Hubo un momento imperceptible en el que todos los colores que pululaban por el firmamento se mezclaron en uno sólo, tan blanco que ni unos segundos tardó Sharon en perderse en él, evadida del mundo real. Desaparecieron las casetas, las tiendas, los restaurantes y las atracciones; y con ellos, todas sus preocupaciones. Porque pensaba en todo y en nada al mismo tiempo.
Tan sumida estaba en su propia inconsciencia que apenas reaccionó cuando Lara apoyó una mano en su hombro. Parpadeó dos veces y se giró, pudiendo contemplar con detenimiento facciones en su rostro de las que hasta ahora no se había percatado. Pequeñas heridas, cicatrices o restos de polvo; signos de lucha en cualquier caso. El tiempo parecía no pasar para Lara. De hecho, ni siquiera sabía cuánto había pasado desde que se fue a buscar un arma.
—¿En qué pensabas, Sharon? —preguntó, clavando la vista al frente. Creía que algo había captado la atención de la niña, pero mirase por dónde mirase sólo percibía el mismo paisaje desolador de Dreamland, o la Tierra de los Malos Sueños, como la habían bautizado. Sharon se removió en su sitio.
—En nada –contestó—. ¿No has encontrado algo con lo que defendernos?
Lara negó con la cabeza.
—No. Aquí sólo hay basura.
No era la respuesta que quería oír, aunque nunca tuvo muchas esperanzas de que encontrara algo útil. Bastante suerte se puso de su parte para que el tren funcionara con normalidad. Fue en ese momento de extraña parsimonia cuando dedicó unos segundos a ver los detalles de aquello que la rodeaba. El Vagón de Mandos no tenía mucho que mostrarla.
Se hallaba una bizarra belleza en lo roto, en lo quebrado, al igual que las almas de las buenas personas. Dreamland tenía su encanto. Existía el arte en las chispas de la destrucción, en el fuego del olvido y las cenizas del eterno olvidar. Era real la belleza de un pasado triste en cualquier objeto que yacía encerrado entre los muros de aquella cárcel temática. Y eso la confundía.
¿Es normal ver una profunda expresión artística en un cuerpo desgarrado, degollado o decapitado, dando pinceladas de sangre sobre un suelo incierto, rodeado de miles de personas que aullaban por no sufrir su mismo destino? Era perturbador. Y elegante. Triste, melancólico. Y bello a su manera. ¿Quién sabe? Quizá la chiquilla estaba aprendiendo a ver las cosas desde un punto de vista diferente.
–Lara... —llamó, captando su atención enseguida—. Comprendo tu miedo. Sé que, al igual que tú, las dos hemos pasado por situaciones que no deberíamos. Por muchas. Pero... para mí eres una referente. No tengo ni idea de todo lo que debe estar rondando por tu cabeza ahora mismo y... sólo quiero que seas la misma heroína que has sido siempre. Para todos. Quiero que sigas siendo mi ejemplo a seguir. Y mi ejemplo a seguir no le tiene miedo a nada, ¿verdad?
Sharon miró fijamente a sus ojos. Quería sinceridad. Al fin y al cabo, demostró con sus palabras que la dulzura podía derretir un corazón bondadoso. Uno como el de Lara. Pero era vital para ella saber que ese corazón no estaba corrompido, sumido en las tinieblas. ¿Para qué negarlo? Nacían los brotes de la desconfianza.
—No te preocupes, Sharon. Cuando todo esto acabe seré la envidia de todas tus heroínas de cuento.
Lara correspondió su mirada. Cogió su mano y, entre leves sollozos, las lágrimas perlaron sus ojos. Habían pasado tanto tiempo juntas que era inusual no poder recordar ni un sólo minuto en el que alguna llorara. Y es que ambas eran fuertes. Tan sólo tenían que creérselo, y ya nada podría vencer su espíritu libre. Pero debían hacerlo pronto. Tan pronto como escucharon ese extraño alboroto.
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Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)
Mystery / ThrillerLa sinfonía de la muerte nos guía de nuevo hasta la Tierra de los Sueños Rotos. Dreamland, la gloria y el orgullo de antaño, ahora sólo un viejo parque de atracciones... ¿abandonado? Nadie lo diría de saber sobre las criaturas y los secretos que yac...