Día mil siete, de toda una vida

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Fue un día antes de mi cumpleaños, creo que eso lo hizo peor.

¿Realmente tu lección debía ser enseñada a golpes?

Tuve que reír con los demás al ver un gran rasguño en mi cuello, diciendo que había tenido una noche agitada.

¿Cómo les explicaba que mi propio padre había decidió tatuar sus reglas en mi piel a punta  de puños y rasguños?  ¿Me creerían?

Mamá entendió esa vez lo que debía hacer: alejarnos de ti. Aun así no lo hizo. Se quedo; nos quedamos, en contra de mi voluntad.

Llame a mi mejor amiga, llorando, casi suplicando que me sacará de allí, ella creyó que sólo habla sido una de las tantas peleas y discusiones, las normales; no era así, esta vez era diferente.

Colgué y llore sola, por que ni siquiera ella lo entendía.

Al otro día tuve que fingir que no habla dolido, por mamá, para verla feliz, para hacerle creer que no estaba haciendo mal las cosas, que era una gran madre.

Era mi cumpleaños aquel día, se supone que debía ser especial.

No lo fue.

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