Hear me. I'm dying.

Día mil quince, de toda una vida

Ya era suficiente con detestarte, pero a aquellos que llamabas padres y hermanos, no les era suficiente.

Ellos no sabían nada.

Siempre creí firmemente que no puedes juzgar algo que no hasta vivido, que no puedes opinar si no sabes la historia completa; ellos lo hicieron. Y dime, ¿quien les había dado tal derecho?

Ese día mamá estaba enojada contigo,  como siempre. Y a pesar de que nosotras siempre buscábamos que fueras feliz y jamás te enojaras, tu no eras así con nosotras. Tu tenías un derecho completo de hacer lo que quisieras, pero nosotras no.

Refutaste, siseaste y frunciste tu ceño todo el tiempo hasta llegar donde toda  tu familia se encontraba.

Y empezó aquella guerra.

Ellos poniéndose de tu lado al saber el problema, o al menos la mitad de él. Mamá enojándose porque tu no eras capaz de ser equitativo. Nos echabas el agua sucia siempre; nunca nos quejamos.

Y ahí fue donde yo me enoje.

¿Cómo podían ser tan hipócritas? Ni siquiera sabían lo que estaba pasando, no sólo en ese momento, sino en casa. Ellos no eran nadie para hablar. 

Yo calle y aún trato de comprender porque me calle cuando estabas a punto de cometer otro error; estabas a punto de abalanzarse hacia esa hermosa mujer para darle su merecido. Todo ellos te detuvieron, al parecer ahora si les parecía extremo lo que hacías.

Yo seguí en silencio y creo que eso fue lo que tanto te asusto. No dije nada, no refute... no defendí a nadie. Sólo me fui.