primeros capitulos

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6. Un rubio poco legal

Conté cada minuto de cada día que los operarios de “Jardinerías Espenser” invirtieron en mi palacete. Los visitaba sin faltar, anotando ávida cada progreso, cada hierbecilla arrancada, cada trozo selvático despejado. Podaron los árboles silvestres, replantaron arbustos decorativos, recortaron los setos, el paisajista de la empresa colocó piedra artificial y una cascada alrededor de la piscina que fue convenientemente vaciada, limpiada, desinfectada y vuelta a llenar de agua cristalina y transparente. Hasta un pequeño estanque con nenúfares, descubrimos bajo la hojarasca acumulada y uno de los jardineros en un alarde de confianza me regaló un par de carpas, que se quedaron allí a vivir, tan a gusto.

Por fin, tras ocho días de interminables jornadas a diez horas con látigo y sin reposo, mi jardín se había convertido en una impecable muestra de exteriorismo de diseño, del caro. Lo arreglé todo para que la llegada de Tania coincidiera con el desmantelamiento de “Jardinerías Espenser” y toda su artillería pesada, para impresionarla. Y vaya si la impresioné. Se quedó bizca cuando se frenó en la verja y casi se cae de culo cuando vislumbró el caserón.

Con todo lo fina que aparenta ser, es una burra como yo, a la que de cuando en cuando se le escapa un silbido barriobajero. Esta fue una de esas ocasiones.

―¡Qué preciosidad, Caye! ¿De verdad es tuya?

―Mía del todo. ―Sonreí orgullosa mientras sacaba el fajo de billetes y le abonaba sus servicios al encargado de “Espenser”, lentamente, para que disfrutase.

―Bueno, bueno, bueeeeeno ―musitó admirada―. No te imaginas las posibilidades que tiene esto. ―Miró alrededor―. ¿Entramos?

―Desde luego ―convine una vez despachados los jardineros. Y echamos a andar rumbo a la puerta principal y al precioso porche de acceso.

―¿Quieres conservar el estilo victoriano de la mansión o te gustaría darle un aire más moderno?

―Es la herencia de mi padre ―expliqué modesta―, por razones sentimentales me gustaría dejarla tal cual. Si te das cuenta el edificio no está muy deteriorado. Si llegas a ver el jardín el primer día…

―Esto es el paraíso, Cayetana. Y en medio mismo de Madrid. ¿Tienes idea de lo que puede valer, sin ni siquiera reformarlo?

―Para eso te pedí el perito tasador. ¿Lo has arreglado?

―Viene de camino, está terminando unos informes. Además es amigo, te hará una tasación generosa si tu intención es venderla.

―Probablemente así sea, yo estoy muy contenta con mi loft. No lo cambiaría por nada del mundo ―dejé caer con cierto tonillo sarcástico.

―Hasta hoy pensé que tu loft era la casa de mis sueños pero después de ver este palacete... Nena, no dejes de llamarme si decides desprenderte de él.

Le respondí con un gruñido. La tía caprichosa… El caso era quedarse con lo mío; culo veo, culo quiero.

Accedimos a la planta superior. Desaparecidas las tinieblas que los árboles salvajes vertían, la luz entraba a raudales por las ventanas, inundando de rayos las habitaciones amplísimas. La mayoría disponían de chimenea, un detalle que me pareció elegante a la par que encantador.

―Hace siglos que no caía en mis manos una propiedad así. Con poco dinero te va a quedar majestuosa. ―A la legua noté que se le salía la envidia por las orejas. Decidí chincharla un poco más.

―No escatimes en gastos. Quiero este suelo de roble perfectamente tratado y perlita en todas las paredes. La cocina y los baños, por supuesto, van renovados al completo con accesorios de última gener… ―Me interrumpió la inspiración, un ser insignificante y calvo, que se me coló por la espalda, dándome un susto de muerte. Aún siendo de día, planeaba sobre mi cabeza la obsesión por los fantasmas.

―Aquí está el tasador ―desveló Tania yendo hacia él con los brazos abiertos ¡Mira que llega a ser peliculera!―. Alberto, te presento a Cayetana, la propietaria.

―Encantado, señora. ―Me estrechó la mano. ¿Señora? Tu prima la de Cuenca, gilipollas.

―Encantada ―respondí avinagrada y de todo, menos contenta.

―Magnífica construcción e inmejorable ubicación. ―Dime algo que yo no sepa, imbécil. Es que cuando me cabreo, cojo carrerilla y ya no hay quien me pare―. Si no les importa voy a confeccionar un plano de planta.

―Vaya, vaya ―lo animé, más que nada por perderlo de vista.

Tania y yo volvimos a quedarnos solas y salimos al corredor. Del hueco de la escalera colgaba una lámpara de araña colosal, que parecía recién sacada de una película de época. Bien limpia hacía muy bonito, igual decidía dejarla allí. Al adentrarme en lo que parecía ser la biblioteca, nos encontramos otro sujeto contemplando muy interesado las estanterías de caoba. Era alto, rubísimo, con un insultante bronceado. Vestía pantalón sastre y jersey cisne de cuello vuelto.

―Su compañero anda por ahí dibujando planos ―lo instruí algo molesta por tanta invasión. El chico giró sobre sus talones y me cortó el aliento. Debería de estar prohibido ser tan guapo, me dije. Vaya dos tasadores dispares: la bella y la bestia.

―¿Disculpe? ―le oí decir en medio de la conmoción. Aquel acento… Se parecía sospechosamente al del notario de Estocolmo. Até cabos. ¡Ay madre! Me empezaron a temblar las piernas. Tania entretanto, se había quedado catatónica a la vista del galán.

―¿No viene usted a tasar la propiedad? ―conseguí decir con mucho esfuerzo.

―No. ―Y sonrió. La madre del cordero, menuda caja de dientes perfectos―. Soy Neil, propietario de la casa. ―Extendió una mano hacia mí. Por supuesto, no la recibí.

Si su visión había sido lluvia para mis ojos desérticos, su frase de presentación, me dejó como si acabaran de atizarme en la cabeza con un paraguas.

DEL SUELO AL CIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora