En Algún Otro Lugar.

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    Después de haber analizado la situación, se recargó sobre el respaldo de su asiento, miró frente suyo, y tomando la concentración de su tutor puesta en sus presurosos apuntes como su aliada, dejaría escapar aquella tentación que la carcomía desde hace varias horas atrás.
    Esbozando una maliciosa pero burlona sonrisa de lado, tomó la causa de su fuerte tentación por dejar a un lado sus clases, cosa que, sin importar las consecuencias, hizo gustosa.
    Su padre se lo había obsequiado esta mañana, porque esa era su forma de reemplazar su ausencia, dándole toda clase de regalos para demostrar lo mucho que ella le importa.
    Esta vez, no se trataba de vestidos bellamente confeccionados con los mejores materiales, brazaletes fundidos con el oro más puro, o reliquias traídas de tierras lejanas, no. Éste regalo fue creado por su abuelo, para ser exactos, inclusive parte de su sangre residía en la composición del obsequio, oro puro y una majestuosa piedra preciosa complementaban a su nuevo compañero de aventuras.
    Estaba ansiosa por probarla, pues, según la carta que le acompañaba, poseía características por demás mágicas; un poder único el cual, afirmaba con certeza el remitente, haría juego con ella.
    Al fin podría poner a prueba su verdadera fuerza y destreza con ello.     Maldición, sonaba tan bien el hecho de verse a sí misma empuñándolo y poniéndolo en marcha.
    —Amunet—
    Al oír su nombre, dejó de soñar despierta, poniéndose de nuevo atenta a la lección.
    —Durante el alba te has desenfocado con esos sueños tuyos. Te pido de la manera más atenta que dejes esa espada— Ordenó su maestro, aún con paciencia.
    Ésta, por su parte, colocó sus manos detrás su nuca llena de seguridad y tranquilidad, sonrió y dijo:
    —Thot, te he dicho cientos de veces que puedo hacer dos cosas al mismo tiempo— Se defendió con algo de orgullo. — ¿Es que no confías en mis habilidades?
    —En lo absoluto— Suspiró rendido. —Puedes dar inicio a tu descanso— Indicó permitiéndole a su joven aprendiz abandonar su lugar.
    —Me parece incorrecto el constante afecto de tu padre demostrado en obsequios— Habló para sí mismo mirando a la chica salir a su descanso.
    —Thot— Horus posando su mano sobre el hombro de él le acompañó a su observación. — ¿Qué tal va su progreso?
    Thot comenzó a caminar a través de la habitación llena de papiros seguido de Horus.
    —Debo admitir que la sabiduría de tu hija va más allá de alguien promedio, claro, para su edad. Sin embargo, me preocupa su futuro, aquellos atributos que debe poseer la reina de Egipto aún son deficientes.
    Horus extrañado le preguntó:
    — ¿A qué te refieres con eso? — Se limitó a decir.
    —Lo que necesita no son armas; lo que necesita es amor de la madre que nunca tuvo. Si no deseas que posea un corazón severamente frío como para congelar todo Egipto reconsidera buscar para usted, Señor del Aire, una consorte.
    El joven rey frunció levemente el ceño.
    —Sabes que día tras noche busco incansablemente a Hathor. Ella es la única a quien mi corazón pertenece y estoy seguro que no tardará mucho para que volvamos a estar juntos, los tres.
    —Sabes que no puedo mentir— Hizo una pausa. —Debes aceptar la realidad, no estamos seguros de la supervivencia de Hathor; catorce años de intento de su parte por buscarla realmente demuestran improbabilidades de que continúe viva.
    —No Thot, parece que no comprendes aún al amor a pesar de la sabiduría que tanto te caracteriza. No me daré por vencido.
    —Se equivoca, usted es quien carece de comprensión total respecto al amor.

    La joven, dentro la hermosa fuente de la vida disfrutaba de la tibia corriente pasar a través de sus pies acompañado del cálido viento jugando con su cabello.
    A ella le encantaba respirar profundamente el aliento de la naturaleza que la rodeaba, compartir los secretos susurrados por ésta se convirtió en un hábito hasta el punto de sentirse mejor acompañada.
    —Amunet, hola.
    En seguida se dio media vuelta recibiéndole con una pacífica sonrisa.
    —Hola Bek.
    — ¿Descansando de las clases acerca del ego?
    Amunet rió.
    —Por supuesto, pero realmente no puedo quejarme— Se dirigió a la orilla. — ¿Dónde está Zaya?
    —Tomándose el día libre.
    —Extraño que no sea contigo.
    —Necesita su espacio, ya sabes, no quisiera agobiarla.
    —Tranquilo, eso no pasa.
    — ¿Y esta espada? — Alzó el objeto.
    —Ah, me lo obsequió mi padre— Subió a la orilla alzando levemente su vestido en el acto.
    —Es hermosa— Pasó su mano sobre el filo. — ¿Piensas usarla?
    —Mientras el consejero real no diga ni una sola palabra al Señor del aire, lo haré esta noche.

The Mysterious Prophecy of the Gods.  (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora