primeros capitulos

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Advertí que fruncía el ceño.

–Me resulta interesante, misterioso y por encima de todo eso, protector –adjetivé segura de lo que decía–. Mira llevo días observándolo…

–Y él a ti, y él a ti. No creas que no nos hemos dado cuenta –me interrumpió haciéndose con un puñado de limas–, lo sabe todo el salón.

–¡No me digas! –me avergoncé.

–Sí te digo. Y por si alguna rezagada no se había quedado con la copla, estaba Pili para ponerla al día. –Pensé que no podría atravesar de nuevo la puerta de mi trabajo con la cabeza alta–. Te has convertido en toda una celebridad. –Alcé vivamente los ojos ¿Oí bien? ¿Había dicho celebridad?–. Y de él no se puede decir más que es todo un caballero, lo lleva estupendamente, no se ha pasado un milímetro.

–¿Ves? Pues lo que te decía, lo observo y me puede esa sensación de seguridad que rezuma  toda su persona. –Lolichi enarcó las cejas–. Jolines que yo me he criado casi sin padre, tanto viajar y tanto lío con los sindicatos de las fábricas, Lolichi, que necesito a mi lado alguien que me cuide –protesté con un puchero.

–Caye, no nos casamos con nuestros padres –me recordó con severidad. Tomó mis manos y las apretó afectuosa–. Mira, iba a contártelo más adelante, cuando todo estuviera cerrado, pero ya que estamos… Seguramente dejaré el salón para abrir una tiendecita. –Se me transfiguró la cara pero ella no se detuvo–. Ando firmando el contrato de alquiler del local.

–¿Una tiendecita de qué? –La simple idea de perderla de vista se me hacía insoportable.

–Baratijas varias. Desde pañuelos a chancletas, porta velas, bolsos hippies, ya sabes, de todo un poco pero muy bien escogido. El tipo de cosas que comprarían mi madre, mis tías, mis vecinas…

–No quiero que te vayas –imploré al borde del precipicio del berrido. Y le agarré las manos yo a ella, con desesperación. Lolichi sonreía.

–Te propongo que vengas conmigo. Despachamos las dos juntas, seremos socias.

–No tengo ni para comprar un tapón de corcho –reaccioné. No lo confesé, pero nunca dejaría el Beauty Salon. De allí bebían mis enseñanzas, no lo sabía todo acerca de la vida de los pudientes, tenía que seguir aprendiendo y sólo saldría por la puerta casada y bien casada.

–No te preocupes, no hace falta que hagas ninguna aportación al principio, pero puede ser una solución, te alejas de todo esto, pierdes de vista al señor de Ojeda y si tiene que ser, será, él te llamará o hará por verte.

Súbitamente todo aquello me sonaba a despropósito. Besaba el suelo que Lolichi pisaba pero ni pensaba abandonar mi puesto de manicurista ni alejarme de Jacobo mientras las cosas no se aclarasen en mi azotea. Decididamente no.

–Te agradezco que cuentes conmigo, amiga, pero no. No es el momento, no lo veo.

–¿Estás segura? Mira que todavía tienes tiempo para pensártelo.

Nos miramos en perfecta conexión.

–¿Cuánto tiempo? –quise saber.

–Como mes y medio. Puede que dos meses. Me tienes que ayudar con los catálogos de mercancía y me encantaría enseñarte el local.

–Hecho –convine. En dos meses, el asunto Jacobo de Ojeda tenía que estar más que finiquitado. Palabra de Cayetana.

DEL SUELO AL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora