II.

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No deja de llorar, desde la noche pasada que llegó a esa casa a querido dejar de hacerlo, pero no puede, las lágrimas, el dolor y la tristeza lo invaden completamente. El recuerdo de Viktor, el recuerdo de sus palabras, y el hecho de haberle pedido el divorcio justo el día de su aniversario no lo dejan detenerse. No importa mucho, en realidad nada, para eso pidió un descanso en el trabajo, porque sabía que se la pasaría tumbado en la cama, en la casa de su amigo, corrección, en la mansión de su amigo. Esta hecho ovillo, peor de lo que estaba el día anterior, peor porque ahora aprieta las sabanas como si estuviera doliéndole algo -además del corazón-. Cree y sabe que definitivamente pasara mucho tiempo para que se recupere. Aun peor. No encuentra el aro dorado en su dedo, se siente vacío ese lugar, y eso le duele aún más. No debió haberle dejado a Viktor su anillo, pero en ese momento parecía que ese objeto le iba a tener peor. Ya no sabe si hiso lo correcto o no lo desea así.

-Es hora de que alguien tenga un delicioso y nutritivo desayuno. - escucha al tailandés entrar a la habitación, cuando lo observa, nota la bandeja de comida que sostiene en sus manos y la sonrisa que el moreno tiene.

Pero no quiere nada.

-Por favor. – murmura decaído. - no quiero nada. - agrega escondiéndose en las sabanas.

-Yuuri mientras más rápido recuperes tu vida más rápido lo superaras. – siente la cama hundirse de un lado indicándole al japonés que su amigo se ha sentado, ahora no quiere ver a nadie, ni a Viktor y mucho menos a Phichit.

Le molesta que se esté aprovechando de la situación y de su dolor. No es justo.

-No quiero nada. - dice molesto. - recuperare mi vida mañana, por hoy déjame.

Escucha el suspiro de su amigo, y siente que se ha pasado un poco, solo un poco con él. Pero quiere que entienda que no es justo aprovecharse de la situación que esta viviendo, quiere a Viktor, y le duele dejarlo, le duele haber terminado doce años de relación con el que ha sido el amor de su vida, su mejor amigo, su pareja, su novio, su marido, su vida. La puerta se cierra, y se siente solo de nuevo, la sensación de estar solo cuando vive esa etapa le calma de manera increíble, ahora vuelve a apretar las sabanas, casi morderlas para seguir llorando.

Lo sabe, se pasará el día llorando lamentan su desdicha, pensara en mil maneras de suicidarse, tal vez hasta se levante para hacer una, pero sabe que no será capaz de hacerlo, así que regresara a la cama y seguirá llorando, como el buen masoquista que cree ser, se pondrá recorra todo lo vivido con su marido, desde su encuentro, hasta que se hicieron amigos, y hasta cuando se casaron y se entregó a él. Sabe que llorara cada minuto del día para que al final de esté, este un poco más tranquilo por haber dejado salir por fin el dolor, no habrá sacado todo el dolor, no cree que algún día pueda, pero al menos intentara aliviarse, mañana hará lo mismo, pero comerá algo e intentara levantarse, y así estará cada día logrando superar el amor puro e incondicional que le tiene a su esposo, a su vida.

Viktor no está en mejores condiciones, él lo tiene un poco más doloroso, porque está ahí acostado, en esa cama donde Yuuri durmió por años, más no tiene su olor, huele a detergente, a lavanda como le gusta a él. Probablemente Yuuri lavo las cobijas antes de irse, y se encargó de eliminar su existencia de ese departamento. No hay rastro de que alguna vez vivió ahí, no está su olor, no están sus partencias, no hay ni siquiera una fotografía de él. Viktor cree que o se las ha llevado todas –que lo duda porque eso significaría más dolor para el menor- o están guardadas en alguna parte de la casa -que lo cree más posible-.

Sin embargo, Yuuri dejó su anillo. Y la poca luz que logra haber por la pequeña abertura de la ventana, hace que sus anillos resplandezcan como estrellas, su oro brilla como siempre lo han hecho, y le duele mucho. A diferencia de Yuuri, él no tiene permitido llorar con todas sus ganas, él hizo aquello, él lo provocó y lo tiene que pagar, por eso solo deja las lágrimas caer, sin jadear o hipar, solo deja que sus lágrimas se deslicen hasta alcanzar la almohada mientras él mira que, en su brazo estirado, su mano sostiene sus dos tesoros.

Perdóname amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora