Fin de la fiesta, fin de la vida

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Me llamo Sofía, tengo 25 años. Soy andaluza y poseo los típicos rasgos del sur. Melena larga y morena, ojos marrones y tez de color aceituna. Vivo en un piso compartido en las afueras de Madrid con un chico alemán, que ahora es mi novio, y otros dos españoles, concretamente de Asturias.

Hace dos años salí de mi querida Granada para buscar trabajo en la capital como traductora. Lo gracioso es que a día de hoy subsisto gracias a mi puesto como repartidora de pizzas. Dejé mi ciudad natal donde me crié y fui feliz rodeada de mi familia y mis amigos por una colonia de edificios enormes con aspecto frío en la que habitan más de seis millones de personas.

Al principio me costó mucho adaptarme. Creo que todavía no he llegado a acostumbrarme al ajetreo y al ritmo de vida madrileño. Por otro lado la cara cultural de Madrid es incomparable a la de otras ciudades.

En la actualidad tengo muchos amigos aquí, pero suelo salir a tomar unas copas los viernes por la noches con Celia y Verónica que además de ser mis amigas son también mis compañeras de trabajo.

Hoy es viernes y para no perder la costumbre hemos salido por la zona de bares. Bebemos un par de cervezas, reímos, bailamos, cantamos y las horas pasan como si fuesen segundos. Y así el reloj da las cuatro dela mañana. Me despido de mis amigas y me voy andando a casa. Más o menos se tardan 45 minutos a pie pero como no tengo dinero suficiente para el taxi no me queda otra opción.

A mitad de camino oigo a un persona pidiendo ayuda en un callejón con contenedores de basura. Me asomo pero no veo a nadie. Me adentro más en el estrecho y oscuro corredor y de repente aparecen dos figuras humanas delante de mi. Intento retroceder cuando soy consciente de la trampa pero otro individuo me bloquea el camino por la espalda.

Una pequeña farola ilumina los rostros de los tres hombres. Tienen un aspecto intimidante y cada vez se acercan más a mi. Uno de ellos lleva una navaja. Me piden el dinero y el móvil y al ver que solo tengo 5 euros me arrancan el bolso de la mano para registrarlo.Cuando se dan cuenta de que no tengo más para darles me golpean y el que lleva el arma blanca me apuñala dos veces en el estómago. En cuanto caigo al suelo los atacantes me sortean y salen corriendo a la calle principal y me quedo totalmente sola.

Ahora estoy sola. Intento gritar pero la voz no me sale. Noto que tengo la cara mojada por las lágrimas que salen con la misma rapidez que la sangre que brota de las heridas producidas por los navajazos. 

En cuestión de minutos mi cuerpo se va quedando frío al igual que la sangre que está en el suelo. Veo los objetos de mi alrededor cada vez más borrosos y me cuesta respirar. Por fin soy consciente de que me quedan pocos instantes de vida. De que nadie me ayudará. De que todo se acabará en cuestión de minutos. Lucho por seguir aferrada a la vida. Lucho por moverme y pedir ayuda en un callejón oscuro. 

Dejo atrás a mi querido novio y a mi familia, que dependía del poco dinero que yo les mandaba. Mañana mis seres queridos se preocuparán porque no contesto a los mensajes. La policía me buscará y por desgracia me encontrarán demasiado tarde. 

 Ya está. No puedo pensar más. Las extremidades no me responden, los parpados me pesan y no tengo más remedio que cerrarlos. No escucho nada, todo está negro y la última idea que alcanza a reproducir mi mente es "esto es el fin. Se acabó".

El rincón de los gatos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora