12. El Campamento

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Regresó hasta el lugar donde la había dejado, la observó, sabía que no estaba dormida, y lo sabía porque la había visto dormir un par de veces, sus labios no estaban separados y su respiración no era regular, se quitó su chaqueta, estaba haciendo frío y sabía lo delicada que era, así que se acuclilló frente a ella y la cobijo, sin importarle saber que estaba despierta.

Se alejó lo suficiente, y cerró los ojos, a diferencia de ella, él estaba acostumbrado a dormir en ese tipo de condiciones, a decir verdad, en el campamento dormían en el suelo, sobre un par de mantas, después de algún tiempo, la mayoría de las personas se acostumbraban, frunció el ceño enfadado, porque sabía que ella no era como la mayoría de las personas, y no sabía qué cosa le preocupaba más, el hecho de que no pudiese acostumbrarse a ese estilo de vida, o la amenaza a irse del campamento después de que hablara con la profesora McGonagall.

Despertó cuando escuchó un pequeño crujido, Ginevra estaba a un par de pasos lejos de él, tenía su chaqueta en sus pequeñas manos, bajó la vista apenada, cosa que lo divirtió.

—Pensaba regresarla, sólo eso –murmuró.

—Cuando volví estabas dormida –contestó –estaba haciendo un poco de frío, así que por eso te la puse, no por otra cosa.

—Lo sé –admitió –es sólo que... desperté hace poco y... bueno, conociéndome, no iba a poder dormir de nuevo.

—No has dormido nada ¿cierto? –frunció el ceño.

—Claro que he dormido, no tan bien como usted, claro está, pero lo he hecho.

—Es que no estás acostumbrada a dormir en el suelo, estás muy acostumbrada a tus colchones suaves, a tus almohadas cómodas, a tus sábanas de seda y todas las comodidades ¿cierto?

—Toda mi vida ha sido así –se encogió de hombros –tampoco es para que haga ese tipo de comentarios.

— ¿Qué clase de comentarios? –frunció el ceño.

—Como si fuera mi culpa las pocas comodidades que ustedes tienen, y bueno, yo no los orille a eso y... -se quedó callada –duerma un poco más, es temprano aun.

Le entregó la chaqueta y se alejó, siempre se alejaba cuando Draco hacía comentarios que le molestaran, siempre lo hacía, la mayor parte del tiempo evitaba confrontaciones, y el rubio sospechaba la razón, tal vez estaba evitando que él la dejara ahí, a mitad de la nada, sin saber exactamente hacia donde correr o como defenderse.

Se puso su chaqueta y se estiró, para que sus músculos se estiraran, volteó de un lado a otro, cuando un aroma dulce y delicada le llegó a la nariz, y frunció el ceño cuando no supo de qué provenía, jamás había olido nada parecido, y le agradaba el aroma, era discreto y aun así, te creaba un poco de obsesión, sujetó su propia chaqueta contra su nariz, descubriendo el origen de aquella bonita aroma, y recordó que era el perfume que había olido en el cuarto de Ginevra aquella vez, pero ahora mezclado con el propio olor corporal de la pelirroja.

Caminó hasta donde estaba sentada, traía un pequeño aparato en las manos, y lo escondió cuando él le habló.

—Dime que no estás avisando a La Orden nuestra posición –gruñó.

—Por supuesto que no, puede creer que soy una idiota, pero no lo soy, bueno, no en todos los aspectos.

—Estás admitiendo que eres una idiota en algunos aspectos –sonrió.

—Todos lo somos –lo observó –había un científico muy famoso en la primera era –sonrió –su nombre era Albert Einstein, él decía que todos somos ignorantes, salvo que no todos ignoramos las mismas cosas –se puso de pie –creo que de igual manera, todos somos torpes, pero no en las mismas cosas, o idiotas, pero no con las mismas cosas.

Río Escarlata || DrinnyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora