Capítulo 12: Sin Cadenas

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Una brisa gélida acompañaba de la mano al espectro de la muerte, danzando en sus dominios de praderas marchitas. Cómo un espacio tan claustrofóbico podía transmitir tanta inseguridad a un alma humana era algo que Josh no llegaba a comprender. La imagen de aquella cesta, cayendo al granito, fruto de la gravedad terrestre, se quedó grabada en su retina para incorporarse a las temáticas de sus múltiples pesadillas.

Se imaginó a él mismo junto a ella, precipitándose al vacío, directo a un cruento final. Cerraría los ojos una última vez, sin posibilidad de reír, soñar o llorar. Sería una situación definitiva. Una paz eterna que encerraba cruentas desgracias. Porque las almas en pena desahogarían sus llantos al viento por la pérdida de un hombre honrado.

—¿Vamos? —interrumpió una voz a su memoria.

Scarlett ya se encontraba subiendo las escaleras de metal, perdiéndose en la distancia, tambaleándose en un reflejo de cristal. No parecía turbada por el reciente suceso. Frente a ella, la noria no cesaba de girar. Era una atracción para niños que ahora resultaba ser sobrenatural. No escuchaba risas risueñas ni chillidos infantiles. Sólo a su mente acudían gritos de agonía, repitiéndose una y otra vez como una lenta letanía de muerte.

Dificultosamente, tragó saliva y siguió el espectro de su compañera, desapareciendo con ella para nunca mirar atrás. Con cada paso que daban aumentaba el tamaño de la noria, imponente frente a decenas de atracciones más. Hierro inanimado que movía el viento y rompía el sonido para hacerse oír entre las sombras del mal. En él si percibía risas de crueldad.

—¿Cómo se supone que entraremos? ¿Y cómo saltaremos? ¡La noria está en marcha! —se quejó el más joven. Su carne de gallina delataba su nerviosismo, como tantas otras veces. Odiaba esa característica intrínseca en su ser.

—Estamos en Dreamland. Tendrás que deshacerte de ese miedo y arriesgarte como el hombre que eres.

La anciana le miró de soslayo. Le aturdían sus palabras. ¿Dónde quedó ese chico joven y atlético que hizo lo imposible por poner a salvo a su hija? No le reconocía en ese rostro atemorizado, o en esos ojos castaños que reflejaban asustados el reflejo de la noria. En verdad Dreamland cambiaba a las personas. Las convertía en seres vulnerables.

Una cesta se aproximaba a su escueta anatomía. Extendió la mano, con precaución, y en menos de un segundo abrió la puerta que la sellaba. Fijó sus pies al suelo intentando no caer y, juntos, observaron como esta se elevaba en las alturas. En ella impactó la luz del sol, les cegó unos instantes, y siguió su ruta por el parque. Scarlett giró su espalda, sonriente.

—¡Prepárate!

Josh se acercó a ella. Ocultó sus nervios, su temor. Codo con codo, contemplaron como la cesta descendía con parsimonia, retándoles en silencio. Apenas tuvieron el tiempo necesario para impulsarse y saltar a su interior. Sus corazones latían desbocados, frenéticos, pero llenos de vida. Una vez dentro de la cesta admiraron su azaña. Lo consiguieron.

Pero lo peor estaba por llegar. La puerta seguía abierta de par en par, mostrando frente a sus ojos una nueva perspectiva del parque. Se asomaron tras una breve celebración, mirando fijamente cada punto de Dreamland, sus detalles, sus excentricidades. Era un lugar mágico plagado de maldad. En segundos, llegó su siguiente enemigo. Su monstruo de metal. Citrón.

Apenas en un salto alcanzarían su estructura perfectamente, pero, ¿quién era el valiente que se atrevía a darlo? Decenas de metros de altura echaban hacia atrás su gélido cuerpo, asombrado por las vistas que el lugar les ofrecía. Desde lo más alto contemplaban Citrón, su deterioro y sus vagones silenciosos, ocultos en una espesa bruma de humo. El joven miró a Scarlett de soslayo.

Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora