La Diosa del Misterio.

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-Amunet, ya es hora de levantarse- Indicó entrando al aposento. -Amunet- Repitió quitando las sabanas del bulto encontrándose con almohadas acomodadas.
Fugazmente, salió de la habitación corriendo por todo el palacio en busca de su unigénita, mientras que Thot, abandonando una de las tantas habitaciones se encontró con él.
-Horus, te noto desesperado- Comentó realizando su característico gesto de posar sus manos detrás de él.
- ¿Dónde está mi hija? - El padre desesperado exigía su respuesta.
Thot levantó la cortina de donde había salido. Horus mirando el interior se quedó poco tranquilo.
- ¿Quién es él? - Inhibiéndose a ocultar su desaprobación, Horus pensaba lo peor.
-A juzgar por la apariencia diría que se trata de un forastero- Indicó Thot acompañándolo a observar.
- ¿Y por qué están solos?
-Evidentemente necesitan privacidad, él estará confundido y probablemente sofocado si se encuentra rodeado de muchas personas- Hubo un silencio. -Ella lo veló sin excusa a pesar de ser alguien desconocido, y conoces muy bien a tu hija, no es sencillo conseguir su ayuda si eres un forastero.

Dark abrió sus ojos lentamente mientras se levantaba. Al estar totalmente despierto miró a su acompañante, cuya apariencia no era del todo exacta, es decir, apenas el rostro se le notaba a causa de una máscara.
- ¿Quién eres tú?
-Eso mismo digo yo- Sin importar la cobertura sobre sus ojos le dedicó un alentador semblante severo.
- ¿Qué es este lugar?
-Tanto como tú, me interesa saber tu nombre. Hagamos un intercambio.
-Tsk, de acuerdo, acabemos con esto.
Se dibujó una sonrisa victoriosa en ella.
-Me llamo Dark, tú...
Debido al abandono de su asiento él no pudo terminar de hablar, cosa que, claramente le disgustó. Algo, sin embargo, no le brindaba tranquilidad, como todo buen sentido común de alerta, por eso estaría al tanto de cualquier movimiento de la extraña.
Al cabo de esos segundos dedicados a la reflexión el orgulloso icario se colocó junto a ella, frente al gran ventanal que daba una perfecta vista del río y sus grandes pirámides.
-Mi nombre es Amunet, diosa del misterio y lo oculto.
-Seguro, por supuesto que te creo- Respondió sarcástico cruzando sus brazos.
A pesar del comentario Dark no dejó su serio tono de voz y ella lo amenazó con la mirada.
- ¿Así es como me agradeces el que haya salvado tu inferior vida? - La desconocida joven reclamó indispuesta a la engreída actitud del otro.
Éste, por su lado, fue golpeado por sus recuerdos de ayer; lo inaceptable no fue el haber sido atacado por una de esas cosas de arena, sino el hecho de encontrarse a alguien aparentemente fuerte, ágil y sagaz. A sus ojos no tenía aspecto de una deidad, sin importar todo ese oro junto piedras preciosas provocadores de tan elegante e idolatrada imagen. Disminuía todavía más aquello por su careta de perro.

    ¿Qué dios en su sano juicio cubre mitad de su rostro? De ser así, lo único que estaría externando habría de ser por culpa de la cobardía

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¿Qué dios en su sano juicio cubre mitad de su rostro? De ser así, lo único que estaría externando habría de ser por culpa de la cobardía.
-Pues qué tonta al desperdiciar tu tiempo, porque yo no pedí ser salvado- Aclaró Dark descaradamente.
- Negarte a la ayuda de otros por mero orgullo no te hace mejor que yo- Replicó Amunet convencida.
-Tampoco el creerse deidad y hablar sofisticadamente como uno te da la razón- Respondió fría y arrogantemente el azabache.
Amunet entonces, sonrió de lado complacida, encontrando la ocasión perfecta para echar a andar de nuevo su espada, pero lo principal; mostrar su poder al dichoso mortal.
- ¿Sabes una cosa? Dialogar sería lo correcto en estos casos, así que, me gustaría escuchar a mi espada hablar- Cambiando de posición su báculo al girarlo entre sus dedos, movió su brazo hacia atrás para después devolverlo en un leve pero rápido movimiento hacia delante, transformando así éste en una espada.
-Esta será la primera y última vez que concuerde contigo- Dark muy bien dispuesto a aquel enfrentamiento, sacó su filoso arco de plata acercándose fugazmente a su contrincante.
Ella, por otra parte, se inmutó en esquivarlo, solamente se puso en guardia con una cara de burla y satisfacción. Dark entendió ello demasiado tarde.
-... ¿qué... ?
Carente de tiempo para formular oración alguna el rostro del pobre mozo alado inevitablemente colisionó con la imagen de al parecer un ojo, provocando que saliera disparado hasta el lado contrario de la habitación.
-Tsk, una estúpida barrera, típico de los malditos dioses- Musitó tirado en el suelo ocultando su dolor.
Dark si bien carecía de respeto por sus adversarios, esta vez tal falta andaba por los suelos, por el contrario de su orgullo el cual andaba hasta lo más alto de las nubes, todavía más por la misma condición de la joven de azabaches cabellos cuya sonrisa se amplió descaradamente.
- ¿Ya te rindes? - Inquirió caminando hacia el derribado extranjero.
-Cierra la boca- Contestó entre dientes y, parándose de cabeza con ambas manos sobre el suelo, se deshizo del afilado compañero de Amunet con una patada.
-Qué imprudente... - Susurró por lo bajo recuperando su espada con tan sólo chascar sus dedos.
No conforme con su agresividad verbal, el muchacho griego acertó fuertes golpes provenientes de sus espadas en contra de la otra, dando comienzo a un encuentro de espadas digno de una lucha dependiente de un hilo.
La desconocida fémina no se quedaba atrás; siendo poco convencional el hecho de presenciar a una deidad luchar limpiamente, su manera de dar estocadas y la facilidad para evadir los ataques de Dark Pit era, difícilmente de admitir, formidable.
Complicado era para él asumir su disfrute, tanto tiempo pasó desde esa batalla que incluso, le sacó una sonrisa verdadera, y no una afectada, que él ni siquiera se hubiera imaginado ni permitido tener por adorno en su rostro al menos por unos segundos, ahora, en cambio, no la dejaba inmutarse en mostrarse, sustituyendo así, esa común mueca de odio con la cual inició.
Simplemente la dejó fluir. Entonces, fue cuando recordó...

Ella se presentó muchas veces durante sus primeras batallas contra Pit stain, también al confrontar al ejército de Hades, y, aunque invisible, le provocaba un sinfín de sensaciones y emociones. En dichas ocasiones, sentía un calor provenir de su pecho, sabía que se expandiría a través de todo su cuerpo como el fluir de su sangre a cada rincón de éste.
Los latidos de su corazón aumentaban, tal cual un martillo golpeando un muro, parecía que el pecho le iba a reventar en cualquier momento, pero en lugar de ello, su respiración incrementaba, brindándole el oxígeno a su concentrada y eufórica mente, la cual desató una serie de sentires por demás únicos: la adrenalina, emoción, convicción, y la búsqueda de todo un reto lo envolvían para después, aligerar su carga corporal y sentir cada extremidad tan rápida y poco pesada al moverse; sus brazos no tenían problemas para atacar o defenderse con ambas espadas, siendo éstas tan ligeras como sus brazos, le era sencillo dar estocadas, mover o girar su arma fugazmente, sin olvidar mencionar la agilidad para disparar con su arco.
Sus piernas, tan capaces de correr kilómetros y reaccionar a cualquier movimiento amenazante, soportaban kilos de peso, tanto, que pateaba con una tremenda fuerza lo que llegase a estar delante, detrás, bajo o sobre sus pies.
Eso es ella, es el sudor recorrer su frente, es el estado de completa atención a toda acción contraria, es la desesperación por conocer a su enemigo, es el sentirse capaz de derrotar todo, es la ansiedad de querer pelear ya, es el subestimar al contrincante, es la determinación, es... la ocasión perfecta para arriesgarse a enterrar o destacar todo; su orgullo, su dignidad, su honor, sus habilidades, su reputación, su destino inclusive.
Eso, eso es ella, es la pasión por luchar hasta el final, y por fin, despertó de su largo letargo.

The Mysterious Prophecy of the Gods.  (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora