La embustera más divertida...

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Acompañé a Marina hasta la jaulita que ella llama puesto de trabajo. Fue sorprendente encontrarnos allí a Adela clavada como un clavo tan rapidito. Parece ser que el almuerzo la había dejado con la miel en los labios, que había dado poco de sí, vamos. Estaba evidentemente triste y casi podría afirmar que con los ojos enrojecidos. Pero no hice el menor comentario y ella se entregó apasionada a una conversación tontorrona, mientras elaboraba un aromático café. Seleccioné al azar una silla y me dejé caer. Noté que a mis espaldas se movía un bulto sospechoso.

                        Me giré sin prisas para averiguar quién era. Nada importante. Una rubia teñida con cara de eterno cabreo y ojos investigadores. Aproveché para poner las cosas en su sitio y presentarme como Dios manda.

                        ―Estas niñas están preparando café. Podrías traerte unas pastas o unas magdalenas para acompañarlo. ―Adiviné por su gesto que pensaba negarse―. No se te ocurra decirme que no es tu trabajo porque me falta tiempo para discutir con tu jefa, hasta qué punto le conviene tenerte aquí. Con el pastizal que voy a dejarme en este tugurio lo menos que podéis hacer es dorarme la píldora. Ya sabes, la pelota.

                        Puntualicé mi speech justo a tiempo de ver cómo Adela y Marina contenían la risa y la rubia se marchaba colorada como una olla exprés.

                        ―¿Quién es esa caricatura en rubio de Betty Loop? ―pregunté.

                        ―A menos que hayas descubierto unos aros de maíz frito con ese nombre, es Boop no Loop ―me corrigió la siempre sagaz Marina.

                        ―Mira que disfrutas yendo de sabionda ―me retorcí―. ¿Qué más da Boop que Loop?

                        ―Tati es la recepcionista ―claudicó bajando la voz.

                        ―Cuando se le ocurre trabajar ―siseó Adela.

                        ¿Ves? Eso tuvo su gracia. Tuve que sonreírme.

                        ―No os riais. No es buena gente, ni te perdonará la afrenta ―se acongojó Marina descompuesta.

                        Yo me sonreí sobrada, sobradísima.

                        ―Pues verás la que le traigo preparada el próximo día. Si esta es de las problemáticas, le voy a dar pal pelo ―aseguré.

                        ―No caerá esa breva ―suspiró Adela.

                        Ya me había puesto en pie y las miré compasiva desde lo alto de mis tacones.

                        ―Muy pronto os desinfláis vosotras. Voy a darle a la tal Tati,  tremenda carga de trabajo. Ni las cejas le veréis.

                        Me marché sin tomarme el café, porque ellas tenían que ganarse el salario y yo no iba a perder mi cita con la esteticista.

8. Primer Asalto

      ¡Qué sinvivir! ¡Valiente estrés por culpa y causa del palacete! Las obras que se me venían encima, estresan a cualquiera, ya lo dice Pamela Anderson, a punto de ingresar en un psiquiátrico después de las suyas. Obreros cazurros, días de baja, huelgas imprevistas, elección de materiales, retrasos y errores a gogó. Pero tragártelo conjuntamente con un socio indeseado, se convierte en una pesadilla de tomo y lomo. Eso especulaba, mientras roía sin ganas, las nueces de mi ensalada de queso de cabra, clausurada en una mesa de la braserie de moda, en una céntrica calle, relativamente cerca del antro de Marina.

DEL SUELO AL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora