Capítulo 14

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No, no, no, no.

Abrazo más mi cuerpo alrededor del cuerpo de Katherine, evitando que se la llevaran, ella se aferra a mi y hunde su cabeza en mi pecho mientras llora. Yo grito como si eso me diera más fuerza para sostenerla.

Sé que grito, sé que digo "no" una y otra vez, pero no escucho nada, es como si mis oídos estuvieran tapados y mis lagrimas me ahogaran. No quería perderla de vista ni un solo segundo, me aterroriza solo pensar en qué pueden hacerle.


Sábado en la mañana, no estoy muy convencida de que me agrade levantarme temprano un sábado cada quince días, aunque en teoría no es tan malo, no pierdo mi horario de sueño de la semana, así que problemas por el sueño no tengo y afortunadamente pesadillas tampoco, ya ni sueño.

—¡Mi paciente favorita, la señorita Elleri!— pongo los ojos en blanco ante el entusiasmo de Christian West, mi psicólogo y la razón de mis madrugadas.

—Buenos días, señor West— digo simplemente mientras entro a su consultorio, mi papá aprieta mi hombro, volteo a verlo y me sonríe.

—Aquí te espero, cariño— me dice antes de bajar su mano.

—Gracias, papá— le sonrío y veo como él desaparece detrás de la puerta, dejándome ante el causante de mis malestares y reflexiones.

Me siento en el sofá que es familiar, llevó casi tres años sentándome en él, viajando kilómetros en avión para tener una sesión con el único psicólogo que logró hacerme llorar. Aun no puedo creer que hayan calificado la habilidad de un profesional por el solo hecho de que logró traer a flote mis emociones y hacerlas desbordarse como un río cayendo por mis mejillas, ni siquiera recuerdo bien ese día, solo el hecho de que mi pecho se apretaba y dolía con cada respiración que daba, que mi nariz se congestionaba y que mis ojos parecían ser una fuente hidrica inagotable.

—¿Cómo has estado? ¿Ha pasado algo interesante?— se sienta frente a mi y me sonríe, por alguna extraña razón parece estar de mejor humor de lo normal, tal vez tuvo una buena noche de sexo tórrido o alguien le dio un vaso de agua fría, con él nunca se sabe.

—He estado pensando en como solía lucir la casa cuando era niña, la casa en la que vivo actualmente— sin decir nada tomo una de las bolas de cristal que están en medio de la mesa de café, lo hago cada vez que vengo. La verde es mi preferido y amo que sea tan grande como la palma de mi mano.

—¿La de tus abuelos?— pregunta West cuando ve que no continuo hablando.

—Sí—lo miro un momento y regreso mi vista a la bola de cristal —Es casi como si todos los recuerdos de mi infancia estuvieran allí, recuerdo el patio lleno de juguetes, recuerdos los regaños de mamá, recuerdo a nana llevando galletas, recuerdo a la abuela sentada debajo de un parasol tomando una limonada, recuerdo al abuelo cuidando el jardín y hablándome de las flores y sus nombres— vuelvo a mirar a West —Pero no recuerdo cómo era mi casa en esta ciudad, ni siquiera recuerdo como era ir a la escuela acá, es haber perdido casi quince años de recuerdos en este lugar y últimamente me preguntó por qué.

El señor Christian cruza los dedos de sus manos, apoya su cabeza en ellos y me observa, su cabeza se ladea hacia ambos lados un par de veces, hasta que, aun apoyada en sus manos, la pone recta y me sonríe.

—¿Por qué crees tú que es eso?— frunzo el ceño, odio cuando me hace esto, odio cuando en vez de darme respuestas, me da preguntas, odio mucho porque me frustro, porque creo tener la respuesta equivocada.

—Sabes West, si las preguntas me las voy a responder yo misma ¿para que vengo a verte?— él sonríe aun más.

—¿Por qué crees que alguien necesitaría verme?— desenlaza sus manos y se recuesta en su silla, en una posición completamente relajada.

CitrusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora