14. Lo que ha sucedido en seis semanas y lo que está por suceder.

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14. Lo que ha sucedido en seis semanas y lo que está por suceder.

Cuando tomé el vuelo a New York, no sabía qué era lo que me esperaba, pero imaginé que sería mejor que Georgia. Quizás no era la mejor decisión que había tomado, mas era la correcta, o al menos eso creí.

Mis intenciones de viajar a Italia con mi padre se vieron truncadas casi de manera instantánea cuando me recogió en el aeropuerto, acompañado de mi abuela. El caos y arrepentimiento comenzaron unos minutos después, en el auto, camino al pent-house de mi papá; ahí, me pusieron al tanto de la delicada situación que la empresa estaba sufriendo y, como si no hubiera tenido suficiente con lo de Norman, me explicaron la drástica y única solución que nos salvaría. Llevaba menos de una hora en la gran manzana y ya quería huir de ahí.

Llegar a New York no había sido nada mágico, nada de un nuevo comienzo y esas mierdas que muestran en las películas, sólo una nueva ciudad, con nuevos problemas. Y ahora, que ya casi cumplía un mes y medio en esta ciudad, sentía que estaba bastante lejos de sentirme como en casa.

-¿Ya te vas?

Miré a la rubia que apenas conocía hace tres semanas y ya decía llamarse amiga mía y sonreí falsamente. Desde que llegué mi abuela se había encargado de rodearme de personas "dignas" de nuestra clase, esa era la razón por la que ahora tenía tantas "amigas".

Estaba en un evento de caridad, al cual me veía obligada a asistir sólo por el hecho de pertenecer a la mesa directiva de la empresa familiar. Ese era mi único trabajo, asistir a los eventos, galas y fiestas, mientras que mi papá y la abuela se encargarían de la administración y cosas más importantes que a mí no me interesaban.

-Sí, estoy algo cansada. Mi chofer ya está esperándome afuera–Mentí-, así que, adiós.

La verdad era que le había dado la tarde libre a John, mi chofer. Odiaba depender de alguien para transportarme de un lugar a otro. Podía manejar, podía caminar, podía tomar el metro, no era tan inútil como para requerir un chofer y se lo había dejado claro a mi abuela, pero, nuevamente salió con el tema de la clase, del status y del poder. Sólo para tener que ahorrarme un sermón más, accedí a que John me llevara a donde yo desease.

Me dolían los pies y todo era por culpa de los inmensos tacos de diseñador que llevaba puestos. Sin vergüenza alguna, me los quité, y emprendí mi camino por las calles neoyorquinas, descalza.

Caminar, me había dado tiempo para pensar y pensar, me había hecho notar que mi vida se estaba volviendo más aburrida que antes, si es que eso era posible. Era como mi pesadilla haciéndose realidad; me estaba convirtiendo en una aburrida mujer perteneciente a la élite de Manhattan.

Decidida a no dejar que eso pasara, tomé cartas en el asunto y me obligué a entrar al primer bar por el que pasé.

El local estaba casi lleno, pero la barra estaba casi libre. Me senté en uno de los pisos y esperé a que el bartender me atendiera. Cuando este se acercó, me miró como si estuviese sorprendido y, después, con una sonrisa divertida, me preguntó qué quería.

-Tequila, por favor, sin limón ni sal, sólo tequila–Susurré.

El hombre encargado de servir los tragos se rio sin siquiera ocultarlo. Se estaba riendo de mí, en mi cara. Fruncí el ceño, molesta, sólo logrando que él se riera aún más.

-¿Qué?–Espeté, ya indignada.

-Nada, nada. Es sólo que es gracioso. Una chica como tú, bebiendo tequila, en un bar como este a las seis de la tarde y con esa frase tipo medio oeste, tan dramática–Dio otra carcajada, pero se detuvo al ver mi rostro inexpresivo-Oh, vamos, es gracioso. Soy Zac–Se presentó.

-Sí, como digas–Respondí, con cara de pocos amigos.

-¿Mal día?–Preguntó, intentando lucir un poco menos risueño, mientras colocaba frente a mí el pequeño y alargado vasito.

-Mal mes–Suspiré, desganada.

-Vamos, no seas pesimista. Este va por la casa–Dijo, luego de servir el tequila y acercarlo más a mí.

Lo bebí de golpe, con la ilusión de que me pusiera, al menos, un poco más alegre, pero nada sucedió, sólo me mareé un poco. Estiré el vaso, indicándole que quería otro trago y él lució impresionado.

-Al menos sonríe un poco–Pidió y me encogí de hombros-Vamos, debe haber algo que te hago sonreír–Murmuró y sus ojos brillaron como si algo se le acabase de ocurrir-¿Te alegraría si te dijera que hay una celebridad en el bar?

Alcé las cejas y luego las fruncí. Quería girarme a mirar, sólo por curiosidad, pero no quería quedar como la niña boba que caía en las bromas de todo el mundo.

-Hey, hablo en serio–Prometió y yo incliné la cabeza molesta-Ese tipo de la serie de zombies, Daryl Dixon... está unas mesas más allá.

No sabía qué tan estúpidos podían ser los reflejos del cuerpo humano hasta ese momento. Por inercia, costumbre o daño cerebral, me giré como una estúpida, buscando casi desesperada a Norman. Y cuando lo vi, y él me vio, me di cuenta de lo que acababa de hacer. Mi rostro se puso pálido, las manos me temblaron y el corazón se me aceleró como un caballo de carreras.

Busqué un billete en el bolsillo de mi abrigo, esperando que cincuenta dólares fueran suficientes para pagar lo que había bebido. Zac me miró sin entender qué estaba sucediendo, pero tampoco tuve tiempo de explicárselo, porque después de dejar el billete sobre el mesón, salí corriendo lo más rápido que mis pies sin zapatos me permitieron.

Quise distraer mi mente, pensar en otra cosa, con la idea de disminuir la carga de adrenalina que mi cuerpo acababa de recibir, sin embargo, no pude. Norman estaba acá y no podía dejar de pensar en ello.

The Exception - Norman ReedusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora