Capítulo 34. Debo borrarte de mi memoria.

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   Gontran buscó un buen puñado de hojas secas y ramas, acompañado de Alin, pues, ya habían decidido no volver a separarse. No habían hallado qué comer, pero, al menos, podían calentarse y secarse al calor de la fogata. Ambos seguían empapados, fríos y hambrientos. Una gran roca les servía de refugio y esperaba que apaciguara un poco la humareda, pero, no podían seguir así sin riesgo a enfermar, en especial ella.

   —¿Estás bien? —cuestionó al verla tiritar, en tanto él, trataba de reanimar el fuego.

   —No puedo evitar temblar... —confesó castañeando sus dientes.

   —Solo soporta un poco más, Alin... —pidió, frotando una rama con más ahínco sobre una roca, logrando que saliera una pequeña chispa y ella le observó.

   —¿Ayudaría en algo que yo sople, en tanto insistes? —Él la vio con cierto asombro. Pues, no había pensado en pedirle ayuda.

   —Muchísimo, sí. —Le sonrió y ella a su vez, y se inclinó esperando a que él lograra nuevamente la pequeña chispa y ella soplando hasta que, al fin, se originó una llama que finalmente se extendió en el resto de la hojarasca.

   —¡Sí! —Alin clamó dichosa riendo y él la vio con contento.

   —Hacemos un buen equipo, ¿eh?

   —¡Sí, lo hacemos!

   —Pena no haber encontrado algo que llevarnos a la boca... —él suspiró.

   —Sí... Yo también tengo apetito... —Gontran observó a su alrededor.

   —Si tuviéramos una marmita, al menos, podríamos hacer un caldo de musgo...

   —¿Musgo? —ella inquirió asqueada—. ¿Ustedes comen... musgo?

   —Lo usamos como caldo cuando estamos en batalla y no hay nada más que comer. Es nutritivo y, al menos, te mantiene con vida... —Se la quedó viendo pensando en cuán friolenta era e hizo un gesto de desaprobación por no poder hacer nada al respecto—. Ya vuelvo... —Se incorporó y se dirigió a pocos pasos, donde tomó una rama que clavó cerca de la fogata, y quitándose la camisa, la dejó colgando junto al fuego. Luego, repitió la hazaña con otra rama más fuerte—. Este... No sé cómo pedirte esto, Alin... pero... sería mejor que te quites... el vestido y lo cuelgues... Prometo no mirarte... además... —Se sonrojó un poco— dudo que todavía estés tan empapada como... —Carraspeó recordando el espectáculo que la muchacha le había dado y se reprendió a sí mismo. ¡No era momento de tonterías y corrían peligro, y ella simplemente lo corría pudiendo enfermar!—. ¡Solo no deseo que enfermes! —Le dio la espalda tratando de respirar hondo. No entendía por qué le afectaba si en su mundo, las jóvenes eran dueñas de hacer lo que les daba la gana e iban y venían dentro de las cálidas habitaciones de las cantinas, en sugestivas prendas transparentes para conquistar a algún soldado a cambio de un poco de atención, unos tragos y diversión. Y eran mucho más grandes que esta muchachita, tanto en edad, como en físico y... ¿Qué tenía esta niña-búho-enemiga-imposible-llorona-floja-caprichosa-consentida-malcriada que le daba ganas de tenerla y, a la vez, de objetar ese mismo sentimiento? ¿Y para qué rayos se hacía él esa pregunta que le traía a la memoria el contacto de sus labios? Inconscientemente, se cuestionó si incluso tibios serían así de suaves y se abofeteó a sí mismo, por lo que la jovencita, ahora, ya con su harapiento vestido en mano, yendo hacia la rama que él trajo para ello, se desconcertó.

   —¿Es-estás bien?

   —¡Oh, sí! —Él olvidó su promesa y giró para hablarle y, abochornado, volvió a darle la espalda con velocidad—. ¡Oh, diablos! ¡Lo siento, lo siento! ¡No fue intencional! —Alin pudo ver que hasta sus orejas se habían puesto rojas y ella estaba tan confundida que no había tenido ni tiempo de sentirse avergonzada porque él viera su ropa interior. Al percatarse de ello, sus mejillas tomaron color.

Entre un águila de montaña y un búho de granero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora