Damas y Caballeros

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Amelia vio con diversión al energético erizo azul enfrente a ella. Ella conocía a muchos como él, busca tesoros y cazas recompensas que van segados por su ambición a los confines de la tierra; nunca satisfechos con nada y capaz de perderlo todo por un poco más; justo lo que ella necesitaba. A ella no le importaba el precio, sólo quería que su gente dejara de sufrir por su decisión de vivir.

–Percival– llamó la princesa para ver de reojo a la felina –Por favor, enseña a nuestros invitados en dónde empezaran a laboral, yo debo de encargarme de otro asunto.

–Su majestad– reverenció la felina y caminar hacia los erizos –Síganme– ordenó para caminar fuera del comedor. Ambos erizos no dijeron nada al respecto y salieron en silencio detrás de la felina marchándose del comedor.

–Su alteza– llamó la coneja para verla consternada –¿Está usted segura que...

–Lady Cream– interrumpió Amelia para verla con una sonrisa –Quiero que mientras ellos se encuentren aquí su visita sea de lo más placida posible– indicó –¿Puedes ocuparte del almuerzo de hoy? Algo que cumpla las más altas exigencias de un gran rey.

–Sí su majestad– asintió la coneja –Es sólo que...– silenció temerosa –Sólo quiero saber si todo...

–Lady Cream, creo haberte dado una orden– interrumpió Amelia con seriedad.

–¡Lo siento!– asintió con rapidez –¡Enseguida me encargo!– acató para correr en dirección a la cocina.

Amelia siguió con los ojos la partida de su doncella exhalando un pesado suspiro al verla salir de la habitación; ella no podía demostrar miedo o inseguridad, ella era la fuerza de su pueblo y de aquellos que convivían con ella, siempre debería de verse fuerte e inmutable... así muriera del miedo por dentro.

La princesa vio con aquellos ojos fríos e inexpresivos los jardines reales del otro lado de aquel ventanal, los cuales, yacían marchitos desde hace muchas estaciones atrás.

De nuevo se escuchó un crujir resonar por el gran salón, captando su atención para buscar con la mirada la causa del mismo. Amelia pudo observar en el cristal una pequeña grieta, tal cual había pasado antes. Su reflejo traslucido se miraba por la ventana y cerca de éste notó aquella rajadura que la había alertado antes; aquella pequeña línea empezó a expandirse según como aquel sonido chirriante se escuchaba en el comedor y como un rayo hacer una línea veloz sobre el cuello reflejado de Amelia. 

Observó con horror la escena para retroceder con lentitud mientras su mirada se mantenía fija en su reflejo distorsionado, hasta que el tambaleó de los candelabros sobre su cabeza de un lado a otro la hizo dirigir su mirada al techo para que un trago pesado recorriera su garganta. Sin pensarlo dos veces tomó aquel pesado vestido y corrió fuera del comedor con rapidez para alejarse de aquel ente que no quería saber de su respirar.

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Percival los dirigió a la parte trasera del jardín en donde podían ver hectáreas de tierra muerta y arbustos marchitos. Ambos erizos vieron con asombro el lugar, el castillo sin duda era más grande de lo que les pareció en un principio.

–Empezaran aquí– ordenó Percival.

–Debes de estar bromeando– hablo el erizo azul para ver con cansancio los centenares de metros de tierra muerta y marchita.

–No lo estoy– respondió fríamente –De aquí en más ustedes tienen acceso a todo el castillo a excepción por unas pocas habitaciones que tienen prohibidas, como las de su majestad, la bóveda y mi habitación al igual que la de Lady Cream– explicó –Podrán buscar en estos lugares únicamente con su respectiva vigilancia, por lo demás, siéntanse libres de andar.

A Cursed RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora