Introducción a nuestra realidad

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La vida para los Omegas en general nunca ha sido sencilla. Si tienes suerte, estarás en una familia donde te quieran y no te desprecien por serlo, pero aun así en la sociedad no es bien visto. En las familias de más influencia que dentro de los herederos nazca un Omega es una deshonra, las cosas se complican aún más si es varón.

Para los Alphas de importantes familias, los Omegas no son más que objetos de intercambio, donde el valor se ve por el poder de su familia, su elegancia, buena educación y belleza, nada más que meras muñecas para admirar y tener bellos cachorros.

La familia Katsuki es una humilde familia de Betas. Sirvieron durante muchos años a los Nishigori, la familia más poderosa de Hasetsu, tras la tragedia de Hasetsu, Hiroko y Toshiya Katsuki se fueron del castillo donde les servían a los Sres. Nishigori para poder poner un pequeño onsen* y criar a sus dos pequeños hijos, Mari y Yuri Katsuki. Los Nishigori apoyaron esta iniciativa y hasta el día de hoy mantienen muy buenas relaciones de amistad.

Las constantes batallas de poder entre casas y apellidos eran abrumadoras, la sangre derramada entre naciones y compatriotas se encubría de las maneras más descaradas y sínicas posibles, desde algo tan pequeño como robo, hasta asesinatos, secuestros, violaciones y masacres de familias completas aparecían en los medios como algo totalmente común y, lastimosamente, lo era.

La tragedia de Hasetsu fue algo muy comentado en su época, Yuuko lo recordaba vagamente; no es como que le gustase tener en su cabeza tales imágenes, pero la pérdida de su hermano pequeño, el cual era un bello y dulce Omega, casi le lleva a la locura junto a sus padres. Realizaron todo lo humanamente posible para recuperarlo, por más que la sociedad se preguntase el porqué de la desesperación por un simple Omega, solo ellos y sus sirvientes sabían el amor y el cariño que podía dar un pequeño ser, uno que nunca más volvieron a ver.

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Yuuri Katsuki abrió lentamente sus ojos cafés y estando en estado de somnolencia rebuscó por el suelo su celular, lo tomó y al momento de desbloquearlo, la luz le cegó y en su torpeza el móvil llego a parar justo en su cara. Nadie creería que aquel joven ya contaba con 16 años.

-"Auch!"- fue lo único que pudo decir, no era bien visto que un Omega dijese "palabrotas". Eran las 5:30 am y de un salto se levantó pensando en que si no llegaba a la pista de patinaje antes de las 6:00, su amiga de infancia, Yuuko Nishigori, le patearía el trasero.- si no llego, estoy frito.

Se duchó en tiempo record, se puso su ropa deportiva y partió, nunca en su vida se había demorado tan poco en llegar.

-Yuu~ri... ¡por acá! - en la entrada de la pista se encontraba su amiga, con una gran sonrisa, el Omega la quería mucho, no tenía recuerdo alguno sin ella presente en su vida, incluso cuando los demás niños se burlaban de su peso diciendo que nadie querría a un Omega defectuoso y gordo, ella salía a patearles el trasero, los beneficios que ella tenía al ser 6 años mayor que él. La razón de estar allí en esos momentos era sencilla, Yuuri era hermoso, pero era un retoño tardío con cero autoestima, a sus amigos les ha costado un mundo hacer que el joven se quiera y aprecie a sí mismo, por lo que tomaron medidas extremas.

-Yuuko-san... me gusta patinar sobre hielo, pero... ¿es necesario que baje tanto de peso?... digo, ya he bajado casi 10 kilos- si, efectivamente sus amigos y familiares le habían quitado su amado katsudon aparte de someterle a un espartano entrenamiento para su figura, Yuuri no lo notaba, pero cada día que pasaba sus curvas de Omega se acentuaban, sus movimientos se volvían más delicados y su aura daba una señal de armoniosa tranquilidad. Yuuko estaba orgullosa de su trabajo; no escatimaría en recursos para hacer de Yuuri un maravilloso Omega deseado por muchos, pero eso tendría que esperar.

-Tú te callas y cumples lo ordenado, no te olvides de tus ensayos de ballet con Minako-sensei -nunca antes se habían percatado del pesar que sufrían los Omegas en la sociedad tampoco es como si fueran muchos, así que cuando todos se enteraron que Yuuri estaba siendo molestado, fue muy tarde, la confianza y amor del joven sobre sí mismo ya estaba destrozado. ¿Cómo no amar a ese pequeño cerdito? Era tan dulce y buena persona, sus ojos tan bonitos, sus expresiones inocentes, su corazón era mucho más grande y podía dar mucho más amor que el resto. No solo Yuuko, todos los que supieron conocer a Yuuri querían que encontrara a su pareja destinada y que el pequeño de solo 16 años se volviese a amar. – Mira que no puedes ir rebotando por la pista de hielo, aún te faltan bajar otros 2 kilos.

-Yuuko-san... ya estoy en mi peso ideal ¿me quieres en mis huesos?

-Estas mucho más delgado y hermoso que antes, no te lo niego, pero si rompes tu dieta, el peso perdido lo recuperaras en nada.

-Quiero volver a comer katsudon -dijo Yuri botando un par de lágrimas, era bastante desesperanzador saber que el pelinegro pensase más en el platillo de cerdo que en los hombres.

-¡Yuuri! Estás a 2 semanas de ingresar a clases y si quieres competir en el campeonato de patinaje escolar, debes estar en tus más óptimas condiciones, siempre has patinado de una manera maravillosa, ¡no dejaré que te pierdas en la nada!

Con el auspicio de Yuuko, Yuuri fue inscrito en una escuela privada llamada Hasetsu Great Institute (HGI), esta tenía los mejores profesores, equipos e instalaciones que se pudiesen ofrecer en Japón, posee todos los niveles educacionales desde preescolar hasta universitario, por lo que estaba catalogada dentro del top 3 de institutos en el país. Contaban con división entre Alphas y Omegas mientras que los Betas rotaban entre las clases, la idea era no separarles totalmente así que toda actividad extra curricular permitía el contacto entre clases con supervisión.

Los antiguos Sres. Nishigori habían fallecido en un accidente hace 5 años, dejando a Yuuko y a su esposo como las siguientes cabezas de familia. Ellos tenían trillizas Alphas llamadas Axel, Lootz y Loop, todas fanáticas del patinaje artístico al igual que su madre y amaban incondicionalmente a Yuuri como un integrante más de su familia. Era bastante común que las familias importantes patrocinasen a jóvenes e incluso los incluyesen dentro de sus cercanos y Yuuri era el consentido principal de todos.

Tras la rutina de ejercicios espartanos, llegó el ansiado momento en el que Yuuri pisaría la pista del Ice Castle, no le gustaba decirlo, pero le encantaba estar sobre el hielo; adoraba la sensación de la música que producían sus patines al seguir los ritmos, escuchar el golpe de las cuchillas en el hielo tras clavar exitosamente un salto, más alto, más fuerte, más giros, más música por favor. Takeshi Nishigori había solicitado a una amiga un tema creado solo para Yuuri; su vida, su crecimiento sus emociones, no había ser que no se emocionase al verle danzar y era obvio que no había persona que amase más ese tema que el Omega.


Lo precioso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora