El bosque de los locos

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Hace dos días que me encuentro en casa de mis tíos. Hace dos días que mis padres y mi hermano pequeño perdieron la vida. Por suerte o por desgracia yo todavía estoy viva. El cura del pueblo me ha obligado a confesarme y me ha bendecido.

Todo empezó hace dos meses, cuando mi familia y yo nos mudamos a las afueras de la ciudad. Compramos una casa de tres plantas con jardín cerca de un frondoso bosque. En fin,nos lo podíamos permitir. Mi padre era banquero y gozábamos de cierta posición social. Digamos que no pasábamos ninguna penuria y disponíamos de sirvientes.

Yo era una chica normal y corriente apunto de ser presentada en sociedad para contraer un matrimonio provechoso. Como era de esperar, no me hizo mucha ilusión cambiarme de casa ya que tenía a mis amigos en la ciudad. Pero conforme pasaban los días, el nuevo entorno me atraía más y más.

Era un lugar agradable donde en verano mi hermano Adrián y yo jugábamos al escondite y donde mi madre se entretenía cultivando pimientos, patatas, etc... Pero lo que más me gustaba del verano eran las fiestas que mamá hacía en el jardín por la noche.

Hasta aquí todo era normal. Lo inusual fue cuando un día un pueblerino se acercó a nuestros terrenos y advirtió a mi padre con cierto nerviosismo sobre algo. Yo no pude oírlo en ese momento. Solo entendí la palabra bosque. Mi padre confuso y un tanto asustado le echó de la casa. Fue entonces cuando la curiosidad se apoderó de mí y me dirigí al bosque a descubrir por qué ese hombre estaba tan preocupado.

Poco a poco me fui acercando a aquel conjunto de árboles que me hacían sentir como una hormiga de lo altos que eran. Me adentré sin titubear. Ya no me sentía como una valiente exploradora. A cada paso que daba la sensación de que alguien me vigilaba entre las sombras era más fuerte. Aún así seguí caminando hasta que me topé con un árbol milenario. Este se distinguía perfectamente del resto. Justo en mitad del tronco había una brecha en vertical que comenzaba a mitad del tronco y se iba haciendo más ancha conforme se acercaba al suelo.

Me quedé perpleja. Parecía la guarida de un ser fantástico. Miré hipnotizada la brecha hasta que un fuerte pitido sonó dentro de mi cabeza que me hizo perder el equilibrio y caí al suelo. El horrible sonido continuó durante unos segundos hasta que finalmente todo quedó en silencio. Abrí los ojos y vi cientos de árboles a mi alrededor.

No sé cómo ni cuándo pero el tiempo pasó volando y no me enteré de nada de lo que pasaba en mi entorno.De repente ya era la una de la mañana y alguien me había llevado a casa. Mi lucidez volvió y me percaté de que estaba junto a la chimenea en mi casa con una manta por encima. Mis padres discutían en la otra punta del salón y mi hermano estaba dormido en el sofá.

Después de estar mirando hipnotizada el fuego durante un par de horas, me retiré a mi habitación. El día había sido muy largo y tenía la impresión de que algo en mí había cambiado. En fin, no le di mucha importancia y me fui a dormir.

Pasaron los días y tanto mis padres como mi hermano se dieron cuenta de que mi comportamiento era distinto. Ya no corría por el jardín, ya no reía, ya no era un achica cariñosa. Pasé de ser la alegría en persona a ser un trozo de carne que se dejaba caer en cualquier silla y se quedaba inmóvil durante horas con la mirada perdida.

La noche del 30 de Abril me encontraba en la cama durmiendo cuando algo llamó mi atención. Una voz en mi cabeza me decía que tenía que matarlos. Tenía que acabar con ellos. Intenté no hacerla caso pero cada vez era más fuerte y parecía que me ejercía cierta presión en el cerebro.

Abrí los ojos y me levanté.Definitivamente ya no era yo misma. Recorrí el pasillo, bajé a la cocina y cogí un cuchillo. Volví a subir al primer piso y me dirigía la habitación con la puerta de color azul. Esa era la de mi hermano. Pasaron diez minutos hasta que me dirigí a mi siguiente destino. La alcoba de mis padres.

Esa noche corrieron auténticos ríos de sangre. Las sabanas, el suelo, las paredes.... Todo estaba manchado de un líquido de color rojo. Era la sangre de aquellos que me querían. Aquellos que se preocuparon por mí. Y yo había acabado con su vida.

Tras estos horribles sucesos, me quedé sentada en una esquina de mi cuarto y a la mañana siguiente la policía me encontró tiritando y sin habla. Me llevaron a comisaría,me calmaron e intentaron interrogarme. Tras varios intentos me dejaron como sospechosa pero no sé por qué pensaron que otra persona ajena había asesinado a mi familia y yo era la única superviviente. Mucha gente defendió mi inocencia en el juicio. Nunca entendí por qué. El arma homicida desapareció y lo curioso es que no recuerdo qué pasó con el cuchillo.

A día de hoy recuerdo esa nefasta noche como si yo no hubiese sido la causante de aquellos asesinatos sino como una espectadora. No podía controlar mi cuerpo. Algo o alguien me controlaba como si de un títere se tratase. Sé que el bosque tuvo algo que ver. Allí pasaron cosas extrañas.

Pero eso sigue sin ser una justificación de lo que hice.



El rincón de los gatos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora