8. Sin besos franceses.

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8. Sin besos franceses.

-No quiero sonar grosera–Coloqué los vasos desechables con café sobre la mesa y me senté frente a ella-, pero, ¿qué haces acá?

La mujer a la que por cariño o educación debía llamar "abuela" se rió de manera discreta, llevando una mano a su boca para cubrir la sonrisa que se le formó en el rostro.

Después de haber hecho un alboroto a las afueras del set de grabación, me vi obligada a dejarla entrar y dedicarle al menos unos minutos de mi atención. Nos ubicamos en el lugar que se usaba para comer y me dispuse a tener una charla civilizada con ella.

-¿Acaso una abuela debe tener una excusa para ver a su nieta favorita?

-Única nieta–Recalqué, con un rostro tan inexpresivo que creo logré asustarla. Me crucé de brazos, tratando de lucir como una mujer decidida.

-El testamento de tu mamá dice que ha dejado todas sus acciones en la empresa a ti.

Asentí, ya al tanto de la situación y sin entender a dónde quería llegar con eso. Yo sabía que ahora gran parte de la empresa que mis padres habían fundado era mía, pero tanto mi ambición como mis ganas de hacerme cargo del negocio familiar, eran nulas.

-Ya lo sé–Murmuré-y yo he dicho que no estoy interesada en....

-El último deseo de tu madre era que tú ocuparas su lugar en la mesa directiva. He venido a buscarte para llevarte a donde perteneces.

-Estás loca si piensas que volveré a New York–Espeté, con expresión de desagrado.

-¿Todo bien?

Mi abuela y yo dirigimos nuestra mirada a Norman, quien se había acercado a nosotros, viéndome con cierta preocupación. La anciana arqueó una ceja ante la interrupción de Reedus y tosió, típico gesto de desprecio que estaba acostumbrada a hacer.

-Sí, Norman, todo bien–Sonreí falsamente y, aunque creo que él lo notó, sólo asintió y volvió a dejarnos solas.

La mujer me observó por unos segundos, como si estuviese analizando algo que notó. Fruncí el ceño y después, sin decirme nada más, se puso de pie.

-No me equivoqué cuando dije que eras la decepción de la familia.

Y se marchó. Y yo, por primera vez en la vida, sentí que quizás ella tenía razón.

***

-¿Segura que estás bien?–Norman me preguntó por enésima vez en menos de diez minutos y resoplé-La visita de esa mujer te ha dejado bastante molesta.

Traté de hacer caso omiso a su pregunta, porque ya le había respondido bastantes veces que me encontraba bien. Aun así, al parecer, seguía sin creerme, porque pausó la película y se quedó mirándome atento.

-¿Al menos puedes explicarme qué quería tu abuela?–Insistió serio y rodé los ojos.

-Sólo discutir unas estupideces de la herencia, sólo eso–Farfullé, intentando no darle importancia a la situación-¿Podemos continuar viendo la película ahora?

No quería asustar a Norman, no quería explicarle lo complicada que era mi vida en New York. No era algo que fuese importante, porque yo, de ninguna manera, aceptaría vivir esa vida. 

-Mierda–Se alarmó al ver la hora en el brillante reloj que relucía en su muñeca-, ya es tarde, debo irme. Mañana llegaré al aeropuerto con sueño por tu culpa.

-No seas dramático, puedes dormir en el avión–Dije y su respuesta fue sacarme la lengua como un niño pequeño.

Me reí fuerte y lo abracé, olvidándome de los problemas de la mañana. Me gustaba esto, él apoyándome cuando lo necesitaba y saber que se quedaría sin importar lo que pasara.

-Quiero conocerte, ________. Quiero saber todo sobre ti, aunque tu abuela sea una vieja desagradable...-Volví a reír con mi rostro escondido en su cuello.

Sus grandes manos se posaron sobre mis mejillas y suspiró, con evidente preocupación. Cerré los ojos ante su tacto y sentí su boca pegarse a la mía sin avisarme antes de hacerlo.

-Hey, hey... dijimos sin besos franceses–Sonreí, separándome de él, con nuestras narices rozando y sus labios intentando alcanzar los míos.

Acorralada contra la pared y su frente pegada a la mía, su mirada me estaba quemando viva. Fue ahí cuando entendí que nosotros éramos algo que debía suceder. Algo que finalmente estaba sucediendo. El fuego conocía a la gasolina.

-A la mierda las reglas–Murmuró, antes de besarme apasionadamente.

Respondí con ganas, con mis brazos buscando acercarlo más a mí, aunque ya no existiese distancia entre nosotros. Sólo la necesidad de respirar logró separarnos después de un rato, con unas enormes sonrisas de satisfacción.

-Nos vemos el sábado–Suspiró antes de dar un último corto beso sobre mis labios.

-Te quiero.

Me sorprendí luego de decir esas palabras, porque se me escaparon directo desde el corazón. Quizás era muy pronto para sentirlas, más aún para decirlas, pero al fin y al cabo era lo que había estado creciendo dentro de mí desde el primer día que lo conocí hasta este momento.

Pero más me sorprendió, que él, en vez de desviar mi declaración, no tardó ni un segundo en responderla.

-Yo también.

The Exception - Norman ReedusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora