Epílogo (Parte 1/2)

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Puede que odiara el silencio; no estaba segura. Quizá sólo le molestaba que el motor lo cortara, haciendo del coche un espacio más reducido de lo que realmente era. Pero en el fondo, sabía que el ruido, ausente o no, no era lo que le inquietaba. Le dolían sus propios pensamientos. Y ver cómo Josh y Lara también se hundían en ellos, hasta desaparecer. Hasta lograr que doliera el silencio.

Sharon se inclinó sobre la ventanilla del coche.

«Manzanas. Deliciosas y nutritivas manzanas, ¡al menos una docena!»

Sonrió levemente. Era irónico. Deseó su muerte y celebró su derrota por tanto tiempo... y sin embargo, ahora quería que pronunciara aquellas palabras, aunque estúpidas, en sus oídos. Deseaba que Scarlett siguiera allí con ella. El miedo y la impotencia los combatía con decisión, lógica, perseverancia y un pequeño toque de humor. No con silencio. No con pensamientos.

Tenía que resignarse a llorar en silencio hasta que alcanzaran un sitio dónde pedir ayuda. Un bar de carretera, la casa de un anciano de pueblo o una triste y desolada gasolinera. Y, ¿adivináis cómo tenía que hacerlo? ¡Exacto! En absoluto silencio. Sharon se recostó sobre el asiento y observó a Lara, apacible. Se percató de que tenía los ojos empañados, como si estuviera a punto de llorar.

Pero no lloraba. No por fuera, al menos.

Miraba a la carretera e incluso más allá, perdiéndose en la distancia. ¿Qué debía hacer? El rostro pertenecía a su amiga, su aliada; pero su mente era dueña de la maldad y la venganza. Dudaba que su dedo acusador perteneciera realmente a Lara. Quizá tuvo sus motivos para traicionarla, ¿no? Para venderla a las llamas a base de mentiras. De ser así, no se aseguraría pronto de ello.

Tanto Lara como Josh parecían incapaces de hablar.

¿Y su padre? Tanto tiempo separado de su hija y la siguiente vez que la ve es junto a su difunta madre amenazada de muerte por un psicópata decrépito y malhumorado. Ni siquiera sabía que había estado a punto de morir, sumida en la inconsciencia, debido al dolor de las llamas abrazando su pálido cuerpo. No. Josh no estaba bien. ¿Estaría en condiciones de pedir ayuda en la gasolinera en la que acababa de parar?

Le siguió con la mirada hasta perderle tras los estantes de golosinas. Creía ver su cabeza mirando frenéticamente de un lado a otro, en busca del encargado. Tenía razón. Aquella gasolinera se encontraba tan desolada como la había imaginado. Nadie, salvo ellos y un recepcionista. Un chico adolescente que, a juzgar por la expresión de su rostro, no tomaba en serio ni una sola palabra que le decía su padre.

—No lo conseguirá –susurró Lara. A Sharon le pilló de improvisto, metida de lleno en la cómica escena a unos palmos frente a ella.

—¿Ehm?

—No lo logrará. No conseguirá ayuda.

Concisa. Así se mostraba Lara cuando sólo veía una opción; un sólo camino que tomar. Tal vez uno que les llevara a un callejón sin salida.

—Debes tener paciencia. Dreamland es muy conocido y...

—Dreamland no existe.

Sharon se quedó de piedra. Perpleja. Atónita. ¿Había oído bien? Todavía olía el humo en su pelo, y el azufre ascendiente alojado en sus fosas nasales, recordando el infierno del que acababa de escapar. Abraham, sus siervos, y cuatro almas inocentes murieron allí. Lara estaba conmocionada por la catástrofe. Sí, debía ser eso. No aguantaba la tragedia y negaba su existencia.

Scarlett: Carnival Ride (Trilogía Scarlett n°3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora