Capítulo 12. A veces, en la oscuridad, se distingue un brillo.

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   —Bueno, Lady Loyce, en vista de que usted promete atendernos mucho mejor a partir de mañana, este cuarto será el suyo. —La mujer observó las escaleras que conducían al sótano.

   —¿Al... sótano? —inquirió con aprehensión con la vela que le habían facilitado. Birger la observó sin comprender su actitud.

   —Pues... sí. ¿Dónde creía que iba a dormir?

   —En una habitación, limpia y...

   —Lady Loyce, aquí no hay cuartos, es... una simple cabaña de un hombre solitario; en medio del bosque, y ni siquiera hay camas. Nosotros dormimos en el suelo, sobre pieles. Si usted gusta eso, perfecto; pero, yo no golpearé a mis hombres si quieren tener por adelantado un poco de la diversión que nos prometió.

   —¿En la cabaña no hay camas? —cuestionó con desdeñoso descreimiento, lo que Birger consideró típico de una dama acostumbrada a la corte.

   —No.

   —¿Y... qué se supone que encontraré en el sótano?

   —¿Además del pobre diablo? Un catre. Es lo único que puedo ofrecerle y la única privacidad que usted tendrá será con ese sujeto. Pero, no se preocupe, no podrá molestarla porque está bien amarrado y, de hacerlo, no dude en que será un placer golpearlo en su nombre. —Loyce pareció hacer una introspección con una mirada sumamente inteligente y una atrevida sonrisa hacia este hombre frente a sí.

   —Pese... a que... al conocernos tuvimos un desencuentro... No sé por qué, pero, creo... que me llevaré mejor contigo que con el resto. —Descendió y volvió a elevar sus pestañas con sensualidad—. Eres rudo, pero... tienes algo de caballero... —ronroneó—. Linda combinación.

   —Chica, no me provoques más o tendrás que compartir ese catre conmigo. —Elevó sus cejas viéndole a los ojos con profundidad, la misma que revelaba su voz.

   —Está bien. Sólo quería hacerte saber que, pese a que eres tosco, sabes hacer sentir bien a una chica. —Le sonrió haciendo caso omiso a sus palabras, descendiendo las escaleras—. Hasta mañana, Birger. —El hombre rió por lo bajo cerrando con llave tras de sí y se asomó al oír su nombre.

   —¿Qué sucede, tiene miedo?

   —No. Sólo... ¿qué si necesito... mh... ir a atender... usted sabe, ciertos asuntos, muy... privados, consecuencia del comer y del beber?

   —¡Oh...! —Volvió a divertirse—. Entiendo. Encontrará allí un balde, en un rincón.

   —Gracias —respondió descendiendo lentamente y elevándose las faldas con una mano, mientras que, con la otra iluminaba su camino—. Espero que no haya ratas o insectos o cualquier cosa que se arrastre... Con sólo pensarlo... ¡Brr...!

   Abandonó el último escalón y adelantó la lumbre para divisar mejor la estancia. Olía a moho y a suciedad. ¡Vaya lugar para mantener a alguien y en especial a una dama! Bueno... ahora lo era. Pudo distinguir desde allí una mesa y a alguien acostado sobre ella. Se llevó las manos a los labios y ojeó hacia la puerta en lo alto de las escaleras; entonces, se aproximó. Sólo rogaba no haber llegado tarde.

   Una vez a su lado y pese a la sangre en su rostro y la suciedad de su ropa, pudo distinguir que se trataba de Gontran y, de inmediato, comprobó su pulso en su cuello y suspiró aliviada. Él estaba vivo.

   —Qué salvajes... —Elevó su mano con un paño que sacó de entre su pecho para limpiar su mejilla. Cuando apenas lo rozó, ambos se sobresaltaron.

   —¿Quién... diablos eres tú? —Su tono no era amistoso y se mostraba afectado por la falta de hidratación.

   —¡Por poco y me matas del susto, Gontran!

Entre un águila de montaña y un búho de granero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora