Capítulo 14: Oleadas de Dolor

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Paredes del castillo repletas de siniestros espejismos. Ruidos agonizantes, gritos de silencio, desgarradores del alma. Era tan falso: el decorado, el color, los sentimientos,... Lara era un extraño cúmulo de todos ellos. Un espectro caminante en un camino sin andar, que se arrastra a falta de esperanza luchando por vivir un día más.

Esas llamas, en las antorchas, eran su única luz. Quedó oscuro su corazón al venderlo a la mentira, un postor ingrato que caminaba junto a la mano de la injusticia. Se dejó llevar por su egoísmo, la soberbia, las promesas vacías de un futuro mejor. Pero era gratis soñar. Y tan, tan bonito.... Sonreía en esos efímeros instantes en los que se sumía en su autocomplacencia.

Se imaginaba su mano agarrando la de su amado, y juntos, caminando sobre un campo lleno de rosas. Ella se reía incesante mientras huía de su abrazo; luego, se perdía en sus besos; en sus labios. Eran su mundo por explorar. Cálidos, hermosos, exentos de todo mal. Era idílico vivir en un mundo imaginario y no en la realidad. Allí no te enfrentabas a tu destino, tus castigos o tu forma de pensar.

Por eso, aunque la luz del sol empañó la vista de la joven morena, siguió sintiéndose encerrada en un laberinto de sombras. ¿Era el amor más fuerte que la amistad? Depende. Esa palabra hacía que se planteara su decisión una y otra vez. Cómo dos personas tan diferentes podían ocupar tanto espacio en su corazón era algo inexplicable.

Por una parte, compartió junto a Richard la mayor parte de su vida. No sólo eso, estuvieron el uno junto al otro en las buenas y en las malas, aportándose confianza, ánimos y deseos de lucha y victoria. Recordó ese beso, apenas hace unos días, en los que sintió morir y conseguir la ansiada paz eterna. Lo añoraba con toda su alma.

Y luego estaba Sharon.

El brillo de sus ojos. Su eterna y fiel compañera. Cada vez que recordaba la hermosura de su rostro se le encogía el estómago. Ella fue por siempre su fuente de energía. Compartió junto a ella casi tantos momentos como con Richard. La ayudó una y otra vez a incorporarse en una nueva sociedad. Estaba siempre allí para ella. Se lo pagó vendiéndola.

A su peor enemigo.

Y ahora era su sierva. Contuvo su respiración, con las lágrimas a flor de piel. Todas esas veces que se creyó poseedora de un espíritu inquebrantable fueron falsas. Era un muñeco de trapo con un caro traje de porcelana. Se veía exquisito, pero por dentro era insulso, inhumano a ojos de los demás. ¿Cuánto tiempo se mintió a sí misma? Debía admitirlo. Era una sucia cobarde.

Una cobarde que vendió a su única y mejor amiga por la promesa de recuperar un amor perdido. Yacía en ella la esperanza de que había tomado la decisión correcta. Al fin y al cabo, no lo hizo sólo por ella. Por un instante se imaginó que hubiera pasado si jamás se hubiera ofrecido a ser esclava del Amo. Rememoró esa imagen temerosa de su realidad.

La vida de Jessica pendía de sus manos. Al igual que Scarlett, la vio con su piel totalmente calcinada, de un tono tan grisáceo como la túnica de Abraham. La inglesa gritando, suplicando por su vida, mientras las llamas devoraban su cordura y la llevaban directa a un cruento camino de muerte. Sus ojos llorosos contemplándola, señalándola con su dedo acusador.

Ella la dejó morir. Y Abraham rió en silencio.

Por fortuna, sólo fue un terrible pensamiento provocado por una mente marchita. Lara cumplió su promesa y, junto a Jessica, vivirían la vida perfecta que siempre habían soñado. Una promesa idílica proveniente de la persona más ruin e inhumana del mundo. Él se lo prometió. Traidor a traidor. Jefe a empleado. Dueño a esbirro.

Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora