«La carpa del circo se alzaba en la noche como una cúpula negra recortada sobre un dosel de estrellas y penumbras. Con el arco de su entrada abierto de par en par, parecía una catedral de oscuridad...»
—Paul Kersley (El Pintor de Pesadillas)
Corría el alma directa al diablo; a fundirse en las llamas de su imperio blanco y carmesí. La lejanía se desvanecía a cada zancada, borrada por el sudor de la frente del muchacho. Tras él, Scarlett y Jessica siquiera podían pisarle los talones. Ellas no tenían las dos mitades de su corazón en manos de la reencarnación de la maldad. Y como todo es peor cuando tiene nombre, su mal se llamaba Abraham.
Intentó no pensar en su familia conforme corría hacia el circo. Su dolor era suficiente sin imaginarse el rostro cubierto de lágrimas de su hija o las heridas y magulladuras que probablemente habría tenido que sufrir su mujer. Lo único que calmaba su mente inquieta era que aquellas imágenes eran inciertas. Si bien sabía que ambas mujeres se hallaban presas en el circo, no era consciente del estado en el que se encontraban.
Quién sabe. Quizá Abraham se hizo pasar por el sombrerero loco y ahora mismo estaban tomando el té. O quizá ahora mismo estaban muertas.
—Josh... Por favor... Reduce... tu velocidad —jadeó Jess, al borde del colapso. Se percató de cómo Scarlett la adelantaba según ella aminoraba la marcha. Frenó en seco. Se puso en cuclillas descansando sus manos encima de sus piernas, tomando todo el aire que sus pulmones eran capaces de almacenar. Su pecho subía y bajaba mientras, unos metros frente a ella, sus compañeros se convertían en puntos negros desvaneciéndose en la distancia.
Misterios del destino.
Pensó tirar la toalla y dejar que fuesen ellos quienes salvasen a las dos damiselas en apuros cuando un grito exasperante escapó de su garganta, llamándoles, provocando que Scarlett y Josh incluso se asustaran de tan repentina sorpresa. Al principio creyó que sus ojos la estaban traicionando. Frotándolos, incluso, la imagen de Lara en el restaurante contiguo no desaparecía.
Jessica clavó su vista en ella. Porque era ella. Sentada tranquilamente en una mesa apartada, dando suaves sorbos a una taza de café. Sus ojos recorrían despacio el local como si fuera el momento más pacífico del mundo. Como si la vida de dos de sus amigas, entre ellas la más íntima, no corrieran peligro en absoluto.
Tan pronto como ambos dirigieron la vista al restaurante, fueron capaces de contemplar a Lara del mismo modo en que lo hacía Jessica. Entonces surgieron las preguntas; sin respuestas, ni nada que aclarar. ¿Y si era una trampa? ¿Otra burda distracción propia de alguien tan ruin como el Amo? Las agujas del reloj no daban un sólo respiro. El circo en la distancia tampoco.
—¡No os acerquéis más! —advirtió Jessica. Pues su prodigiosa mente fluían las ideas—. Yo iré por Lara. Vosotros rescatad a Sarah y Sharon.
Debido a su determinación, Scarlett y Josh asintieron. Apenas se despidieron con un rápido gesto de manos. Les sobró tiempo para correr, dejando atrás a su inglesa compañera, sola ante el peligro de reunirse con una mujer que puso sus vidas en peligro hacía unas pocas horas. ¿Cómo debía comportarse ante ella, tras su sucia traición? Tampoco le importaban mucho los modales. No descartaba la posibilidad de que la chica en el restaurante ni siquiera se tratase de Lara.
Y no importaba en absoluto la educación si sus manos se zafaban con fuerza a su garganta, con el único ansia de ver a Jessica dando su último respiro.
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Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)
Mystery / ThrillerLa sinfonía de la muerte nos guía de nuevo hasta la Tierra de los Sueños Rotos. Dreamland, la gloria y el orgullo de antaño, ahora sólo un viejo parque de atracciones... ¿abandonado? Nadie lo diría de saber sobre las criaturas y los secretos que yac...