primeros capitulos

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Sorprendentemente siempre pensé que doña Sofía y don Jacobo hacían buena pareja. Ella era mayor, pero los dos eran educados, manejaban posibles y se cuidaban, me caían bien. Él solía hacerse pedicura y masaje y aunque más de una vez me invitó con el gesto, yo jamás accedí a ponerle una mano encima; me limitaba a mis idas y venidas cambiando toallas, sirviendo café o calentando el agua aromatizada del pediluvio. Pero una mañana especialmente tranquila, se me insinuó.

–¿Me dirás cómo te llamas? –Creí que sonaría a abuelo, pero no, sonaba a padre.

–Cayetana, señor.

–Un nombre adorable y guarda lo de señor que me vas a hacer mayor. –Evidentemente el caballero no se miraba al espejo desde hacía diez años–. Mira, ahí fuera hay un Ferrari rojo nuevecito pidiendo a gritos que lo aparquen. –Me mostró unas llaves con colgante de plata– ¿Tú me harías el favor?

Retrocedí horrorizada. De sobras me constaba que el buen señor aparcaba en prohibido con tal de que su cochazo impresionante fuera visible desde el salón. Las niñas se volvían locas mirándolo a través de los escaparates, y formaban una algarabía de comentarios, pero a mí era algo que me dejaba fría. Los gritos del Ferrari en cuestión, me importaban un carajo. Aparte estaba mi escaso talento para el volante.

–Ni se le ocurra –rechacé muerta de miedo–, acabo de sacarme el carné y me estrello seguro.

–Está cubierto a todo riesgo –fue su respuesta envuelta en sonrisaspresuntuosas.

–Mi cabeza no –lo sorprendí–. Llamaré a otra persona. Cualquiera podrá ocuparse.

Vi que apretaba los labios mosqueado. No había sido mi intención ofenderlo, pero con Cayetana García no se juega, ya iba siendo hora de que lo aprendiese. Jacobo estaba demasiado acostumbrado al triunfo y a que las féminas le bailasen las aguas. Yo no iba a ser una de muchas, que se fuera olvidando.

Después de meterle semejante corte, creí que no me volvería a dirigir la palabra o que hablaría con mi encargada para que me relegaran a la escoba, pero no. Está visto que aquel señor no se daba por vencido y sus galanteos se hicieron desde entonces, mucho más evidentes. Tanto, que hasta a ojos de Pili, me volví interesante de la noche a la mañana.

–Nena, ¿te has fijado en cómo te mira el señor de Ojeda? Chica, si te come las bragas con los ojos –me cuchicheó al oído.

–Pues no sabes la pelambrera que puede encontrarse ahí abajo – bromeé yo sin darle cuerda.

–¡Anda ya! ¿No te los quitas? Pues yo me depilo hasta el cielo de la boca, ya puedes modernizarte cariño que no estás en la edad de las cavernas…

–Bueno, yo a mi aire… –reí tratando de deshacerme de su bloqueo. Pero a Pili se le abrieron unos ojos enormes y lanzó el gancho de su mano a rodear mi antebrazo. Lo juro, me acojonó.

–¿Estás segura de lo que estás diciendo? ¿Tú sabes bien qué es lo que se cuece? Niña, abre el cerebro, dale coba que este no es Felipe, el macarra de mi barrio, es Jacobo de Ojeda, que te puedequitar detrabajar el resto de tu vida.

–Yo estoy encantada con mi trabajo –repliqué medio insultada.

–Una oportunidad como esta no se le presenta a una chica más que una vez. Si eres lista y quieres prosperar, sabrás aprovecharla si no… – Me soltó el brazo de mala uva–. Que te den. Cualquiera de estas mataría porque el señor de Ojeda mostrase un poco de interés, pava, que eres una pava –recalcó amargada. Amargada porque el presunto golpe de fortuna, no se había disparado contra ella, claro. Hasta ahí podía entender.

Me abandonó a mi suerte allí en el pasillo cargada con una cubeta de aceites perfumados, sin saber qué pensar. Que yo odiase a Pili seis veces al día, no significaba que no fuese más larga y astuta que yo y a esa sabiduría callejera que a mí me faltaba, había que sacarle jugo. Sería del género tonto no reconocer que Jacobo se conservaba divinamente: con más de sesenta y ocho años, no aparentaba más de cincuenta. Cavilé: no me vendería barata. Si ponía mis ojos en su patrimonio inmenso, se acabó el aceptar citas con otros pretendientes, Jacobo tenía que verme como un dechado de virtud de los que escasean, tenía que ser verme, y sufrir la experiencia de una aparición mariana.

Empecé a darle vueltas a lo que al principio me parecía un sinsentido. Tenía que consultarlo con Lolichi porque poco a poco cobraba vida en mi interior y había que ordenarlo y recapacitar antes de que fuese demasiado tarde. La juiciosa Lolichi me sondeó con ojos graves.

–¿A ti te gusta?

Mira la jodía. Vaya, la preguntita sencilla.

–No sé, es un hombre tan… Impresionante… –evoqué soñadora.

–Mujer impresionante, impresionante… ¿Tú te has dejado impresionar? ¿Por el coche, por los millones o por su conversación? –Advertí que fruncía el ceño.

DEL SUELO AL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora