Kidnapping

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Hola antes de comenzar agradezco el apoyo que a recibido esta historia. Este capitulo tiene contenido L E M O N , es solo una advertencia :D por si no les gusta leerlo. 



Los días pasaron volando mientras ellos permanecían tiempo juntos como les resultaba posible.

Seunghyun enseñó a Jiyong cultura clásica griega y algunas formas muy interesantes de disfrutar la crema de chocolate. Jiyong le enseñó a desahuciar al contrario en el Monopoly y a leer en inglés.

Después de unas cuantas clases de conducción, y de un nuevo embrague, Jiyong reconoció que Seunghyun no tenía futuro al frente de un volante.

A Jiyong le parecía que apenas había pasado el tiempo y, sin embargo, el último día del plazo de Seunghyun llegó tan rápido que lo dejó aterrorizado.

La noche previa a ese fatídico día, hizo el más sorprendente de los descubrimientos: no podía vivir sin Seunghyun.

Cada vez que pensaba en retomar su antigua vida, sin él, creía morir de dolor.

Pero finalmente comprendió que la decisión era de Seunghyun, y sólo de él.

— Por favor, Seunghyun—le susurró mientras él dormía a su lado—. No me abandones.

 

Ninguno de los dos habló mucho en todo el día. De hecho, Seunghyun lo evitó constantemente.


Eso, más que ningún otro detalle, le hizo imaginarse cuál era la decisión que había tomado.

Jiyong tenía el corazón destrozado. ¿Cómo podía abandonarlo después de todo lo que habían pasado juntos? ¿Después de todo lo que habían compartido?

No podía soportar la idea de perderlo. La vida sin él sería intolerable.

Al atardecer, lo encontró sentado en la mecedora del auto, contemplando el sol por última vez. Su rostro tenía una expresión tan dura que apenas si podía reconocer al hombre alegre que había llegado a amar tanto.

Cuando el silencio se hizo demasiado insoportable, le habló:

— No quiero que me abandones. Quiero que te quedes aquí, en mi época. Puedo cuidar de ti, Seunghyun. Tengo dinero que mis padres me dejaron y te enseñaré todo lo que desees saber.

— No puedo quedarme —le contestó entre dientes—. ¿Es que no lo entiendes? Todos los que han estado cerca de mí alguna vez han sido castigados por los dioses: Jasón, Penélope.—Lo miró como si estuviese aturdido—. ¡Por Zeus! Kyrian acabó crucificado.

— Sabes que Atenea lo salvo, esta vez será diferente.

Se puso en pie y lo miró con dureza.

— Tienes razón. Será diferente. No voy a quedarme aquí para ver cómo mueres por mi culpa.

Pasó por su lado y entró a la casa.

Jiyong apretó los puños, deseando estrangularlo.

— Ah ¡Eres un... testarudo!

¿Cómo podía ser tan insoportable?

En ese momento notó que el anillo de boda de su madre se le clavaba en la palma de la mano. La abrió y lo miró durante un buen rato. Estaba a punto de conseguir que el pasado dejara de atormentarlo. Por primera vez en su vida tenía un futuro en el que pensar. Un futuro que lo llenaba de felicidad.

Y no estaba dispuesto a permitir que Seunghyun lo echara todo por la borda.

Más decidido que nunca, abrió la puerta del departamento y sonrió maliciosamente.

— No vas a librarte de mí, Seunghyun de Macedonia. Puede que hayas vencido a los romanos, pero te aseguro que a mi lado son unos enclenques.

Seunghyun estaba sentado en la salita, con su libro en el regazo. Pasaba la palma de la mano sobre la antigua inscripción, despreciándolo más que nunca.

Cerró los ojos y recordó la noche que Jiyong lo convocó. Recordó lo que se sentía cuando no tenía conciencia de su propia identidad. Cuando no era más que un simple esclavo sexual griego.

Hacía mucho, mucho tiempo que se hallaba perdido en un lugar oscuro y temible, y Jiyong lo había encontrado.

Con su fortaleza y su bondad había conseguido desafiar lo peor que había en él y le había devuelto la humanidad. Sólo él había percibido su corazón y había decidido que merecía la pena luchar por él.

Quédate con él.

¡Por los dioses!, qué fácil parecía. Qué sencillo. Pero no se atrevía. Ya había perdido a sus hijos. Jiyong era el dueño de lo que le quedaba de corazón, y perderlo por culpa de su hermano...

Sería lo más doloroso a lo que jamás se hubiera enfrentado.

Hasta él tenía un punto débil. Ahora conocía el rostro y el nombre de la persona que podría hacerle caer de rodillas.

Jiyong tenía que apartarse de él para que estuviera a salvo.

Lo sintió entrar en la estancia. Abrió los ojos y lo vio de pie, en el hueco de la puerta, mirándolo fijamente.

— Ojalá pudiese destruir esta cosa —gruñó al devolver el libro a la mesita.

— Después de esta noche no tendrás necesidad de hacerlo.

Sus palabras le dolieron. ¿Cómo podía hacer esto por él? No soportaba la idea de que alguien lo utilizara y aquí estaba él, usándolo del mismo modo que lo habían usado a él tantas y tantas veces.

— ¿Aún estás dispuesto a dejarme utilizar tu cuerpo para que pueda marcharme?

La sinceridad de su mirada lo dejó paralizado.

— Si de ese modo conseguimos que seas libre, sí.

La siguiente pregunta se le atravesaba en la garganta, pero tenía que saber la respuesta.

— ¿Llorarás cuando me haya marchado?

Jiyong apartó la mirada y él vio la verdad en sus ojos. No era mucho mejor que Mino. Era exactamente igual que aquel egoísta.

Pero, después de todo, era hijo de su padre. Tarde o temprano, la mala sangre siempre hacía acto de presencia.

Jiyong se dio la vuelta y se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos. Dejó que sus ojos vagaran por la salita. Cuando miró enfrente del sofá, el corazón se le encogió.

Cómo iba a echar de menos las noches pasadas allí junto a Jiyong, escuchando su voz. Su risa.

Pero sobre todo, echaría de menos sus caricias.

Era muy tentador quedarse, pero no podía hacerlo. No había sido capaz de proteger a sus hijos, ¿cómo iba a proteger a Jiyong?

— ¿Seunghyun?

Se sobresaltó al escuchar la voz de Jiyong que lo llamaba desde el cuarto.

— ¿Qué?

— Son las once y media. ¿No deberías subir?

Seunghyun miró el bulto que se apreciaba bajo los jeans. Había llegado la hora de darle utilidad.

Debería estar encantado. Era lo que había querido desde el primer instante en que lo vio.

Pero, por alguna razón, le dolía el hecho de tomarlo así.

Por lo menos no le harás daño.

¿No?

De hecho, dudaba mucho que Mino lo hubiese hecho sufrir tanto como él estaba a punto de hacer.

— ¿Seunghyun?

— Voy —le contestó, obligándose a abandonar el sofá.

En la puerta, volvió la cabeza para mirarlo todo por última vez.

Incluso ahora podía ver la imagen de Jiyong tumbado en el sofá, con los pezones cubiertos de nata mientras él, muy lentamente, los lamía hasta no dejar ni rastro de la crema. Podía escuchar su risa y ver el brillo de sus ojos cada vez que lo llevaba al clímax.

«No me abandones, Seunghyun», le había susurrado la noche anterior mientras él supuestamente dormía, y sus palabras le habían abrasado. Ahora le estaban partiendo en dos el corazón.

— ¿Seunghyun?

Dándose la vuelta, se encaminó hacia el cuarto y se apoyó en la pared. Sería la última que cruzaría el pasillo para llegar al dormitorio de Jiyong.

Y la última vez que lo vería en su cama...

Con el corazón en la garganta, se dio cuenta de que apenas podía respirar.

¿Por qué tenía que ser así?

Soltó una amarga carcajada. ¿Cuántas veces se habría hecho esa misma pregunta?

Se detuvo al llegar a la puerta. La habitación estaba alumbrada por la tenue luz de las velas, pero lo que más le impresionó fue ver a Jiyong con la negligé negra que él había elegido.

Estaba arrebatador.

De repente, sintió que la lengua acababa de caérsele hasta el suelo y que era imperante enrollarla de nuevo para meterla en la boca.

— No vas a ponérmelo fácil, ¿verdad? —le preguntó con voz ronca.

Él le dedicó una sonrisa traviesa.

— Aunque no se debe ver bien ¿Debería hacerlo?

Totalmente embobado por él, Seunghyun era incapaz de mover un músculo mientras observaba cómo se acercaba.

— ¿No tienes demasiada ropa?

Antes de que pudiese responder, el agarró el borde inferior de su camisa y la levantó hasta pasarla por su cabeza. Una vez la arrojó al suelo, alargó un brazo y colocó la mano en su pecho, justo sobre el corazón. En ese instante, para Seunghyun era la persona más hermosa del mundo. Ni siquiera la belleza de su madre podía competir con la de Jiyong.

Permaneció inmóvil como una estatua mientras el deslizaba las manos sobre su piel, provocándole escalofríos.

No, no iba a ponérselo nada fácil.

Seunghyun notó que el intentaba desabrocharle el botón del pantalón.

— Jiyong —le advirtió, y le apartó las manos.

— ¿Mmm? —murmuró él, con los ojos oscurecidos por la pasión.

— No importa.

El rubio se apartó y se subió a la cama. Seunghyun contuvo el aliento al vislumbrar su trasero desnudo a través de la diáfana gasa del negligé.

Se tumbó de lado y lo miró fijamente.

Tras despojarse de los pantalones, se unió a él. Hizo que se tendiera de espaldas y, en esa posición, el escote dejó a la vista uno de sus pezones debido a que caía más debajo de lo normal. Seunghyun se aprovechó de la situación.

— ¡Oh, Seunghyun! —gimió Jiyong.

Lo sintió estremecerse bajo él cuando pasó la lengua alrededor del endurecido pezón. Su cuerpo era fuego líquido y gritaba exigiéndole que lo poseyera. Pero no sólo anhelaba su carne. Lo quería a él.

Y abandonarlo lo destrozaría.

Seunghyun tragó y se apartó. Había estado esperando esta noche durante una eternidad. Había pasado la eternidad esperándolo a él.

Con mucha ternura acarició su rostro, guardando en la memoria cada pequeño detalle.

Su precioso Jiyong.

Jamás lo olvidaría.

Su alma lloraba a gritos por lo que estaba a punto de hacerle. Le separó los muslos con las rodillas.

Se estremeció involuntariamente al sentir su piel desnuda bajo la suya. Y, en ese momento, cometió el error de mirarlo a los ojos.

El sufrimiento que vio en ellos lo dejó sin aliento.

«Jamás tuviste nada que no robaras antes». Se tensó al escuchar las palabras de Jasón en su cabeza. Lo último que quería era robarle algo a la mujer que le había entregado tanto.

¿Cómo voy a hacerle esto?

— ¿Qué estás esperando? —le preguntó el.

Seunghyun no lo sabía. Lo único que tenía claro era que no podía apartar la mirada de sus tristes ojos. Unos ojos que llorarían si lo utilizaba para después abandonarlo. Unos ojos que llorarían de felicidad si se quedaba.

Pero si se quedaba, su familia lo destruiría.

Y, en ese instante, supo lo que debía hacer.

Jiyong le envolvió la cintura con las piernas.

— Seunghyun, date prisa. El tiempo se acaba.

Él no habló. No podía hacerlo. En realidad, no confiaba en sí mismo, y podía decir algo que lo hiciera cambiar de opinión.

A lo largo de los siglos había sido muchas cosas: huérfano, ladrón, marido, padre, héroe, leyenda y, finalmente, esclavo.

Pero jamás había sido un cobarde.

No. Seunghyun de Macedonia jamás había sido un cobarde. Era el general que había contemplado victorioso a legiones enteras de romanos, y les había desafiado entre carcajadas a que le mataran y le cortaran la cabeza si podían.

Ése era el hombre que Jiyong había encontrado, y ése era el hombre que lo amaba. Y ese hombre se negaba a hacerle daño.

Jiyong intentó mover las caderas para que el miembro de Seunghyun se hundiera en él, pero él no lo dejó.

— ¿Sabes lo que más echaré de menos? —le preguntó, mientras deslizaba una mano entre sus cuerpos y le acariciaba su miembro.

— No —murmuró Jiyong.

— El aroma de tu pelo cada vez que entierro mi rostro en él. El modo en que te agarras a mí y gritas cuando te corres. El sonido de tu risa. Y sobre todo, tu imagen al despertar cada mañana, con el sol bañándote el rostro. Jamás podré olvidarlo.

Apartó la mano y movió las caderas para encontrar las de Jiyong. Pero, en lugar de penetrarlo, todo se quedó en una placentera caricia que los hizo gemir a ambos.

Bajó la cabeza hasta la oreja de Jiyong y le mordisqueó el cuello.

— Siempre te amaré —le susurró.

Jiyong lo oyó respirar hondo en el mismo momento en que el reloj daba la medianoche.

Con un brillante destello, Seunghyun desapareció.

Horrorizado, Jiyong permaneció inmóvil esperando despertar. Pero siguió escuchando las campanadas del reloj y se dio cuenta de que no era un sueño.

Seunghyun se había ido.

Se había ido de verdad.

— ¡No! —gritó mientras se sentaba en la cama. ¡No podía ser! —. ¡No!

Bajó de la cama con el corazón martilleándole con fuerza en el pecho y corrió hasta el salón. El libro estaba aún sobre la mesita de café. Pasó las páginas y vio que Seunghyun estaba justo en el mismo sitio que antes, sólo que ahora no sonreía diabólicamente y llevaba el pelo corto.

¡No, no y no!, repetía su mente una y otra vez. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué?

— ¿Cómo has podido? —Le preguntó mientras abrazaba el libro contra su pecho—. Yo te habría dado la libertad, Seunghyun. No me habría importado. ¡Dios!, Seunghyun ¿Por qué te has hecho esto? —sollozó—. ¿Por qué?

Pero en el fondo lo sabía. La ternura que había visto en sus ojos hablaba por sí mismo. Lo había hecho para no herirlo como Mino.

Seunghyun lo amaba. Y, desde el momento que llegó a su vida, no había hecho otra cosa que protegerlo. Cuidarlo.

Hasta el final. Aun cuando de ese modo se negara la posibilidad de quedar libre de un tormento eterno, él había sido más importante.

Jiyong no soportaba pensar en el sacrificio que Seunghyun acababa de hacer. Lo veía condenado a pasar la eternidad en la oscuridad. Solo y sufriendo una agonía.

Él le había contado que pasaba hambre mientras estaba atrapado en el libro, y sed. Y en su mente lo veía sufrir del mismo modo que lo había visto en su cama. Recordó las palabras que dijo después.

«Esto no es nada comparado con lo que se siente dentro del libro»

Y ahora estaba allí. Sufriendo.

— ¡No! —gritó—. No permitiré que te hagas esto, Seunghyun. ¿Me oyes?

Abrazó con fuerza el libro y se dirigió a toda prisa a la parte trasera de la casa. Abrió las cristaleras que daban al jardín y corrió hacia un claro iluminado por la luna llena.

— Regresa a mí, ¡Seunghyun de Macedonia, Seunghyun de Macedonia, Seunghyun de Macedonia! —lo repitió una y otra vez, rogando por que apareciera.

No ocurrió nada. Nada de nada.

— ¡No!, ¡por favor, no!

Con el corazón destrozado, volvió a la salita.

— ¿Por qué?, ¿por qué? —sollozaba, arrodillada en el suelo sin dejar de mecerse hacia delante y hacia atrás.

— ¡Seunghyun! —susurró con la voz rota mientras los recuerdos la asaltaban. Seunghyun riéndose con él, abrazándolo. Seunghyun sentado tranquilamente, pensando. Su corazón latiendo desenfrenado al mismo ritmo que el suyo.

Lo quería de vuelta.

Lo necesitaba de vuelta.

— No quiero vivir sin ti —balbució dirigiéndose al libro—. ¿Lo entiendes, Seunghyun? No puedo vivir sin ti.

De repente, una luz cegadora iluminó la estancia.

Con la boca abierta, Jiyong alzó la mirada esperando encontrarse con Seunghyun.

Pero no era él. Se trataba de Afrodita.

— Dame el libro —le ordenó con el brazo extendido.

Jiyong lo abrazó con más fuerza.

— ¿Por qué le haces esto? —inquirió Jiyong—. ¿Es que no ha sufrido ya bastante? Yo no lo habría alejado de ti. Preferiría que estuviese contigo antes de que regresara al libro. —Se limpió las lágrimas—. Está solo ahí dentro. Solo en la oscuridad —susurró—. Por favor, no dejes que permanezca ahí. Envíame al libro con él, por favor. ¡Por favor!

Afrodita bajó la mano.

— ¿Harías eso por él?

— Haría cualquier cosa por él.

La diosa lo observó con los ojos entrecerrados.

— Dame el libro.

Cegado por las lágrimas, Jiyong se lo dio mientras rezaba para que Afrodita lo ayudara a reunirse con él.

Ella suspiró con fuerza y abrió el libro.

— Me van a joder bien por esto.

Súbitamente, otro destello cegador iluminó la sala y Jiyong tuvo que cerrar los ojos. La cabeza comenzó a darle vueltas y todo pareció girar a su alrededor, haciendo que su estómago protestara.

¿Por esto pasaba Seunghyun cada vez que alguien lo invocaba? No lo sabía con certeza, pero ya era bastante terrorífico y por sí solo suponía una tortura.

Y, entonces, la luz desapareció.

Jiyong cayó a un profundo foso donde la oscuridad era un ente con vida que lo ahogaba, impidiéndole respirar y haciendo que le escocieran los ojos.

Intentó incorporarse para frenar la caída y sintió bajo el una superficie mullida que le resultaba familiar.

La luz volvió y se encontró en su cama, con Seunghyun sobre él.

Él miró alrededor, perplejo.

— ¿Cómo...?

— Será mejor que esta vez no la frieguen —les dijo Afrodita desde la puerta—. No quiero ni pensar en lo que me harán los de arriba si intento esto de nuevo.

Y se esfumó.

Seunghyun dejó de mirar el hueco de la puerta y clavó los ojos en Jiyong.

— Jiyong, yo...

— Cállate, Seunghyun —le ordenó; no quería perder más tiempo— y enséñame a hacer el amor.

Diciendo esto, lo agarró por la cabeza y lo acercó para darle un beso apasionado y profundo.

Él se lo devolvió con ferocidad, y con un poderoso y magistral envite se introdujo en él.

Jiyong trato de acostumbrarse a la invasión mientras Seunghyun echó la cabeza hacia atrás y gruñó cuando el húmedo cuerpo de Jiyong le dio la bienvenida, envolviéndolo con su calidez. El impacto que sufrieron sus sentidos fue tan poderoso que se estremeció de la cabeza a los pies. Por los dioses, era mucho mejor de lo que había imaginado.

Recordaba las palabras que le había dirigido.

«No quiero vivir sin ti, Seunghyun. ¿Lo entiendes? No puedo vivir sin ti.»

Con la respiración entrecortada, le miró a la cara y quedó subyugado al sentir a Jiyong, cálido y estrecho, alrededor de su miembro. Deslizó la mano por su brazo, hasta capturar su mano y aferrarla con fuerza.

— ¿Te estoy haciendo daño?

— No —le contestó con una mirada tierna y sincera. Se llevó la mano de Seunghyun a los labios y la besó—. Jamás me harás daño estando conmigo.

— Si lo hago, dímelo y me detendré.

Él lo rodeó con los brazos y las piernas.

— Si se te ocurre sacarlo antes del amanecer te perseguiré durante toda la eternidad para darte una paliza.

Seunghyun se rió; no le cabía la menor duda.

Jiyong le pasó la lengua por el cuello y se deleitó al sentir cómo vibraba entre sus brazos.

Él alzó las caderas, muy lentamente, torturándolo con el movimiento y, sin previo aviso, se hundió en el con tanta fuerza que Jiyong creyó morir de placer.

Contuvo el aliento al sentirlo por completo dentro de él. Era una sensación increíble. Era maravilloso sentir las embestidas de ese cuerpo ágil y fuerte.

Cerró los ojos y disfrutó del movimiento de los músculos de Seunghyun, que se contraían y se relajaban sobre su cuerpo. Entrelazó las piernas con las suyas y le embrujó el cosquilleo que sentía al momento que Seunghyun rozaba su próstata.

Jamás había sentido algo parecido. Se limitaba a respirar y a expresar con su cuerpo el amor que sentía por él. Era suyo. Aunque luego lo abandonara, disfrutaría de este momento de gloria junto a él.

Extasiado por el peso de su cuerpo sobre él, le pasó las manos por la espalda hasta llegar a las caderas y lo empujó, incitándolo a ir más rápido.

Seunghyun se mordió los labios cuando sintió que Jiyong le clavaba las uñas en la espalda. ¿Cómo era posible que unas manos tan pequeñas tuvieran el poder de vencerlo?

Jamás lo entendería; como tampoco entendería por qué lo amaba.

Se lo agradecía en el alma.

— Mírame, Jiyong—le dijo, hundiéndose profundamente en el de nuevo—. Quiero ver tus ojos.

Jiyong obedeció. Seunghyun tenía los ojos entrecerrados y, por su modo de respirar y la expresión de su rostro, supo que estaba disfrutando de cada certera embestida. El rubio sentía cómo se le contraían los abdominales cada vez que se movía.

Alzó las caderas para salir al encuentro de los furiosos envites. Nada podía ser mejor que tener a Seunghyun sobre él, besándolo con pasión y deslizándose dentro y fuera de su entrada.

Cuando creyó que ya no podría resistirlo más, su cuerpo estalló en miles de estremecimientos de placer.

— ¡Seunghyun! —gritó, arqueando más su cuerpo hacia él—. ¡ahhhh!

Él castaño se hundió en el hasta el fondo y permaneció inmóvil, observándolo mientras los músculos de su entrada se contraían a su alrededor.

Cuando el abrió los ojos, se encontró con su diabólica sonrisa.

— Te ha gustado eso, ¿verdad? —le preguntó, mostrando sus hoyuelos y rotando sus caderas para que él lo sintiera dentro.

A Jiyong le costó un enorme esfuerzo no gemir de placer.

— Ha estado bien.

— ¿Bien? —le preguntó con una sonrisa—. Creo que tendré que seguir intentándolo.

Se dio la vuelta y lo arrastró consigo, con cuidado de que su miembro no lo abandonara.

Gimió al encontrarse sobre él. Seunghyun alargó un brazo y deshizo el lazo que cerraba el escote del negligé. El diminuto trozo de tela se abrió.

La mirada de puro gozo que transmitían sus ojos fue mucho más placentera para Jiyong que sentirlo en su interior. Sonriendo, alzó las caderas y las bajó para absorberlo por entero.

Él lo sintió estremecerse.

— Te ha gustado eso, ¿verdad?

— Ha estado bien. —Pero la voz estrangulada traicionaba su tono despreocupado.

El rubio soltó una carcajada.

Seunghyun alzó las caderas en ese momento y se introdujo aún más en el.

Jiyong siseó de placer al sentir que lo llenaba por entero. Al sentir la dureza de su cuerpo y la fuerza que ostentaba. Y el aún quería más. Quería ver el rostro de Seunghyun cuando llegase al clímax. Quería ser él que le diera lo que hacía siglos que no experimentaba.

— Si seguimos a este ritmo vamos a estar extenuados cuando llegue el amanecer, ¿lo sabías? —le dijo él.

— No me importa.

— Pero te vas a sentir adolorido.

El contrajo los músculos de su entrada para rodearlo con más fuerza.

— ¿Ah, sí?

— En ese caso... —él deslizó la mano muy lentamente por el cuerpo de Jiyong hasta llegar a su ombligo, y bajó aún más separando los húmedos rizos de su entrepierna para acariciarle su miembro.

Se mordió los labios mientras los dedos de Seunghyun jugueteaban con él, acoplándose al ritmo que imponían sus caderas. Cada vez más rápido, más hondo y con más fuerza.

Lo cogió por la cintura y lo ayudó a seguir el frenético ritmo. Cómo deseaba poder abandonar el cuerpo de Jiyong el tiempo suficiente como para enseñarle unas cuantas posturas más. Pero no les estaba permitido.

Por ahora.

Pero cuando llegara el amanecer....

Jiyong perdió la noción del tiempo mientras sus cuerpos se acariciaban y se deleitaban en su mutua compañía. Sintió que la habitación comenzaba a girar bajo sus expertas caricias, y se dejó llevar por la maravillosa sensación de expresar el amor que sentía por él.

Los dos estaban cubiertos de sudor, pero no dejaron de saborearse; seguían disfrutando de la pasión que al fin compartían.

Esta vez, cuando Jiyong se corrió, se desplomó sobre él.

La profunda risa de Seunghyun reverberó por su cuerpo mientras pasaba sus manos por su espalda, sus caderas y por sus piernas.

Jiyong se estremeció.

Estaba extasiado por el hecho de tener a Jiyong desnudo y tumbado sobre él. Sentía sus pezones aplastados sobre su torso. Su amor por el brotaba de lo más hondo de su alma.

— Podría quedarme así tumbado para siempre —dijo en voz baja.

— Yo también.

Lo rodeó con los brazos y lo atrajo aún más hacia él. Notó cómo sus caricias se ralentizaban y su respiración se hacía más relajada y uniforme.

En unos minutos estuvo completamente dormido.

Lo besó en la cabeza y sonrió mientras se aseguraba de que su miembro no abandonara el lugar donde debía estar.

— Duerme precioso —susurró—. Aún falta mucho para el amanecer.



Jiyong se despertó con la sensación de tener algo cálido que lo llenaba por completo. Cuando comenzó a moverse, fue consciente de unos brazos fuertes como el acero que la inmovilizaban.

— Con cuidado —le advirtió Seunghyun—. No lo saques.

— ¿Me quedé dormido? —balbució, sorprendido de haber hecho tal cosa.

— No importa. No te perdiste gran cosa.

— ¿De verdad? —le preguntó el rubio meneando las caderas y acariciándolo con todo el cuerpo. 

El Amante Perfecto (Gtop)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora