I.

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Viktor jadea, suspira y suda, tiembla con gozo ante el placer que esa mujer le está dando, placer carnal, ese placer como solo el sexo puede proporcionar. El vaivén es sumamente excitante, tan satisfactorio que está casi perdiendo la cordura de sus pensamientos. No puede pensar en nada. Nada más que el placer. Placer, éxtasis, satisfacción. Sexo en su estado puro. Ardiente y asfixiante, y al ruso como le encantan esas sensaciones que goza.

No hay lugar en su mente para recordar a su marido.

Su anillo de matrimonio debe de estar tirado en algún lugar de la habitación, como todas sus pertenencias. Su saco y corbata están en la estancia, sus zapatos en las escaleras, su camisa en el pasillo casi entrando a la habitación, su pantalón y su bóxer en el suelo casi debajo de la cama, como su anillo, tirado como si no valiese nada.

No importa.

Esa sensación placentera es lo único importante.

Nada más importa.

De todas formas, su esposo Yuuri debe creerlo en alguna junta o una cena importante, algo más importante que el mismo japonés, por eso no se preocupa, el menor debe de estar cenando a las siete de la noche, solo en esa mesa, después verá televisión un rato, o adelantará su trabajo de la escuela, finalmente se irá a la cama casi a las diez, Viktor llegará una hora después, le hará un caricia, besará su mejilla y el japonés sonreirá, porque con eso estará satisfecho.

Pero él no está satisfecho solo con eso. Él prefiere sentir ese placer carnal que le provoca el sexo, no importa si Yuuri lo espera, o si lo busca y él lo rechaza, no importa si está traicionando su confianza, lo seguirá haciendo, convenciéndose de que esa será la última vez que irá a ese departamento que él le compró a su amante, repitiéndose una y otra vez que lo disfruta porque es la última, pues al final, terminará aquello y se irá, y al final dará por terminado lo más importante.

Pero al final no puede. Al final siempre regresa. Y al final, cuando ve la dulce sonrisa de Yuuri por las mañanas o por las noches, se convence cada día un poco más de lo que debe hacer.

-Ah...- jadea tan alto cuando termina su placer y su orgasmo se libera. Todo lo que hace por esa magnífica sensación. Muerde su lengua, controlándola de lo que no debe decir.

Porque no importa que tan sediento este del placer sexual, jamás dirá algo para lastimar más a Yuuri de lo que ya hace.

Reportó al kínder que no se sentía bien para atender las labores escolares aquel día, y pidió que su compañero lo suplantara

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Reportó al kínder que no se sentía bien para atender las labores escolares aquel día, y pidió que su compañero lo suplantara. No quería que sus niños se aburriesen y aunque sabía que lo extrañarían, decidió faltar.

Se arrepiente. Sigue acostado en la cama, con su pijama gris aún, y el cuerpo adolorido. No sabe si es el cuerpo o el corazón, pero no quiere levantarse. Duele. Aún duele después de 24 horas. Las lágrimas aún salen, y quiere gritar. En la cama están cientos de papeles desechables por tanto que limpia sus ojos y su nariz, su móvil esta aun lado tirado en la alfombra, y de verdad que quiere dejar de llorar. En su recamara el sol no logra entrar por las cortinas obscuras, moradas, como el edredón, y como la pared, la cabecera de la cama es de un café obscuro, como la decoración, los buros y la alfombra. Ver la habitación y recordar es un poco más doloroso, más agrio por saber que a Viktor le gusta así. Y sigue doliendo, y solo se le ocurre llorar e hipar y jadear y sollozar. No puede gritar porque su garganta se cierra con ese nudo. No quiere levantarse.

Perdóname amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora