Ni a los vivos ni a los muertos

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Reconozco que no hice las cosas bien. Las salvajadas que cometí me persiguen en forma de pesadillas. Los rostros de aquellos inocentes que maté se aparecen cada noche al cerrar los ojos. Maté a hombres, mujeres e incluso niños.

Tonta de mí que creí que los vivos y los muertos me habían perdonado. Quedábamos para hacer reuniones de conciencia y todos ellos sonreían. Parecía que incluso me querían. Nada más lejos de la realidad. Cuando ya me encontraba a gusto con esas personas, me invitaron a una piscina. Al principio todo era jolgorio, música y charlas informales. Poco a poco, en la piscina, fueron acercándose a mí como si una manada de leones estuviera acechando a su presa.

Uno de ellos se acercó y me dijo "este será tu último aliento". Me agarró de la cabeza y me la introdujo en el agua. Dejé escapar casi todo el aire de mis pulmones y la histeria se apoderó de mí. De repente las ganas de vivir se apoderaron de mí y me ayudaron a zafarme del primer sujeto. Un segundo cuerpo me bloqueó el paso. Miré hacia atrás y una maquinaria eléctrica esperaba ser usada para acabar conmigo.

No sé como pero me zafé de todos ellos. Cogí el coche destartalado y pensé rápidamente a dónde podía ir. Ya está, a casa de Marta. Con nerviosismo intenté llegar a un pequeño pueblo pero me topé con un cementerio. Ironías del destino que acabase ahí. Un presentimiento de cobijo me hizo salir del coche y caminar entre las tétricas tumbas.

Necesitaba un escondite. Un lugar en el que sentirme segura. Encontré un panteón con las puertas abiertas. Me adentré en él y escuche a mis captores que me habían seguido el paso. Pasaron de largo y entonces me relajé. Me acurruqué en una esquina y cerré los ojos.

Tonta de mí, al creer que estaba a salvo. Pues, en cuanto me dormí, hordas de muertos vinieron a por mí.

El rincón de los gatos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora