que seguirá u.u

El Amante Perfecto (Gtop)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora