The Quest

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Tomó conciencia al sentir su cuerpo arder como si las llamas quemaran cada centímetro de su piel provocando que sus ojos se abrieran de golpe para ver una fuerte luz sobre su cabeza cegándolo brevemente y obligándolo a cerrar los ojos, y de nuevo sentir aquella sensación ardiente sobre él y voltearse con rapidez en un falso intento de ponerse en pie para caer de nuevo al sentir un dolor abrasante en sus brazos. –Oh por favor, no te muevas– escuchó la suplica de una voz femenina. Silver entreabrió sus ojos lentamente, los cuales aún miraban lunares de colores por aquella luz cegadora; vio a una equidna de ojos azules vestida con una largo vestido negro y blanco verlo con preocupación.

–¿Eh?– exclamó con pesadez mientras yacía en letargo sobre lo que asumió era una cama.

–Tus heridas pueden empeorar si sigues moviéndote, por favor...

Cerró sus ojos nuevamente intentando recordar cómo había llegado ahí, y más que nada, por qué yacía herido. Silver recordaba haber salido aquella noche de su habitación y escuchar voces llamarlo para luego caer, la pared a sus espaldas se había movido o eso pensó. Cayó durante mucho tiempo, o eso le pareció hasta que la tierra húmeda y fría paró su descenso en una habitación oscura y con un aire denso. Aquellas voces parecían haberlo seguido en su dramático descenso ya que la risas distantes se escuchaban en donde había caído.

–Tienes suerte de estar con vida– habló aquella equidna para interrumpir sus recuerdos. Silver abrió de nuevo los ojos con una clara expresión de dolor en su mirar.

–¿Quién eres?– alcanzó a preguntar en susurro.

–Soy Sor Tikal (N/A: Sor es la manera en que se llaman las monjas. Es un sinónimo de Hermana como tienden a decirse) La consejera espiritual de su majestad la Princesa Amelia.

–¿Dónde estoy?– preguntó con una voz apagada.

–Eso no es importante– respondió para sentarse a su lado –Por ahora sólo debes de saber que necesitas descansar.

Silver vio con confusión a su alrededor, y donde quiera que estuviese habían muchas velas haciendo aquella habitación un tanto calurosa. No habían ventanas, todo a su alrededor eran paredes de piedra maciza y a lo lejos pudo ver lo que parecía una puerta de madera. Vio de nuevo a la monja frente a él, quien en una pequeña mesa tenía muchas vendas de color carmín, asustándolo un poco ¿acaso era su sangre? ¿qué rayos le había pasado?

De nuevo cerró sus ojos intentando recordar aquel lugar sin luz con un aire pesado y un frío helado en donde había estado. Recordaba que la caída lo había lastimado y que se sentía confundido y asustado. No podía ver nada en aquella oscuridad absoluta y las incesantes voces a su alrededor le daban la peor de las sensaciones y de repente... atacaron. No podía ver nada, sólo escuchaba sus golpes al aire y las carcajadas de un ente. Era como un ejército invisible que atacaba de diferentes puntos y luego cayó al suelo mal herido.

–¿Tú me rescataste?– preguntó para verla. Ella le sonrió con calidez y puso un paño húmedo sobre su brazo volviendo a sentir aquella sensación de ardor en su piel –¡Rayos!– gritó para sentarse de golpe y alejarse de su tacto.

–Sí– respondió ella con una cálida sonrisa –Yo lleve luz a la parte más oscura del castillo.

–¿Luz?– repitió –"No nos gusta la luz"– recordó. Aquellas cosas odiaban la luz; ahora que recordaba en su desahucie algo como un ángel había llegado iluminando el lugar donde estaba, o eso se le había asemejado al ver algo brillante llegar hacia él para perder el conocimiento.

–Pensé que había sido muy tarde cuando llegue– dijo la equidna con cierta tristeza –Pero el cielo escuchó mis oraciones y te encontré respirando aún– completó con una sonrisa.

A Cursed RoseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora