Vagué sin rumbo por las tiendas de prensa y compré un par de revistas de moda. Quedaba una hora justa para que saliera mi avión, así que me pedí un café bien cargado y me senté a esperar.
No era justo culpar a mi padre de abandono, nunca había ocurrido tal cosa. Fue la mala cabeza de mi madre que se acojonó en cuanto se vio la barriga y corrió a refugiarse en el “más vale malo conocido que bueno por conocer”, léase, en el pueblo de los huevos. Yo le hubiese plantado cara a la situación. Ahora. Hace quince años…, no estoy tan segura. Bueno sí. Bueno no. Cayetana no siempre había sido Cayetana. De hecho, la primera vez que pisé Madrid llegué en autobús con las vértebras cantando por peteneras y sin una perra en el bolsillo. Dispuesta a comerme el mundo pero con más miedo que vergüenza. Tan pardilla como mi madre en Murcia. Pero prosperé, vaya si lo hice; y nunca pensé en regresar.
Removí el café con un gesto casi compulsivo. Odiaba recordarlo todo con tanta claridad. ¿Dónde estaban mis ataques de amnesia cuando los necesitaba? Mierda, mierda y más mierda. Pero claro, ¿qué esperaba después de haber vuelto a pisar esa casa y ese pueblo perdido del mapa? Yo misma había pulsado el interruptor y el montón de mentiras con las que había reconstruido un pasado que nunca fue, se desmoronaba ante mis propias narices.
Mi primer ático fue una triste pensión de mala muerte. Eso sí, nada de chinches, limpia como los chorros del oro y con una casera maternal y magnífica cocinera que nos tenía a todos alimentados como cachorros. Tenía mi propio retrete instalado en una esquina del dormitorio y una ventana que me lo ventilaba, porque le caí en gracia a la propietaria desde el primer día en que me vio. Ahí comenzó mi nueva vida.
No hacía mucho que me había marchado del pueblo y mis parientes, en particular mi madre y mis hermanas, las mellizas, me escribían o llamaban con insistente frecuencia. Dicho con más claridad, a diario, las muy brasas.
―¿Hace frío?
―Abrígate. Si te resfrías, ya sabes, miel y limón, nada de medicamentos que lo único que hacen es ensuciar la sangre.
―Si no sabes preparar la tisana, vente que te la prepara tu madre.
―Explícame qué comes. Y lo que cenas.
―¿Hay muchos escaparates?
―¿El metro cuánto mide?
―¿Mucha gente?
―¿Cómo son?
―¿Cómo queréis que sean? Personas, personas normales, pero son más y mejor vestidas ―respondía yo con una paciencia infinita.
―¿Qué llevan puesto?
―¿Vas a misa? Hija, no te he oído, que si vas a misa…
Encendí la mecha sin saberlo. A partir de ahí, mis hermanas telefoneaban cada tarde para que les recitase la ropa que llevaba la gente en la calle. Por ellas empecé a fijarme y a memorizar de un modo obsesivo, con tal de tenerlas contentas, pero nació mi interés desbocado por la moda y las marcas. Me hice con una libretilla donde apuntaba los atuendos que más llamaban mi atención en las cafeterías, el metro, los organismos públicos y los parques. Las pavas de las mellizas atendían con la baba colgando y una sarta de gemidos, “ohs” y “ahs”. Para mí sin embargo, que aún me sentía sola y perdida en la gran urbe, sirvió de trampolín a un cambio vital. Lo que sería la meta de mi existencia, fue tomando forma en mi cabeza. Y para mayor inspiración, conseguí empleo en un salón de belleza unisex de alto copete, donde observaba a las clientas, decidida a ser como ellas algún día no muy lejano.
Anotaba minuciosa en mi libretita todo cuanto decían, cómo lo decían, con qué cara, si dejaban caer los párpados, si se mojaban los labios o ladeaban la cabeza. Y luego en mi pensión, ensayaba los gestos delante del espejo. Aprendí a coger los cubiertos, a sostener una copa y a llamar un taxi con elegancia. Fue de tanto mirarme, que empecé a ser consciente de lo buenorra que estaba. En el pueblo todos me decían que era bonita, pero en Madrid me estaba saliendo del molde. Tomé la firme decisión de invertir en mi persona. Apenas comía y lo que ganaba lo guardaba con celo para lanzarme en época de rebajas a la caza y captura de gangas suntuosas.
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DEL SUELO AL CIELO
RomanceCayetana procede de un pueblo pequeñito del sur de España y empleando sus armas de mujer, accede a la jet set madrileña. ¿Qué hay detrás? Un enorme castillo de trolas y embustes. Cayetana, que ni siquiera se llama así, es una mentirosa compulsiva qu...