primeros capitulos

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Asentí sin hablar y sin levantar los ojos de sus uñas. Se me había secado la boca. Seguía sintiéndome obligada a justificarme. Seguí mintiendo.

–¿Sabe lo que me gusta, doña Sofía, sabe lo que me encanta? Un hombre que sepa resolver, que coja el toro por los cuernos, que se ocupe de mí. Un hombre así, no lo he conocido en mi vida.

Ella acabó resignándose a mi terca decisión, encogiendo un hombro.

–Si es lo que quieres, adelante, pero no dejes que los preparativos te estropeen la cara. Vas a ser la novia más bonita del año.

La ternura de su tono fue demoledora para mi frágil ánimo. Dejé caer los brazos y me eché a llorar desconsolada.

–¡Ay doña Sofía!

–Pero ¿qué te pasa, chiquilla? ¿Qué es lo que anda mal? –se inclinó hacia adelante. Yo apenas si podía verla tras la cortina de lágrimas.

–Estoy cagada de miedo –confesé entre hipidos–. ¿Y si no encajo en su mundo, entre sus amistades? ¿Y si se ríen de mí porque me bloqueo?

Debió verme fatal, porque entonces fue cuando me habló de Pedro. El mismo Pedro que yo había recomendado a Marina unos días antes.

–Vamos a hacer una cosa: vas a pedir una cita con mi psicoanalista. –La miré comprensiblemente impresionada, secándome las lágrimas con el revés de la manga. Ese tipo de profesional sólo existía en la vida de los ricos y famosos–. Es un pelín excéntrico pero te ayudará a superar este bache de autoestima.

Tras unos segundos de pausa, retornó mi llanto, más sentido si cabe, que antes.

–Se lo agradezco tanto, doña Sofía, pero no puedo permitirme una terapia así, está totalmente fuera de mi alcance –hipé–. Y desde luego, Jacobo no puede ni olérselo, no vaya a plantarme por desquiciada.

–Tómalo como un regalo de bodas, querida –fue su indulgente respuesta–. Ve y visítalo cuantas veces él considere necesario. Antes y después de la boda. Te mostrará cómo adaptarte. Y olvídate de la factura, Pedro y yo arreglaremos cuentas más adelante.

Abandoné mi puesto, rodeé la mesa de uñas y me arrodillé delante de doña Sofía como si se tratase de la mismísima Virgen del Carmen. Apoyé la cabeza en su regazo y le aprisioné las manos con vehemencia.

–Es usted un ángel, un ángel. Mejor que eso, mejor que nadie en mi familia –me atraganté–, gracias, gracias, gracias…

Ella aguardó paciente a que se me pasara el arrebato melodramático.

–¿Te encuentras mejor?

–Mucho mejor. –Me puse trabajosamente en pie.

–Pues arréglale el esmalte a este ángel –rió–, que con tanto abrazo me lo has desbaratado.

Me puse sumisa a ello. Sofía suspiró en medio de una encantadora burbuja, de esas que rodean a las señoras con clase.

–¿Sabes algo útil que me enseñó Pedro? La mujer es como una bolsita de té, no sabes cuán fuerte puede llegar a ser hasta que la sumerges en agua caliente.

Solté una risita para quedar bien, pero francamente, no entendí el sentido de la frase. Como el tal Pedro tuviera intención de curarme los complejos a base de regalitos semejantes, íbamos listos, podía marcharme antes de empezar. Pese a ello me armé de valor y me presenté en su consulta, en una dirección prohibitiva de Madrid.

Enmi ignorancia pensé que había visto muchas películas y que si alguna vez iba al psicoterapeuta, nada sería como imaginaba. Básicamente, supuse, no habría diván ni el tipo tendría pinta de majareta. Pero me equivoqué. De parte a parte.

En principio no esperé demasiado. De hecho, ni llegué a abrir el “Diez Minutos” donde Paulina Rubio lucía felicísima en portada. Mejor, porque ella y sus flamantes amiguitos de juerga por el Caribe mientras yo me debatía entre encontrar mi identidad extraviada y la pérdida total de la cordura, no hubiera sido justo.

De detrás de unas estanterías agobiadas de libros y expedientes, brotó un clon de Woody Allen, mirándome con curiosidad. Arrugó la nariz igual que un conejo, se subió las gafas con la punta del índice y consultó una pequeña libreta.

―¿Cayetana Gar… cía?

―En persona, aquí me tiene ―dije para imprimir una nota de humor y de paso disimular los nervios.

―¿Es correcto? Pues pase. ―Me indicó sin hacerle gracia mi chiste. Literalmente parecía estar en otra galaxia.

El despacho era confortable, lujoso y el espacio más desordenado que recordase haber visto en mucho tiempo. Allá donde miraras, había libros abiertos, revistas científicas con sus artículos expuestos, catálogos, diagramas y esquemas con extraños dibujos y títulos de cursos y seminarios todavía sin enmarcar. Al fondo de la estancia, junto a una ventana de visión translúcida gracias a un visillo violeta, descubrí el temible… DIVÁN.

DEL SUELO AL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora