17. Gracias, Janine.

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17. Gracias, Janine.

Me gustaba dormir–tal y como lo estaba haciendo ahora–porque cuando dormía, me olvidaba de todos los problemas, volviéndome inconsciente y ajena a la realidad de la que era esclava; era el único momento donde, en mis sueños, vivía de la manera que yo siempre había deseado.

Unos leves zamarreos comenzaron a despertarme, antes de que mi alarma sonara. Abrí los ojos con lentitud, para encontrarme con el rostro de Janine, la mucama, frente al mío. Bienvenida a la realidad, pensé.

-La señora Eleanor la espera en el comedor–Murmuró, refiriéndose a mi abuela, y sólo pude articular una extraña mueca de confusión antes de que volviera a dejarme sola en mi cuarto.

Cojí una de las almohadas que había sobre la cama y no estaba ocupando, para presionarla sobre mi rostro y ahogar el grito de frustración que esta vida me causaba. 3, 2, 1, conté en mi cabeza y me levanté.

Quien conocía a mi abuela, sabía que era una mujer con muy poca paciencia, así que, para no hacerla esperar y enojar, tomé una ducha y me vestí lo más rápido que pude, aunque probablemente, se enojaría de todos modos al ver el informal atuendo que había escogido para hoy.

Entré al comedor, encontrándome sobre la mesa, abundante cantidad de comida, demasiado exagerada para sólo tres personas. Aún no me acostumbraba a esta clase de lujos que, según yo, no tenían justificación.

-Buenos días, cariño–Mi abuela sonrió, desde su asiento, con sus ojos atentos a la página social de una revista.

-Pensé que llegarían hoy en la noche–Susurré un poco desconcertada y tratando de aparentar que la situación no me incomodaba en lo absoluto.

-Hemos finalizado antes de lo esperado–Oí, detrás de mí.

Mi papá apreció, de pronto, en la habitación, depositando un beso en la punta de mi cabeza antes de sentarse a revisar la sección de negocios en el periódico y yo, como si no tuviera otra opción, me uní a ellos.

No tenía mucha hambre aún, así que mi desayuno sólo sería jugo y un poco de fruta. Además, mientras menos tiempo me tardaba en comer, menos tiempo pasaría en la tensa atmósfera que Eleanor generaba.

-¿Has visto a Tom este fin de semana?–Preguntó mi abuela, con una sonrisa que me causaba ganas de vomitar. Sí, su felicidad era mi desgracia.

-Sí–Respondí mientras me llevaba un trozo de fruta a la boca-, salimos a cenar hace unos días. Quizás viene la próxima semana.

-Debes extrañarlo–Insinuó, riendo, haciendo que las arrugas de su rostro se marcaran más-Pero ya queda menos para la boda, cariño; sólo dos meses y tendrán el resto de sus vidas para estar juntos.

Sonreí incómoda, porque aún no estaba mentalmente preparada para ese escenario. Y es que a medida que iban pasando los días, menos afrontaba el hecho de que pronto sería una mujer casada.

Giré la cabeza en dirección a mi papá, sólo para encontrarme con esa mirada de culpa que me daba cada vez que Tom era mencionado en alguna conversación. Él no tenía la culpa y yo lo sabía. Sabía que él no había sido la mente maestra tras esta idea, así como sabía que, de todos modos, esa idea era la mejor opción para salvar la empresa. Pero él no era culpable y aunque se lo intentaba dejar claro cada vez que podía, él seguía sintiéndose como un impedimento en mi felicidad.

-Hija, realmente estamos muy agradecidos por lo que estás haciendo...–Susurró, tan humilde que me sorprendió un poco, inclusive.

-¡Ella debería estar agradecida, le hemos encontrado un marido excelente!–Eleanor volvió a hablar y sentía que la paciencia se me estaba agotando-¡Janine, quiero más té!

The Exception - Norman ReedusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora