Capítulo 6: Ecos de Muerte

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Como la felicidad, seguir el estrecho rastro de sangre de cuervo fue algo efímero, de tener en cuenta que tampoco había mucho líquido que sustraer para marcar un largo camino. Paso a paso, el tono granate se fundió con las líneas del suelo, dejándolas frente a una de las múltiples paredes del castillo. En ella, una flecha, grande y escarlata, yacía pintada con obviada rapidez.

—Es una trampa. Tiene que serlo, es demasiada coincidencia —protestó Sharon. Adoptó una actitud defensiva al cruzarse de brazos. Sabía que Lara no opinaría lo mismo. Cantó bingo al oír su escueta respuesta.

—Para ti todo es una trampa: la caja de música, el tren, la flecha,...

—Casi nos matamos en el tren. Y todavía no sabemos para qué sirve la caja. ¿Por qué arriesgarnos con esto?

—¿Te recuerdo que no tenemos ni idea de dónde se encuentra el arma?

Ahí no tuvo más remedio que desistir. Era el mismo motivo por el que siguieron el reguero de sangre, abandonando a su suerte al cadáver del pobre cuervo negro por el cual ya nada podían hacer. Aun así, no se fiaba ni un pelo. Lara prometió estar atenta por si era algún truco sucio planeado por cualquier extraño.

Por otra parte, ¿querría alguien ayudarles de algún modo marcándoles un camino a seguir sin previo aviso? Improbable. Todos sus amigos se encontraban ya en un lugar mejor, lejos de Dreamland. Y los que no, cayeron sin remedio en las sucias garras de Abraham y su maléfico ejército de secuaces. Nada podían hacer por ellos hasta que aquel anciano no estuviera muerto para siempre.

No tardaron en encontrar otra flecha similar a la anterior pintada en una pared distinta. Sin duda, tenían frente a ellas un largo camino que recorrer. El recorrido se les presentaba como una laberíntica vía de sombras. Disimulaban que su atención se perdía en los decorados del lugar, sus figurinas de porcelana y sus cuadros de ancestros más ancianos que el tiempo mismo.

Les susurraban palabras de llenas de esperanza y vacías de honestidad. Aquellos objetos distraían su mente y las llevaban a lugares lejanos, como en un profundo sueño nocturno. Tuvieron que hacer un gran esfuerzo para no caer en sus trucos y perderse dentro de aquella galería de tétricos pasajes. No fue mucho después cuando perdieron su noción.

Conforme se adentraban en los recovecos de House of the Dead Symphony era más notorio el cambio de luz: antes radiante, ahora inexistente. La oscuridad se les antojaba como algo ordinario a aquellas alturas, y sus ojos ya estaban acostumbrados a lidiar con ella. Sólo unas finas líneas de luz natural se colaban por las estrechas ventanas tapiadas de la mansión. Luego vino el fuego, vigoroso en sus antorchas.

Sus llamas abarcaban hasta el último rincón de los pasillos perdidos del castillo. Ignoraban si habían descendido siquiera a sus más recónditas galerías, a sus calabozos malditos o sus salas secretas. Sólo seguían flechas sin significado. Y de repente, desaparecieron. Una puerta humilde se alzaba ante las chicas, escondiendo los secretos de una habitación olvidada.

—Abre tú —ordenó la niña.

Se sorprendió ante su propio eco, como si no se esperara el sonido de su voz recorriendo los pasillos del lugar para, inútilmente, tratar de rehuir sus murallas de piedra. Lara asintió y, obedeciendo a la chiquilla asustada, agarró el pomo de la puerta con determinación. Si tenía que enfrentarse a algo, al menos no lo haría con una actitud de cobarde. De ser así, la batalla ya estaba perdida.

Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora