La Confusión de un Ángel Oscuro.

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Amunet abrió sus ojos con dificultad, sin reconocer sus alrededores se sentó dejando escapar un leve quejido por el dolor en la mayor parte de su torso.
Dejando aquello a un lado pudo observar mejor la habitación, era obvio que estaba en el Olimpo.
Segundos pasados la puerta se abrió, y al ver de quién se trataba suspiró aliviada.
—Gracias al cielo estás bien— Le dijo ella tranquilamente.
—No creo que el cielo tenga algo que ver con que siga vivo— Dark se sentó a la orilla de la cama. — ¿Cómo te encuentras?
Amunet torció sus labios.
—Todavía un poco adolorida, pero no lo suficiente para estar postrada todo el tiempo.
—Creí que lograría asesinarte.
Ella sonrió de lado.
—Hm, no será la primera y última vez que lo intenta— Lo miró sonriendo tiernamente. —Tú me tenías sin cuidado, porque, sabía que lo conseguirías.
—No sin ti.
Dicho eso Amunet sonrió conmovida causándole a él un sobresalto acompañado de un notorio rubor en sus mejillas.
—Me refiero a tu... ayuda, pero sin ti no habría podido recibir un consejo...
—Dame un abrazo.
Dark paró de explicar y, como de costumbre, frunció el ceño.
—Ahg de verdad que...
Cedió sin remedio a la petición dándole lado a su orgullo, pero no se podía engañar a sí mismo, también daba lugar a su afecto por la diosa, si no fuese por eso cualquier otro motivo lo hubiera obligado.
Se acomodó junto a la castaña rodeándola con sus brazos suavemente.
—Auch... — Se quejó en murmuro.
—Tú lo pediste— Se excusó Dark alzando sus cejas a punto de soltarla.
—Está bien, está bien— Dijo ella rápidamente. —Te agradezco por haberme salvado.
—No fue nada...
Importándole poco que fuese un abrazo simple ella no quería apartar sus manos de sobre él, y él tampoco deseaba apartar sus brazos, aunque le costase admitirlo.
La joven diosa recargando su cabeza sobre el pecho de Dark prestó atención a la muñeca derecha del ángel oscuro.
— ¡Ah!, todavía lo conservas— Comentó refiriéndose al brazalete que le dio en su primera noche en Egipto.
—Gracias a esto puedo evitar ese maldito muro invisible del palacio.
En eso Amunet rió en bajo aumentando de nivel su risa, sin embargo, no llegó a ser carcajada debido a su dolor. Por lo cual Dark deshizo el abrazo contemplándola sacado de quicio.
— ¿Qué es tan gracioso?
Ella puso una mueca de dolor y súplica pues quería carcajearse ante el gracioso aspecto ignorante del chico.
—Dark, basta. Me haces reír justo cuando mi cuerpo no me lo permite— Dio una pequeña risa. —Ese muro fue retirado el día en que nos enteramos de nuestra misión como los Destinados de la profecía.
Él la miró con su expresión habitual.
—Estás bromeando.
Ella rascó su nuca mirando hacia el techo.
—Yo no dije que no fuera eso— Mencionó con una fingida voz inocente evadiendo lo dicho por Dark.
— ¡Amunet!
No era la primera vez que su amiga lo hacía para molestarlo.
—Ok, ok, calma— Dijo sonriendo apenada moviendo levemente las manos de adelante hacia atrás. —Desafortunadamente no bromeo.
Mi padre a pesar de su carente confianza en ti decidió confiar en las palabras de Thot desapareciendo el muro para evitar locuras tuyas por nuestra desconfianza al encerrarte.
—Y yo como idiota preocupándome todo este tiempo por eso.
—Ya sé.
Le amenazó con la mirada recibiendo una típica sonrisa de la diosa.
Dejando un silencio envolvente se miraron por unos segundos, perdiéndose en las orbes contrarias del otro acercaban lentamente sus rostros.
Pero de golpe, Amunet tomó una almohada interponiéndola entre ambos para después pararse de un salto de la cama riendo.
Así, dejó a Dark con almohada en mano y un semblante inexpresivo.
—Se nota mucho cuánto la hace sufrir el dolor— Se habló a sí mismo levantándose tras Amunet.

The Mysterious Prophecy of the Gods.  (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora