Capítulo 21

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24 Horas antes....

 — ¡Eh!, ¿Te apetece un café?

La voz del detective O'Neill interrumpe por un segundo la concentración del detective LaFontaine.

Durante las últimas semanas había permanecido con la vista fija en la pantalla de su ordenador, con el oído pegado al teléfono y las manos en incesantes ficheros, con un objetivo único: la caza de Máximo Aguilar.  Hace unos días había establecido una teoría: Aguilar es un psicópata, y como tal, no entiende la diferencia entre el bien y el mal, y si la entendía, no sentía remordimiento alguno de sus actos. Y, como psicópata que era, tarde o temprano volvería a actuar, a reclamar lo que él creía suyo. En este fatal caso, lo suyo era la vida de una mujer, Candela Velázquez-Hunt.

Desde muy temprana edad, Hugo había soportado durante años la adicción de un padre que pronto estuvo ausente, y el abuso sistemático de los mil y un " nuevos papás" que su madre se había empeñado en traer a casa. Hasta que un día, tras una de las palizas diarias que su último padrastro insistía en propinar a su madre, se armó de valor, y de un AK47 que había pertenecido a su padre, al de verdad. Disparó a bocajarro sobre el corazón, después de haberle pedido " amablemente " que se retirara.  No lo hizo. Y " apestoso-Joe", como él lo llamaba, cayó después del segundo disparo con un sordo sonido al suelo. Tenía 10 años.

Volvió al presente observando al detective apoyar una cadera sobre su escritorio. No era mala idea un descanso. Esos ficheros iban a seguir allí tras un café o dos.

— Está bien, O’Neill. Tú pagas— contestó mientras cogía su cazadora marrón del respaldo de su chaqueta.

— Ah, cualquier cosa para que dejes de perforar el suelo yendo de aquí para allá con tu sillita de oficina. — bromeó el otro.

— O’Neill, LaFontaine, tengo una desaparecida, así que cafés para luego. —  Dijo el inspector mientras esgrimía frente a ellos unos impresos.

— Joder, jefe. ¿Qué demonios pasa con la unidad de desaparecidos? ¿No deberían ocuparse de… No, sé, los desaparecidos?

— O’Neill, no me toques las narices. El tipo insiste en que está seguro que está muerta. Y dice que le vendió un coche por que el tipo había salido de aquí, le habían quitado el coche por positivo en alcoholemia, razón por la cual ahora el caso es vuestro.

— ¿Por alcoholemia? ¿Ha hecho una descripción? — preguntó Hugo mientras tomaba los papeles y volvía a quitarse la chaqueta.

— Pregúntaselo tú mismo— contestó desapareciendo el capitán.

Un latido. Dos. El corazón del detective Hugo LaFontaine comenzó a latir erráticamente. ¿Podría ser éste el error de Aguilar?

— Vamos. — dijo, instando a su compañero a seguirlo al principio de la oficina de policía.

Allí, un joven de unos treinta años, de aspecto latino americano, con tatuajes, camisa de cuadros azul y blanca y pantalones negros, esperaba.

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