primeros capitulos

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El halo de perfume “made in Caye” que me precede, se coló por la nariz de todo bicho viviente en el restaurante e hizo que Marina y su nueva conocida, levantasen la cabeza. Allí estaba yo, tan divina como de costumbre, invitada a almorzar a instancias de mi amiga.

―Os presento: Olivia de Talier, Cayetana de Ojeda.

―Lundberg, Cayetana Lundberg, querida. ―Nos besuqueamos como era de rigor― ¡Qué ilustre apellido y qué bolso más ideal, por Dios!

Dice Marina que le revienta cuando se me pone voz de falsete y empiezo a soltar chorradas tipo Vicki Beckham (según su ¿acertado? criterio). Desafortunadamente, esta era una de esas ocasiones, porque me miró, bizca completa. A mí también me achicharra que se eche amigas nuevas sin contar con mi beneplácito y allí estaba, quietecita y modosa, esperando que me presentara a una. De momento, su bolso aprobaba con nota.

―La última colección de Loewe es impresionante ―me informó la tal Olivia muy satisfecha. De repente parecía que Marina ya no estaba allí, Olivia me agradaba―. Si no os molesta, me he tomado la libertad de pedir una fideuá. Habrá para las tres.

Yo machaqué con lo mío.

―Ahora que nos conocemos, tendremos que salir un día de compras ―le hice una seña al camarero―, las amigas de mis amigas son mis amigas. Una copa de Rioja, por favor. Me gusta tu estilo. Además, en breve voy a andar ocupadísima con el tema del palacete y me merezco algún rato de esparcimiento…

―¿Palacete? ―se asombró Olivia. Marina la puso al tanto.

―Sí, palacete. Caye tiene un palacete.

―Aquí donde me ves… –Estiré la servilleta.

Su mutuo interés me sonó a música celestial. Puse esa cara tan mía de “ahora vas a ver lo que te cuento, que te vas a quedar patidifusa, agárrate que hay curvas”.

―¿No te conté lo del sueco?

―Parte ―me orientó Marina a modo de incentivo.

―Pues te vas a quedar muerta. Mira, resulta que una vez en Estocolmo… ¿Os importa que fume?

Les conté el episodio completo. Mi encontronazo con el sueco, arquitecta envidiosa incluida. No me faltó ni gloria. Al rematar, me quedé mirando a Marina como quien espera la lluvia sobre su cosecha: anhelante. Ella se vio forzada a opinar.

―No veo donde está el problema, Caye. Le vendes tu parte y en paz.

Si por mi respingo le pareció que me irritaba, le pareció bien.

―No lo entiendes, ¿verdad? Quiero reparar esa casa porque quiero vivir en ella. Es la herencia de mi padre. Me merezco un palacete ya que el retrasado de mi marido no supo dármelo.

―Pero le dijiste que tenías intención de vender.

―Ya sé lo que le dije, pero acababa de conocerlo, no tenía por qué sincerarme ―protesté. Bien mirado, llevaba mi razón.

―Entonces estabas intentando engañar a Neil… comosellame ―se escandalizó Marina muy en su línea.

―Más bien alejarlo inocentemente…

―Caye, que nos conocemos, que tú nunca haces nada con inocencia…

Fingí ruborizarme y torturé mi pitillo con una profunda calada estilo Hollywood años cincuenta.

―¡Qué crueldad! ¿Qué va a pensar de mí tu amiga?

Olivia, encantadora, me lo puso fácil.

―No hay de qué preocuparse, chica. A estas alturas y viniendo de la familia que vengo, ya he visto de todo.

―Tenéis que ayudarme a planear algo para mandar al vikingo de vuelta a Gobi. Por cierto, ¿Qué es eso? ¿Algún coffee-shop snob?

―No hija, un desierto.

―Lo ignoraba… Tengo que mirarlo en el Google Earth… ―declaré meditabunda.

Olivia se rió entre dientes y al cabo de un rato, soltó una carcajada. La pobre infeliz, se pensaba que yo estaba bromeando. Y yo nunca hago esas cosas. No se me da bien la geografía y punto.

 (Fin del capítulo 6)

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