la casa de la plaza

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En realidad mi cometido laboral en el Beauty Salon era muy simple: preparaba las cabinas para los tratamientos, lavaba escrupulosamente las vasijas de mezclas de los aceites, los cubos de burbujas para pedicuras, cambiaba las toallas de las camillas y preparaba infusiones para agasajar a las clientas. Básicamente, es que una servidora no disponía de título de esteticista ni nada que se le pareciese. Pero a cambio era monísima y la mar de agradable. Los clientes se desternillaban de risa con mi gracejo andaluz y me dejaban sustanciosas propinas. Aquel era el entorno perfecto para captar el estilo deseado por la Toñi adulta. Y ahí fue también, cuando decidí echar mi bulo a correr, dejándoles caer a mi jefa y compañeras, que mi segundo nombre era Cayetana. Menudo invento. Y menudas reacciones.

―¡Qué bonitooooo!

―¡Qué estilosooooo!

―Mucho mejor que Toñi ¿Dónde va a parar?

―Suena a duquesa.

―A marquesa, diría yo.

―¡No coño! ¿No lees las revistas? A duquesa, Toñi, lo que yo te diga, no le hagas caso a esta que es una castroja. A duquesa.

―¡Te llamaremos así! ¡Te llamaremos así! ―chilló la tonta de la Pili palmoteando y dando saltos.

―Francamente, prefiero tener una Cayetana que una Toñi dando vueltas por aquí, tiene más caché ―rió mi jefa la muy cínica, siempre barriendo para adentro.

Y así es como murió Toñi y vino a sustituirla Cayetana. Sin dramas, sin duelos y sin estridencias. Cayetana, la que iba a perder el avión, como no se dejara de sentimentalismos y gilipolleces.

Corrí hasta la puerta de embarque y exhibí mi tarjeta y mi identificación como ordenan los cánones aeroportuarios. En un santiamén estaba ricamente acomodada en mi butaca bussines, más a gusto que un arbusto, paladeando una copita de cava para ahuyentar los malos recuerdos. El azafato iba y venía con sospechosa asiduidad.

―¿Puedo ayudarla en algo, señorita? ―ofreció por quinta vez. En esta ocasión me digné a mirarlo. No sólo lo vi, también lo oí hablar conforme recorría incrédula el oscuro tono de su piel. Ya. Ubicado. Un tipo de la Nigeria profunda, afincado en Lugo. El deje cantarín y galleguiño de sus frases lo decía a las claras.

―No, gracias, de momento estoy servida ―respondí con suavidad―. Quizá más tarde.

El negrito gallego se perdió por el pasillo y yo me ajusté el antifaz y me eché a dormir. Que luego me presento en mi círculo social con ojeras y se desatan las habladurías.

Entretanto, ahogada en mitad de otro de sus follones, Marina se dejaba el dedo pulsando las teclas de su móvil. Mi voz la saludó desde el contestador.

―Habla con Cayetana de Ojeda. En este momento me encuentro en el gim. No estaré disponible hasta las ocho pero puede dejar un mensaje.

Biiiiiiip.

―¡Caye!  ―Sorbete de mocos mezclados con lágrimas―. Avísame cuando estés disponible. Voy a verte corriendo.

DEL SUELO AL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora