Día mil catorce, de toda una vida

159 12 0
                                    

Llegabas a casa con tu ceño fruncido y tus labios apretados entre sí.

Mamá y yo sólo nos mirábamos. Yo con temor y ella con reproche.

Habían muchas leyes estipuladas en el mundo para llevar la fiesta en paz, como decía mi abuela, pero en casa las leyes abundaban, eran más de las que siquiera deberían haber en un hogar.

No se podía reír, hablar fuerte,no podías discutir, ni refutar, no había forma alguna de que dieras tu opinión y por​ ninguna circunstancia podías cometer un error, no era recomendable ser torpe.

Lastimosamente yo era una persona torpe, con dos pies izquierdos al caminar y unas manos flojas que se negaban a agarrar con fuerza cualquier cosa que requiriera de cuidado.

Gritabas y dabas azotes por errores minimos, tontos, casi absurdos.

Lo que no era absurdo eran tus hirientes palabras. Parecías  emocionado de haber tatuado en mi frente la palabra inútil; se quedó ahí por siempre, aun es difícil de borrar.

Hear me. I'm dying. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora