Si alguna vez Kendall había sido malo, no lo recordaba. Se comportaba de lo más tierno con su hermana, por la mañana trabajaba, por la tarde jugaba con ella mientras yo estudiaba y por la noche compartíamos la cena todos juntos. Y cuando la vocecita de la niña dejaban de escucharse por los pasillos, Kendall se convertía en un amante sensacional. Ambos debíamos admitir que mis suegros nos habían dado una hermosa oportunidad para probar suerte como padres y aunque Kendall se quejara cuando Katie pataleaba por todo tipo de juguetes en el supermercado, parecíamos toda una familia. Claro que no era de lo más normal, porque ella era la hermana de mi esposo y la “familia” acababa cuando Kathy y Kent volvieran de su viaje. -Me rindo-gritó Kendall mientras bajaba las escaleras-. No sé como hace mamá para peinar a la niña, es que no se queda quieta y las coletas salen torcidas-se quejó. -No es tan difícil-dije divertida mientras él se sentaba a mi lado. -¿Por qué no lo intentas?-preguntó encendiendo el televisor-. Katie, ¡ven aquí! Tras escuchar el grito de Kendall, Katie bajó las escaleras corriendo con entusiasmo. Su escaso fleco estaba enmarañado mientras era sostenido por una pequeña traba verde claro, sus dos coletas estaban más desparejas que los dientes de un tiburón y las bandas elásticas que sostenían el cabello era una rosada y la otra celeste. Contuve la risa al verla acercarse a mí. Kendall frunció el ceño y Katie alzó los hombros defendiéndose. Senté a Katie sobre mi regazo y observé a Kendall con detenimiento. -Vas a traumarla si sigues haciéndole estos peinados-lo regañé y luego reí. Golpeó levemente mi hombro para luego quejarse con el ceño fruncido. -No es mi culpa, nunca nadie me ha enseñado. -Kendall, por Dios, aprende a combinar colores. Katie rió y Kendall volvió a fruncir el ceño. Se cruzó de brazos y apoyó su espalda contra el sillón. -Disculpa, no quería arruinarle el cabello a mi hermana. -Ve a buscar el cepillo y las bandas elásticas-le dije a Katie. Ella corrió escaleras arriba y me acerqué a Kendall. -Nadie te ha regañado, tontito-besé su mejilla-, y no le has arruinado el cabello. Estaba molestándote, no seas tan sensible. -Es que no sé cómo peinar a una niña-observó el televisor sin prestarle atención alguna-. A ti no te tengo que peinar. -Ya, deja de lamentarte, señor sensibilidad-dije riendo. -Aquí llego yo-gritó Katie saltando desde el último escalón. Kendall volteó a verla y le sonrió, su hermana le devolvió la sonrisa y se sentó sobre mi regazo. Sostuvo el cepillo entre sus delicadas manos mientras yo me dedicaba a desatar su cabello. -Kendall, observa-dije mientras extendía para que Katie me pasara el cepillo-. Primero, debes desenredarle el cabello. Quite todas las bandas elásticas de su cabello mal atado mientras Kendall observaba atentamente. Pasé el cepillo por toda la longitud del cabello. Quedó perfectamente peinado, lo separé en dos partes y elevé un mechón de pelo para atarlo en una coleta al costado, acto seguido, hice lo mismo con el otro mechón. Poco de su cabello quedó estorbando sobre su frente, lo estiré, lo peiné y até el mechoncito con una pequeña traba. -Y así es como peinas a una nena. -¿Puedo intentarlo?-preguntó arqueando una ceja. Katie observó a su hermano y frunció la boca. Kendall rió y Katie le regaló una sonrisa. La pequeña se giró y me abrazó tiernamente. -Gracias, _______-murmuró y se alejó de mí. Se bajó de mi regazo y se puso de pie para luego correr escaleras arriba. Kendall volvió a centrar su vista en el televisor, pero como antes había sucedido, no prestaba atención alguna. Subí mis piernas al sillón y me dejé llevar por mis pensamientos. La casa estaba demasiado tranquila, Kendall y yo no habíamos peleado por días, Kathy llamaba siempre que podía. Era todo perfecto, nada había salido mal. Un comercial interrumpió mis pensamientos, haciéndome llegar a la conclusión de algo. Una mujer hablaba sobre su embarazo adolescente, Kendall cambió de canal rápidamente y buscó más de su interés. -Kendall…-murmuré. Al parecer no pudo oírme y luego agradecí por eso. No iba a decir nada si no había aclarado mis dudas. Pero lo cierto era que mi periodo no se atrasaba nunca, aunque debido a mis últimas semanas atareadas, podría haberse afectado en algo. Me puse de pie y acomodé mi cabello. Kendall alzó la vista y me sonrió. -¿Pasa algo? -No-mentí intentando ocultar mis dudas-. Voy a ver que hace Katie. Subí las escaleras a paso lento y al llegar al segundo piso titubeé, iba por la niña o iba a mi habitación. Primero pasaría por la habitación de ella, iba a ver si estaba bien o si necesitaban algo y luego, a mi habitación. Caminé por el pasillo hasta llegar a la habitación que ocupaba Katie. Estaba sentada sobre la cama. -______, tengo hambre-me avisó luego de estornudar. -Dile a Kendall que te prepare leche con chocolate, yo enseguida bajo-me puse de pie. La hermana de Kendall salió disparada de la habitación. Me encaminé por el pasillo, hacia mi habitación. Al llegar busqué ropa seca y dos toallas. Entré al baño y encendí la ducha. Si bien mis sospechas de estar embarazada, se revolvían en mi cabeza, no lo creía muy posible. Kendall siempre se encargaba de usar protección y a él nada se le iba de las manos. A pesar de que nosotros nos habíamos ocupado muy bien de la niña, tener un hijo podía resultar algo difícil y completamente diferente. Apenas tenía dieciocho años y Kendall veinticuatro, ¿Qué se podía hacer con eso? -¿_____? ¿Estás en la ducha?-preguntó a los gritos. -Ya salgo, ¿está todo bien? -Si, si, tú tranquila, solo quería saber si estabas aquí. No comprendí el por qué de los gritos de Kendall, pero seguí con mi ducha. Apagué el grifo cuando me sentí limpia y busqué la toalla para envolverme. Había decidido algo, no iba a decirle a Kendall sobre mis sospechas, solo era un retraso causado a mi leve estrés por hacer todo en casa. Pasé la toalla por mi cabello y lo envolví para salir del baño, seca y limpia. Me coloqué la ropa que anteriormente había sacado del armario. Dejé la toalla colgando en el baño y me quité la otra de la cabeza. Cepillé mi cabello húmedo y luego lo sacudí un poco, dejé la toalla sobre la otra y apagué la luz del baño para salir de allí. Baje las escaleras y me encontré con el living vacío, en la cocina se escucho la tierna risa de la niña. Kendall largó una risotada y seguido de eso un ruido de cristal inundó mis sentidos. -El quinto vaso de la semana, Katie-la regañó Kendall. Entré a la cocina y vi a Katie observando a Kendall con cara de cachorro lastimado. -Tranquilo, Schmidt-le dije a Kendall, tomando a Katie entre mis brazos. La senté sobre la mesada y tomé sus manos entre las mías. -¿Te has hecho daño, Kate?-pregunté. La niña negó rápidamente y luego devolvió su mirada a Kendall. Kendall se movió y buscó una bolsa y la escoba. Luego noté que Kendall suspiraba pesadamente, para luego abandonar la cocina. -¿Puedes limpiar aquí, Kendall?-pregunté en un grito. -Aleja a la niña de la cocina y luego saco los vidrios-dijo con voz apagada. ¿La razón? No la sé. Bajé a Katie de la mesada. Le tomé la mano y le comenté que íbamos a subir a jugar a la sala de juegos que Kendall había habilitado hacia muy poco. -¡Alicia en el país de las maravillas!-gritó la niña al prender el televisor. La dejé sola en la habitación y tomé rumbo a mi habitación, para buscar mi celular y sorprendí a Kendall teniendo una conversación telefónica. -No lo sé, yo creo que no da para más-dijo. Pegué la espalda a la pared continua a la habitación y escuché atentamente. -Están mis hermanos-informó-, y ________ les presta más atención que a mí. Fruncí el ceño, parecía un niño celoso. -Carlos, no quiero-se quejó-. Es que…-guardó silencio-, no. Llegan en una semana. Murmuró algo que no pude comprender y luego bufó. -Mañana voy a verla, pero no me ha llamado-gruñó. ¿Acaso Kendall estaba con otra? Mi corazón se aceleró y sentí como mi pecho se contraía, no estaba respirando. Reprimí mi llanto y sequé mis lágrimas con el dorso de mi mano. -Hablamos luego, amigo-se despidió Kendall-. Adiós. Respiré hondo y sentí lo pasos de Kendall acercarse a la puerta. Sin hacer el mínimo ruido retrocedí unos pasos y comencé a caminar normalmente, nos topamos en la puerta de la habitación y me dedicó una leve sonrisa. Lo esquivé y me adentré en la habitación. -¿Todo bien?-preguntó. Caminé hacia mi mesa de noche y tomé mi móvil. Dos llamadas perdidas de Kenia. -¿Levantaste los vidrios? -Si, pero, ¿Qué ocurre, cariño? -Nada que pueda importarte. -Sabes que lo que tenga que ver contigo me importa, mucho -respondió. Pasé por su lado y salí de la habitación. Me siguió. -No te enojes, no sé que he hecho. -Nada, no has hecho nada, Kendall-dije bajando las escaleras-. Solo no me fastidies. -No quiero que estés enojada conmigo-siguió diciendo mientras bajaba detrás de mí-. Cuando venías por el pasillo estabas llorando. -No es cierto-dije entrando en la cocina. -Si lo es, ______. ¿Qué ocurre? -No ocurre nada-abrí la heladera-. Has asustado a Katie cuando le gritaste-le reproché. -¿Por eso llorabas? -Oh vamos, Kendall-casi grité-. Ya no sigas con eso. Bajó la mirada y se dedicó a mordisquear su labio inferior. -Sigo sin saber que he hecho para que me trates así. -Nada, ya te dije, no has hecho nada. -Cariño, odio pelear contigo-dijo en un susurró. Como si fuera mi actividad favorita, pelear con Kendall- -Anoche Katie me dijo que habías vomitado-dijo de repente. ¿Cómo sabía Katie sobre eso? ¿Por qué la niña era tan bocota? -Que ganas de inventar-dije fingiendo una tierna risa. A Kendall no se le movió un solo músculo de la cara y alzó la mirada hacia donde yo cortaba vegetales. -Dicen que los niños no mienten sobre esas cosas. -Kendall, dicen tantas cosas-le dije y busqué una olla. Kendall mantuvo el silencio durante unos minutos y luego lo vi desviar la mirada hacia la puerta de la cocina, fue, la cerró y se apoyó en la mesada, al lado mío. -Tienes razón, si hubieras vomitado me lo hubieras dicho-dijo suavemente. No era de ceder fácilmente y claro estaba que era una trampa de su parte. Alcé la vista y le sonreí. -Porque si fuera así tendríamos que ir al médico-siguió diciendo. -Kendall, cuando alguien vomita es porque algo le ha caído mal al estomago. -O porque puede estar embarazada-añadió. La sangre de mis venas se evaporó y sentí a Kendall reír. -Estaba bromeando. El muy estúpido andaba de bromas cuando yo de verdad incubaba mis dudas sobre el tema. -Pero de todas maneras tendrías que decirme si vuelves a vomitar. -Es que no he vomitado, Kendall-le dije indignada. -No te creo. -No me creas, no me importa-seguí con la cocina. Kendall se quedó a mi lado, en silencio y luego abrió la heladera para buscar zumo de naranja, tomó dos vasos y vertió el líquido allí. Me dejó uno al lado de la verdura recién picada, alcé la mirada y me sonrió para luego posar sus labios en el borde del cristal y tomar de lo que contenía el vaso. Me lavé las la manos y seguí los pasos de Kendall, tomé el zumo. -_______, ¿recuerdas cuando te cortaste con el espejo?-preguntó. Dejé de respirar por un segundo y luego cerré los ojos. No quería que todos esos recuerdos se apoderaran de mí, como la noche anterior. -Prefiero no hablar sobre eso. -Es que, ______, siento que estas en el mismo estado que cuando paso eso. -No es cierto, Kendall-respiré hondo-. Estoy perfectamente bien y no necesito cortarme. -Estás como, decaída, enojada, siempre te enfadas conmigo. -Voy a decirte una sola cosa, Kendall-dije ocupando toda mi fuerza para cortar la zanahoria-, yo sé como estoy, como me siento y voy a decirte que él que ocasiona problemas entre nosotros, eres tú.