―Póngase cómoda, se lo ruego ―me pidió mientras se encajaba en la butaca orejera de al lado.
Suspiré cohibida y me senté cuidadosamente, levantando los pies con delicadeza para no manchar. Inmediatamente noté el confort. De reojo vi que garabateaba en su libreta.
―Bien, Cayetana, mi paciente y sin embargo amiga Sofía Moncada, me dio inmejorables referencias sobre usted. Sepa que la tiene en gran estima ―recitó con tono monocorde. De no haber yo conocido a mi benefactora, habría pensado que me tomaba el pelo.
―Sí gracias. Somos amigas desde hace bastante… Bueno también es amiga de mi futuro esposo… más bien conocida ―tartamudeé sin saber muy bien cuándo debía frenar mi capacidad informativa.
―Aparentemente son ustedes muy distintas… ―bisbiseó.
En lugar de responder, le gruñí. A ver si me iba a hacer perder el tiempo charlando de naderías sobre la diferencia de clases… (¿Se olería algo? Con estos raros nunca se sabe) o confesándome su amor por doña Sofía, que todo era posible, en lugar de centrarse en mi problema.
―Comencemos. ―Por fin dejó de divagar―. ¿Qué le trae a mi consulta?
―Un repentino y creciente cambio de comportamiento ―analicé muy firme―. Verá usted, yo antes era una persona muy segura de mí misma.
―¿Cómo de segura?
―Me comía el mundo... dentro de unos términos. Además, me enloquece la moda.
―Me explicará la relación… ―exigió algo desorientado.
―Estaba convencida de mi buen gusto vistiendo, de mi original modernidad. Si me miraban, daba por hecho que era envidia corrosiva. ―Perdí el fuelle y mi voz se convirtió en un débil murmullo―. Ahora pienso… Si se lo digo le parecerá mentira.
―Atrévase, atrévase ―me animó sin aparentar el menor interés.
―Pienso que a veces voy ridícula pero el espejo me lo oculta. ―Le vi fruncir las cejas.
―¿Desde cuándo ha notado esa variación en sus percepciones?
―Desde que me he prometido con un caballero de altísima posición social. Yo que siempre he sabido dónde pisaba… ―Tragué dificultosamente saliva. Ya estaba maquillando la verdad, embelleciéndola.
―Bueno, es un enfoque nuevo para su ego. Una muchacha de provincias, temerosa, ingenua, delicada… ―Fui relajándome conforme lo escuchaba. ¿Así me veía aquel señor? ¡Qué buena gente!― arrojada al campo de los lobos controla mundos… ―remató. Y yo me desmoroné de sopetón.
―Así exactamente es como me siento. ¡Me comprende usted!
―No, no la comprendo en absoluto, yo no me he prometido nunca y menos con un millonario ―objetó rancio―. ¿Cuánto hace de eso?
―Poco, poco, pero estamos preparando la boda ―lo informé insegura. Me temía otro hachazo en mitad del cráneo. Además, todavía no me había dicho lo guapa que era, eso me extrañaba.
―Espero que sepa comportarse en tamaña celebración ―reprochó abrupto y yo me quedé muerta. De repente soltó una risita estúpida―. No, es broma, quédese tranquila, seguro que lo hará divinamente. Va a ser usted una novia muy bella. ―Ahí estaba el piropo por fin. Pero ¿cuándo llegaban los consejos?
Porque para entonces mi pobre corazón ya se había desbocado y le llevó su tiempo volver a tranquilizarse.
―He sufrido varios ataques de pánico inexplicables mientras duermo, me obsesiona la idea de no encajar en su círculo de amistades, cuando la gente me mira… nos mira, sé que están pensando que quiero cazarlo, que me caso por su dinero ―lloriqueé―. No soporto esas miradas repletas de mala intención. ―Me quedé perdida en el vacío abriendo una incómoda pausa. Cuando regresé, él no había pensado siquiera en romperla―. Resumiendo, desde que la relación se formalizó, duermo mal y me he vuelto insegura, indecisa, timorata…
―Sé cómo se siente, no es preciso que siga.
―Pusilánime, asustadiza…
―¡Yaaaaaaa! ―me gritó.
―Es que yo no era así, ¿comprende?
―¿Le gusta su trabajo? ―preguntó recuperando el tono normal.
―Bastante. Sí. Creo… A todo terminas acostumbrándote. Y en el Beauty, el salón de belleza de calle Goya, es donde conocí a la señora Moncada y a mi futuro esposo, es de agradecer, aunque algunas compañeras… Hay mucha envidia como se puede usted figurar. ―Tragué aire con las palabras apelotonadas en la lengua―. Ya no trabajo.
―En definitiva, la atormenta el que sus conocidos puedan pensar que es usted una aprovechada. Supongo que alberga un sentimiento de injusticia…
¡Magnífica frase! Me dije. Eso era justo lo que tenía alojado en la garganta desde que Pili me empujó a fijarme en Jacobo y no había sabido expresarlo con aquella meridiana claridad. Mi puntuación sobre el psicoterapeuta, se disparó de dos a nueve.
―Era mucho más feliz cuando estaba sola y no tenía novio ni aspirante a marido. Pero no me malinterprete, yo lo quiero.
―Fragilidad de carácter, miedos, inseguridad ―decretó. Y yo supe que había vuelto a dar en el clavo. No iba a ser mala idea haber venido, después de todo―. ¿Ha pensado en qué entorno concreto le gustaría trabajar? ―prosiguió sin dejar de anotar.
Medité un segundo. Se supone que si te casas con un millonario, lo que viene detrás es holgazanear de por vida y pasarlo chachi disfrutando de sus euros.
―Pues precisamente, Lolich… Dolores ―me corregí―, una amiga que tiene una tienda de complementos de lujo, espera que me vaya con ella ―le expliqué sólo para que constase en acta que no andaba huérfana de opciones.
―Pero no está usted segura, ¿verdad? ¿Qué opina de la prostitución?
El inesperado giro de la conversación me pilló desprevenida.
―Nada, en realidad, ni me va ni me viene… ―evadí cautelosa.
―¿Hay algo con lo que sueña? ¿Algo oculto? ¿Prohibido? ¿Algo con lo que se supone que su familia tradicional no estaría de acuerdo?
―Pues no.
―Debe ahondar más en su subconsciente. Este tipo de obsesiones se almacenan en rincones inaccesibles…
―¿Qué obsesiones? Yo no estoy obsesionada para nada, quiero decir con nada… ―Me medio incorporé para mirarlo y volví a dejarme caer―. Uff, creo que me estoy empezando a liar…
―Claro. Usted no tiene nada claras sus ideas. A ver ¿qué ve aquí? ―Me mostró unos dibujos.
ESTÁS LEYENDO
DEL SUELO AL CIELO
RomanceCayetana procede de un pueblo pequeñito del sur de España y empleando sus armas de mujer, accede a la jet set madrileña. ¿Qué hay detrás? Un enorme castillo de trolas y embustes. Cayetana, que ni siquiera se llama así, es una mentirosa compulsiva qu...