primeros capitulos

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Poco me importó que Marina visitara el palacete aunque pareciese Guantánamo. Donde hay confianza termina dando asco, además, ella no ha visto una mansión en su vida, de modo que para no matarla de la impresión, había que ir por fases. Mejor que la viese así, destartalada y luego, paulatinamente, mejorando. La monté en un taxi, porque en su mini apenas me caben las piernas y salimos zumbando cruzando la crema y nata de Madrid.

Aquí, en confianza, creo que al pie de la verja misma, se le cayó la faja de la impresión. De vuelta al ático, mandé a Hatti a fabricar capuchinos, que era media tarde y se imponía una pausa.  Marina agarró un ejemplar del “Jelou” que tenía tirado encima de la mesa del café y se puso a ojearlo con hambre canina.

―Hay que ver lo hijoputas que son los periodistas rosas estos. Cabrones… mira cómo ponen a la pobre Mariah Carey…

Eché un vistazo por encima de su hombro a la cantante esta, a la que Dios regaló un don inmerecido por equivocación o por estrés y puse mala cara.

―Se lo tiene merecido, por ser una tipa que ha pasado los cuarenta y se sigue colocando diademas de Hello Kitty ―dije ácida―. No hay más que fijarse en los jamonacos que se le están poniendo.

―Jamonacos, sí, pero mírala ―elevó la revista por encima de su cabeza y me la metió por la cara―, ni chispa de celulitis.

―No seas ilusa, eso cuesta mucha pasta, se pasan el día cuidándose. Si no, ¿de qué?

Obviamente, mi razonamiento no contuvo a Marina.

―Yo sólo sé que con diez años menos que ella, mis piernas están para tirarlas a la basura. Ya quisiera…

―¿Tú, gorduras? Pero si eres una tirillas… ¡Anda, Marina, no digas chorradas que no son horas! Y háblame de lo que me interesa… ―Me dejé caer a su lado con mi capuchino― ¿Qué te ha parecido la mansión?

Ella cerró la revista y me dedicó toda su atención. Los ojos le centellearon y la babilla le resbaló por la comisura.

―¿Qué te puedo decir? Que es un sueño, que nunca vi nada igual, que me parece tan conmovedor lo que te ha pasado…

―¿Conmovedor un jardín que es una selva, o te refieres a la herencia? ―me espiné.

―No, mujer, al detalle de tu padre, su presencia en tu vida aún ahora… ―Ya se le estaba yendo la cabeza. No, si la culpa la tengo yo, por preguntar―. Es un aliciente ahora que empezabas a aburrirte. ―Y me guiñó.

Me quedé un poco mosca. ¿Acaso se me notaba? Porque yo andaba todo el día de lo más atareada de allá para acá, entre compras, tratamientos corporales y capilares, gimnasias, viajes y eventos sociales. Y encima sacrificaba parte de mi tiempo para almorzar y tomar cafés con ella. Más no se podía pedir. Puse gesto de hosca suficiencia.

―Querida ONG, yo no me aburro, para que lo sepas. A lo largo del día atiendo mil actividades personales y otras tantas gestiones benéficas. Todo lo más, me disperso a veces.

Se echó a reír.

―No digas que te dispersas, eso no tiene sentido. Dispersarse significa literalmente…

―Para mí tiene todo el sentido del mundo ―la corté seca. Con la rabia que me da que me corrijan―. Voy a hacer de esa casa, lo más rimbombante de la capital y daré unas fiestas de ven aquí y no te menees. ―Medité un instante―. En cierto modo, y vaya por delante que me jode reconocerlo, tienes tu parte de razón, porque ya le exprimí al loft todo su jugo y el proyecto de reforma y decoración del palacete, llega como un soplo de aire fresco. ―La miré a bocajarro―. ¿Esa expresión sí es de su agrado, señorita Realacademia? ―Como asintió, le tiré a la cabeza el primer periódico que pillé―. Bébete el capuchino antes de que se enfríe que si no, la china se cabrea ―le advertí bajando prudentemente la voz―. Pasando a otra cuestión, dame buenas noticias y dime que Amancio el de Zara te ha contratado para llevarle las cuentas.

La sonrisa se borró a medias de su carita empolvada.

―¡Qué más quisiera yo! La cosa sigue muy difícil y yo, que no me enmiendo…

―Es que tienes la cabeza más dura que un marmolillo, Marina. Te emperras en que estás bien y nadie en sus cabales puede salir indemne de un palo como el que te han dado a ti. ¡Que tu empresa te ha puesto de patitas en la calle sin finiquito ni paro después de trece años de dejarte el pellejo metiendo números en sus pe-cés, coño! ¡Que eso no se le hace a un ser humano! ―me indigné como siempre que recordaba la faena.

―Bueno, quebraron…

―¡Y un cuerno! ¡Quiebra fraudulenta! Que se lo pregunten al jefe y al hijo del jefe y a la amante del jefe, que a estas horas están todos ciegos de piña colada en Brasil. Y tú, sin poder pagar el piso. ¡Hay que joderse…! ―La observé severa. Ella esquivó mi dardo como pudo―. Cuando te insisto con lo de Pedro, no es broma. Tú tienes un serio problema de autoestima en estos momentos y hay que limarlo o acabará pasándote factura…

―¿Y si bajase mis expectativas? Quizá debería contentarme con un trabajo más modesto.

―Ni lo pienses. Antes morir, que perder la vida. Mira, Marinita. Sé cuándo una persona está acabada y créeme, tú no eres esa clase de persona. ―Le endiñé un bocado atroz a una tierna magdalena―. Al menos, no de momento. Sigue buscando. Y visita a Pedro de una puñetera vez, espero no tener que repetírtelo.

(fin del capítulo 5)

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