Capítulo 13

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Soplo mis manos, tengo frío y definitivamente mi aliento no parece calentarlas, pero al menos experimento la sensación de calor por un momento. Katherine está durmiendo, lloró por lo que se sintió horas mientras se quejaba del dolor de su abdomen, desearía que le doliera por la falta de comida, pero los morados que se comenzaban a formar en su piel contaban otra historia.

Pasaba mi mano por su cabeza una y otra vez, tratando de desenredar su enmarañado pelo, o ta vez solo trato de distraerme y no llorar, porque mis piernas tiemblan, estoy aterrada, si eso le hicieron a Kathe que solo llora y se mantiene en silencio ¿qué me harían a mi?


El jardín está iluminado por el sol, todo el pasto luce de un verde más claro, como si fueran una ilusión y la luz los estuviera absorbiendo. Casi puedo recordar la pelota, las bicicletas, todos y cada uno de los juguetes que mantenían allí, casi puedo recordar mi infancia y la inocencia de ella, casi...

—¿Qué estás viendo?— salto y giro la cabeza para mirar a mi mamá, está ofreciéndome un plato con cereales y frutas frente a mi cara.

—Solo estaba perdida en mis pensamientos y recordando los juguetes en el suelo— tomo el plato que me ofrece —Gracias— me levanto para ir hacia la nevera y tomar yogurt.

—Con gusto— la puedo escuchar caminando al rededor de la cocina —Yo recuerdo que no había poder humano que los hiciera recoger las cosas, ni siquiera cuando su papá se enojaba, era realmente frustrante y me planteaba si hice bien al tener tantos hijos— niega con la cabeza.

Me siento de nuevo en la mesa de la cocina, donde desayunamos todas las mañanas, antes solía ser una mesa más llena, pero desde que los mayores trabajaban, solo cuatro la ocupaban, o tres, todo depende de que tan tarde se despierte John.

—Tenías la ayuda de nana, tal vez por ello la emoción de tener tantos hijos— digo mientras agrego el yogurt a los cereales.

—Yo fui muy feliz viéndolos crecer— un plato lleno de panes recién horneados es depositado frente a mi, sonrío, no hay que ser un genio para saber que es obra de Alegra Petrov, la ama de llaves, pero conocida en el bajo mundo como nana, su trabajo no era cuidarnos, pero ella lo hizo sin que se lo pidieran, cuando mi mamá parecía a punto de volverse loca, ella saltó a la acción y ayudo con nuestro cuidado.

Nana tiene 60 años y ya no está en nuestra casa todo el tiempo, al medio día termina su jornada laboral, supongo que ello tiene que ver a que mi mamá ya conoce la casa mejor, y que nosotros ya no necesitamos que nos ayuden a hacer todo.

—Entonces tienes gustos raros, nana— como la primer cucharada de cereales —Cosas raras te hacen feliz— continuo comiendo.

—¿Estás diciendo que son raros?— pregunta nana mientras pone la mermelada en la mesa, mamá trae chocolate caliente.

—¿Has visto a nuestros padres? ¿Qué esperabas que saliera de ellos?— comento.

—¿Eso te incluye, imitación barata y de menos calidad?— John aparece al lado de la nevera, buscando algo mientras lleva su maleta al hombro y su uniforme algo arrugado.

—Sí y eso también incluye al error de fabrica, digo a John White— le sonrío mientras termino mi cereal y antes de tomar un pan caliente.

Escucho a mi mamá y a nana reír, este es un pequeño espacio donde nos sentimos cómodos, a salvo, definitivamente es un hogar y aprecio a cada una de las personas que habitan en él, incluso aunque huyo de su toque la mayor parte del tiempo, incluso aunque hubo un tiempo en el que creí que nos los volvería a ver.

CitrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora